Tardé un tiempo en darme cuenta de que había una cosa llamada eje, a parte del de la Tierra,
aunque había oído hablar de él continuamente en las clases. Hablo de ese eje que es tan necesario para tener control
sobre tu cuerpo, tu movimiento, tu energía, y poder dejar libre el peso
en una pierna, y obviamente, para no ser la peor pesadilla de tu
compañero de baile. Ese que intentamos disimular muchos y muchas
haciendo movimientos rápidos, para que no nos de tiempo a caernos. Pasé
de molestar a que me molestaran: o eso creía.
Buscar mi eje era dificil, y tener a tu lado una persona que pierde el
suyo constantemente y te arrastra con él, me desquiciaba los nervios.
Claro que ahora que miro hacia el pasado, quizás tenga que reconocer que
seguramente un 50% de las veces o más era yo quien perdía el eje y le
arrastraba a él conmigo.
Luego me volví algo
más ligera, y empecé a tener algo de continuidad en el movimiento, gracias a que me movía sola. En lugar de pararme tras cada paso, como si hubiera un stop o algo así tras cada uno de ellos y esperar a que él se decidiera, yo le ayudaba un poquito. Fatal, pero es lo que había. Eso hizo que me sintiera más segura e incluso comencé a usar algún torpe adorno de vez
en
cuando. Todavía mis pies dudaban al pisar, pero mi baile ya era otra cosa. Empezaba a creer que bailaba decentemente (¡pobre de mi...!) y todo ello a pesar de que aún así no me llovían las invitaciones. Definitivamente, ese es un proceso lento, ya que además de mejorar la técnica en las
clases, también hay que mejorar el baile practicando en las milongas,
acostumbrárse a diferentes tipos de abrazos, y conseguir que los
milongueros de las milongas habituales te vayan conociendo y te inviten. Que te
conozcan, además de tu nivel de baile, definitivamente influye en las invitaciones que recibes.
Cuando
ya empezaron a caer invitaciones esporádicas de algún que otro
milonguero más experimentado que yo, que no fuera muy de mi entorno (profe o compañero de clase), fue
en la misma etapa en la que empezaba a
asimilar tantos pequeños detalles que me habían repetido hasta la
saciedad mis profesores y que a día de hoy sigo haciéndolo más aún. Son detalles que por alguna extraña razón no calan en una o una no los comprende, quizás porque en un momento dado no se está preparada para interiorizarlos.
También aprendí
algo tan básico como caminar hacia
delante. Sí, todas lo hacemos por la calle y desde que somos niñas, pero
es increíble la transformación que sufrimos cuando tenemos una persona
cerca, delante nuestro, y el temor a pisarle o no coordinar bien y que el
asunto termine en desastre, nos puede. Entonces empezamos a hacer contorsionismos y parecemos patitos,
pingüinos, o cualquier otro bichito sin gracia alguna al caminar.
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