Pero la teoría suele ser muy bonita: la práctica,
otra cosa bien distinta. Así que de vez en cuando cometo errores, como todas, y como me siento mal o no
quiero que alguien se enfade por rechazar una invitación suya, termino bailando con él, aunque sin ganas. No debería hacerlo, y menos aún con esos milongueros que tras mirarte un montón de veces y tú desviar la mirada (porque evidentemente no quieres bailar con ellos), se acercan medio molestos diciendo que no miras, y te plantan una invitación directa.
Es cierto que yo parezco despistada y hablo mucho.. y lo soy, pero también es cierto que soy muy consciente de los intentos de cabeceo alrededor, que en un 90% de las veces no es porque no los vea (soy mujer, puedo hacer varias cosas a la vez.. ;-)) sino que las ignoro porque no quiero bailar con ellos, por muy bien que ellos se crean que bailan.
Pero ellos también cometen errores exactamente igual. A ellos también les sucede, cuando una mujer les hace una
invitación directa y se ven "obligados" a aceptar. Luego terminan con
dolor de espalda por las mujeres que se cuelgan de ellos, o agotados,
enfadados y desganados. Nos pasa tanto a las mujeres como a los hombres,
así que no se trata de sexos, sino de consideración de una persona
hacia otra y de saber encajar que a todo el mundo no le gusta bailar con todo el mundo y que no pasa nada.
Sinceramente, en las ocasiones en las que he aceptado invitaciones por compromiso, soy infeliz bailando, cuento los minutos para que
acabe la tanda, mientras miro quien está sentado alrededor de la pista: es algo así como un lunes, en el que cuentas los días que quedan para el fin de semana. Mis
movimientos se vuelven más torpes por la falta de interés, quizás porque hay una parte inconsciente -o no tanto-, que me hace bailar mal para
disminuir así las posibilidades de que a invitación se repita. Es triste tener que llegar a eso, pero es parte del aprendizaje de la milonga.
Es una pena que alguien tenga que aceptar una tanda por compromiso porque ni la persona que invita ni la que acepta, disfruta. Yo, cuando he aceptado la invitación no deseada, lo quiera o no, muchas veces he terminado estropeándole la tanda al milonguero que me ha
invitado, aunque su intención haya sido la mejor. Y eso no es justo porque definitivamente merece bailar con alguien que esté deseando bailar con él y que realmente se entregue a su abrazo, y yo merezco lo mismo. Por esa razón creo que es mejor
rechazar una invitación no deseada que aceptarla... lo difícil es tener el valor de decir "no".
Curiosidades y anécdotas de momentos vividos en la milonga a través de los ojos y experiencias de una milonguera.
viernes, 27 de febrero de 2015
martes, 24 de febrero de 2015
Aprendiendo de milonguera: de copitas en la milonga (PARTE VI)
No se si fueron las copitas que tomaba entre milongas, o el hecho de conseguir una estabilidad total en mi vida personal y de ser feliz cada instante de mi existencia, pero mi forma de bailar cambió. Milonguear y las clases de técnica individual a las que empecé a asistir de vez en cuando, seguro que también tuvieron mucho que ver con ello.
Empecé a aplicar ciertos consejos que me habían dado. Por ejemplo el de una buena amiga que siempre se ha empeñado en que aprenda a rechazar invitaciones, cosa que me ha costado una barbaridad por ese sentimiento de culpa o malestar que nos invade cuando decimos la palabra "no". Además, hay gente que no lo comprende o no quiere comprenderlo. Creo que es necesario poner límites también en el tango, tal y como lo hacemos en la vida real, por muy difícil que sea. La milonga es un lugar al que vamos todos a divertirnos, ambos en la pareja, así que si el que se divierte es uno solo, no vale. También hay que tener en cuenta que disfrutar en la milonga no implica lo mismo para unos que para otros. Para mi es conectar con alguien, fundirme en un abrazo agradable y jugar con la música, pero además es también mi vía de escape, el momento de disfrute más intenso, es algo interno, que me da paz. Para otra gente es una forma de divertirse, de interactuar con otros mientras bailan, mientras hacen ejercicio. Hay una diferencia y por eso me gusta bailar con aquellos para los que lo sienten como yo o parecido.
El otro consejo que seguí venía de un amigo. Él me decía que no le gustaba bailar con mujeres que no querían bailar con él, que prefería que ellas le rechazaran. Y fue eso lo que me aconsejó: no levantarme de la silla si no voy a poner el corazón en el baile. Esto implica rechazar invitaciones cuando suena una tanda que no me gusta, o estoy cansada, o la invitación viene de un bailarín con el que no me apetece bailar una orquesta determinada porque prefiero bailarla con otro, o por la razón que sea. A veces, también es porque simplemente no me gusta bailar con él y punto. Seguro que mi amigo era sincero y lo suficiente maduro como aceptar esa realidad de poder ser rechazado y no enfadarse. Sin embargo, hay mucho ego engrandecido o falta de madurez y son muchos los que se enfadan. Los amigos suelen comprender, los conocidos tienen expectativas y no comprenden o no quieren hacerlo.
Empecé a aplicar ciertos consejos que me habían dado. Por ejemplo el de una buena amiga que siempre se ha empeñado en que aprenda a rechazar invitaciones, cosa que me ha costado una barbaridad por ese sentimiento de culpa o malestar que nos invade cuando decimos la palabra "no". Además, hay gente que no lo comprende o no quiere comprenderlo. Creo que es necesario poner límites también en el tango, tal y como lo hacemos en la vida real, por muy difícil que sea. La milonga es un lugar al que vamos todos a divertirnos, ambos en la pareja, así que si el que se divierte es uno solo, no vale. También hay que tener en cuenta que disfrutar en la milonga no implica lo mismo para unos que para otros. Para mi es conectar con alguien, fundirme en un abrazo agradable y jugar con la música, pero además es también mi vía de escape, el momento de disfrute más intenso, es algo interno, que me da paz. Para otra gente es una forma de divertirse, de interactuar con otros mientras bailan, mientras hacen ejercicio. Hay una diferencia y por eso me gusta bailar con aquellos para los que lo sienten como yo o parecido.
El otro consejo que seguí venía de un amigo. Él me decía que no le gustaba bailar con mujeres que no querían bailar con él, que prefería que ellas le rechazaran. Y fue eso lo que me aconsejó: no levantarme de la silla si no voy a poner el corazón en el baile. Esto implica rechazar invitaciones cuando suena una tanda que no me gusta, o estoy cansada, o la invitación viene de un bailarín con el que no me apetece bailar una orquesta determinada porque prefiero bailarla con otro, o por la razón que sea. A veces, también es porque simplemente no me gusta bailar con él y punto. Seguro que mi amigo era sincero y lo suficiente maduro como aceptar esa realidad de poder ser rechazado y no enfadarse. Sin embargo, hay mucho ego engrandecido o falta de madurez y son muchos los que se enfadan. Los amigos suelen comprender, los conocidos tienen expectativas y no comprenden o no quieren hacerlo.
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sábado, 21 de febrero de 2015
Aprendiendo de milonguera: cuando recordé que bailo para disfrutar (PARTE V)
Y empecé a disfrutar bailando. Tanto, que me olvidé de seguir perfeccionando mi técnica. Al no tener pareja fija para las clases grupales, dejé de ir y decidí tomar solo clases de técnica individual y alguna clase privada, que creía que eran más provechosas para mi. Pero de intenciones no se vive, ni se aprende. Y yo, encima, en lugar de ir a clases, me dediqué solo a ir a milonguear.
Fue milongueando precisamente cuando me di cuenta de mi error y de lo importante que es tomar clases. Fui consciente de que cuanto más aprendo, técnicamente hablando, más disfruto porque puedo bailar con mejores bailarines, aunque claro está, se va reduciendo el número de ellos por pura lógica: al principio todos son mejores que tú, disfrutas con todos; vas aprendiento y dejando atrás a algunos, con los que ya no te diviertes tanto bailando y por tanto, tus opciones disminuyen.
Así que volví a tomar alguna clase, solo alguna. Volví al punto cero del tango: aprender a caminar. No me refiero tan solo a pasar de dar un paso y hacer pausa después, a conseguir una continuidad en el movimiento, tal y como las palabras forman una frase, sino a cómo pisar.
Más segura en esos pasos que daba, el empezar a jugar con la música y sus pausas surgió por sí solo, poco a poco, cuando conseguía bailar con un chico que a parte de la música, escuchaba a su pareja. Hoy en día es algo que me encanta y confieso que me gusta bailar con chicos que escuchan la música y les gusta jugar con ella. Cuando experimenté por primera vez esa clase de comunicación, era lo que empecé a buscar en mis parejas de baile. Llegó un punto en el que empecé a preferir el estar sentada observando la pista e imaginar, que bailar con alguien que no me hiciera disfrutar. Fue una etapa corta.
Pero es entonces donde la milonga comenzó a tener un sentido más social para mi: siempre lo tuvo, pero de distinta manera. Con social no me refiero a bailar con todo el mundo, sino a juntarme con mis amigos en la milonga a tomar una cerveza, charlar y bailar, en lugar de hacerlo en un bar.
Fue milongueando precisamente cuando me di cuenta de mi error y de lo importante que es tomar clases. Fui consciente de que cuanto más aprendo, técnicamente hablando, más disfruto porque puedo bailar con mejores bailarines, aunque claro está, se va reduciendo el número de ellos por pura lógica: al principio todos son mejores que tú, disfrutas con todos; vas aprendiento y dejando atrás a algunos, con los que ya no te diviertes tanto bailando y por tanto, tus opciones disminuyen.
Así que volví a tomar alguna clase, solo alguna. Volví al punto cero del tango: aprender a caminar. No me refiero tan solo a pasar de dar un paso y hacer pausa después, a conseguir una continuidad en el movimiento, tal y como las palabras forman una frase, sino a cómo pisar.
Más segura en esos pasos que daba, el empezar a jugar con la música y sus pausas surgió por sí solo, poco a poco, cuando conseguía bailar con un chico que a parte de la música, escuchaba a su pareja. Hoy en día es algo que me encanta y confieso que me gusta bailar con chicos que escuchan la música y les gusta jugar con ella. Cuando experimenté por primera vez esa clase de comunicación, era lo que empecé a buscar en mis parejas de baile. Llegó un punto en el que empecé a preferir el estar sentada observando la pista e imaginar, que bailar con alguien que no me hiciera disfrutar. Fue una etapa corta.
Pero es entonces donde la milonga comenzó a tener un sentido más social para mi: siempre lo tuvo, pero de distinta manera. Con social no me refiero a bailar con todo el mundo, sino a juntarme con mis amigos en la milonga a tomar una cerveza, charlar y bailar, en lugar de hacerlo en un bar.
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martes, 17 de febrero de 2015
Aprendiendo de milonguera: el pingüino deja de serlo (PARTE IV)
Supongo que las sabias palabras de una de mis profesoras para quitarme el miedo a caminar hacia adelante, abrazada a alguien y sin temor a pisarle, dieron su fruto, ya que aprendí a hacerlo. Ya no parecía un pingüino. Esas palabras mágicas que tanto me ayudaron fueron algo así como: "él no tiene miedo a caminar hacia adelante y pisarte cuando eres tú la que camina hacia atrás sino que él cuanta con que tú andarás lista para sacar tu pierna a tiempo de su espacio: pues bien, él tendrá que espabilarse también, y si tienes que pisarle, písale". Nada de resquemor, no... ja, ja... no pude evitar sonreír.
Por aquellos días mi mayor logro fue darme cuenta de que existían ciertos músculos que no había usado nunca por la sencilla razón de que no había aprendido todavía a disociar bien. Yo disociaba a mi manera, creyendo que lo hacía bien, pero me faltaba una explicación muy acertada y clara de que es lo que se siente, que me dio una buena profesora llamada Amelia Esparza con la que tomé una clase de técnica. Ella me ayudó con muchos otros detalles importantes. Definitivamente os la recomiendo.
Ser consciente de que el movimiento en los giros u ochos no debía salir de mis piernas sino desde la parte de arriba de mi cuerpo (llámese torso) e interiorizarlo fue difícil, pero a partir de ahí, también comprendí los boleos. Todo técnica. Hoy en día sigo trabajando en ello y espero hacer boleos y giros perfectos algún día.
Pero todo esto de la técnica lo dejé para las clases. En la milonga, alcanzar a bailar un tango centrándome solamente en la música y olvidándome de los aspectos técnicos, fue también un reto que conseguí por entonces, ya que hasta la fecha, me centraba tanto en intentar hacerlo todo bien (aunque con poco éxito) que me olvidaba de lo más importante: disfrutar.
Por aquellos días mi mayor logro fue darme cuenta de que existían ciertos músculos que no había usado nunca por la sencilla razón de que no había aprendido todavía a disociar bien. Yo disociaba a mi manera, creyendo que lo hacía bien, pero me faltaba una explicación muy acertada y clara de que es lo que se siente, que me dio una buena profesora llamada Amelia Esparza con la que tomé una clase de técnica. Ella me ayudó con muchos otros detalles importantes. Definitivamente os la recomiendo.
Ser consciente de que el movimiento en los giros u ochos no debía salir de mis piernas sino desde la parte de arriba de mi cuerpo (llámese torso) e interiorizarlo fue difícil, pero a partir de ahí, también comprendí los boleos. Todo técnica. Hoy en día sigo trabajando en ello y espero hacer boleos y giros perfectos algún día.
Pero todo esto de la técnica lo dejé para las clases. En la milonga, alcanzar a bailar un tango centrándome solamente en la música y olvidándome de los aspectos técnicos, fue también un reto que conseguí por entonces, ya que hasta la fecha, me centraba tanto en intentar hacerlo todo bien (aunque con poco éxito) que me olvidaba de lo más importante: disfrutar.
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viernes, 13 de febrero de 2015
Aprendiendo de milonguera: la Torre de Pisa se endereza (PARTE III)
Tardé un tiempo en darme cuenta de que había una cosa llamada eje, a parte del de la Tierra,
aunque había oído hablar de él continuamente en las clases. Hablo de ese eje que es tan necesario para tener control
sobre tu cuerpo, tu movimiento, tu energía, y poder dejar libre el peso
en una pierna, y obviamente, para no ser la peor pesadilla de tu
compañero de baile. Ese que intentamos disimular muchos y muchas
haciendo movimientos rápidos, para que no nos de tiempo a caernos. Pasé
de molestar a que me molestaran: o eso creía.
Buscar mi eje era dificil, y tener a tu lado una persona que pierde el
suyo constantemente y te arrastra con él, me desquiciaba los nervios.
Claro que ahora que miro hacia el pasado, quizás tenga que reconocer que
seguramente un 50% de las veces o más era yo quien perdía el eje y le
arrastraba a él conmigo.
Luego me volví algo más ligera, y empecé a tener algo de continuidad en el movimiento, gracias a que me movía sola. En lugar de pararme tras cada paso, como si hubiera un stop o algo así tras cada uno de ellos y esperar a que él se decidiera, yo le ayudaba un poquito. Fatal, pero es lo que había. Eso hizo que me sintiera más segura e incluso comencé a usar algún torpe adorno de vez en cuando. Todavía mis pies dudaban al pisar, pero mi baile ya era otra cosa. Empezaba a creer que bailaba decentemente (¡pobre de mi...!) y todo ello a pesar de que aún así no me llovían las invitaciones. Definitivamente, ese es un proceso lento, ya que además de mejorar la técnica en las clases, también hay que mejorar el baile practicando en las milongas, acostumbrárse a diferentes tipos de abrazos, y conseguir que los milongueros de las milongas habituales te vayan conociendo y te inviten. Que te conozcan, además de tu nivel de baile, definitivamente influye en las invitaciones que recibes.
Cuando ya empezaron a caer invitaciones esporádicas de algún que otro milonguero más experimentado que yo, que no fuera muy de mi entorno (profe o compañero de clase), fue en la misma etapa en la que empezaba a asimilar tantos pequeños detalles que me habían repetido hasta la saciedad mis profesores y que a día de hoy sigo haciéndolo más aún. Son detalles que por alguna extraña razón no calan en una o una no los comprende, quizás porque en un momento dado no se está preparada para interiorizarlos.
También aprendí algo tan básico como caminar hacia delante. Sí, todas lo hacemos por la calle y desde que somos niñas, pero es increíble la transformación que sufrimos cuando tenemos una persona cerca, delante nuestro, y el temor a pisarle o no coordinar bien y que el asunto termine en desastre, nos puede. Entonces empezamos a hacer contorsionismos y parecemos patitos, pingüinos, o cualquier otro bichito sin gracia alguna al caminar.
Luego me volví algo más ligera, y empecé a tener algo de continuidad en el movimiento, gracias a que me movía sola. En lugar de pararme tras cada paso, como si hubiera un stop o algo así tras cada uno de ellos y esperar a que él se decidiera, yo le ayudaba un poquito. Fatal, pero es lo que había. Eso hizo que me sintiera más segura e incluso comencé a usar algún torpe adorno de vez en cuando. Todavía mis pies dudaban al pisar, pero mi baile ya era otra cosa. Empezaba a creer que bailaba decentemente (¡pobre de mi...!) y todo ello a pesar de que aún así no me llovían las invitaciones. Definitivamente, ese es un proceso lento, ya que además de mejorar la técnica en las clases, también hay que mejorar el baile practicando en las milongas, acostumbrárse a diferentes tipos de abrazos, y conseguir que los milongueros de las milongas habituales te vayan conociendo y te inviten. Que te conozcan, además de tu nivel de baile, definitivamente influye en las invitaciones que recibes.
Cuando ya empezaron a caer invitaciones esporádicas de algún que otro milonguero más experimentado que yo, que no fuera muy de mi entorno (profe o compañero de clase), fue en la misma etapa en la que empezaba a asimilar tantos pequeños detalles que me habían repetido hasta la saciedad mis profesores y que a día de hoy sigo haciéndolo más aún. Son detalles que por alguna extraña razón no calan en una o una no los comprende, quizás porque en un momento dado no se está preparada para interiorizarlos.
También aprendí algo tan básico como caminar hacia delante. Sí, todas lo hacemos por la calle y desde que somos niñas, pero es increíble la transformación que sufrimos cuando tenemos una persona cerca, delante nuestro, y el temor a pisarle o no coordinar bien y que el asunto termine en desastre, nos puede. Entonces empezamos a hacer contorsionismos y parecemos patitos, pingüinos, o cualquier otro bichito sin gracia alguna al caminar.
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lunes, 9 de febrero de 2015
Aprendiendo de milonguera: descubriendo un baile clandestino a los ojos de la sociedad (PARTE II)
En ese primer año sin pareja, asistía solo a clases, ya que ni
siquiera sabía de la existencia de las milongas. Me burlaba de mi misma por lo patética que me veía tomando clases de algo que al parece no se bailaba en ningún sitio. Pero yo lo tenía
claro: seguía enamorada de esa "danza notálgica y maligna", y eso me bastaba.
En mis ansías por saber más del tango y su cultura, metía horas en internet viendo vídeos, leyendo, escuchando temas, y así es cuando oí hablar de que efectivamente había sitios llamados milongas donde se bailaba tango. Esto ocurrió casi al mismo tiempo que mi profesor nos hablaba de Buenos Aires y las milongas. Estaba convencida de que solo existian milongas en Buenos Aires, y obviamente la que él organiaba en la ciudad, a la que íbamos solo sus alumnos. Hoy en día soy consciente de que si no estás en "este mundo" o alguien que ya está en él te informa, ni te enteras de que existen.
En las clases en las que tenía ocasión de practicar cuando algún atrevido aparecía por clase, mi máxima aspiración era la de poder entender la intención de movimiento de mi compañero. El escuchar la música, el guardar mi eje y lo demás era tarea que se me escapaba de las manos, sobre todo teniendo en cuenta que mi esfuerzo y energía se enfocaban en intentar conseguir lo primero. Eran tiempos en los que bailaba con cualquiera en la milonga, a la que iba siempre que podía, y disfrutaba con solo ser capaz de interpretar una señal de mi compañero. Bailar era solo diversión para mi. Me encantaba que me hicieran figuras, cuantas más mejor, y aunque no salieran bien, me seguían encantando. Si le golpeabamos a alguien, pedíamos disculpas entre risas, y obviamente la "fiesta" continuaba. Como todos bailábamos igual de mal y ninguno respetaba los códigos de la milonga, todo estaba bien. Sufría del mal más horrendo del principiante. Para bailar me ponía sandalias con tacones con los que no sabía ni andar y también las medias de rejillla más escandalosas que encontraba en las tiendas de lencería.
Más adelante en mi aprendizaje, memoríce los movimientos o figuras: cosa que la mujer nunca debe hacer, pero a veces era la única forma de moverme un milímetro del sitio puesto que mi pareja, tan experta como yo, no sabía marcar ni yo moverme sin caerme. Me centraba en pisar a tiempo esos pocos momentos en los que se me antojaba escuchar la música, ya que mi mayor concentración estaba en conectar con mi compañero y no en aquello que sonaba de fondo. Para conectar con mi compañero, todo valía, aunque para ello tuviera que colgarme literalmente de él o pegarme a él como si me fuera la vida en ello, todo con tal de no separarme ni un milímetro de él, que es lo que yo entendía que debía de hacer. Era tarea difícil: tenía que arreglármelas para dar pasos en un espacio inexistente, con lo cual, parecía la Torre Pisa, pero con piernas.
En mis ansías por saber más del tango y su cultura, metía horas en internet viendo vídeos, leyendo, escuchando temas, y así es cuando oí hablar de que efectivamente había sitios llamados milongas donde se bailaba tango. Esto ocurrió casi al mismo tiempo que mi profesor nos hablaba de Buenos Aires y las milongas. Estaba convencida de que solo existian milongas en Buenos Aires, y obviamente la que él organiaba en la ciudad, a la que íbamos solo sus alumnos. Hoy en día soy consciente de que si no estás en "este mundo" o alguien que ya está en él te informa, ni te enteras de que existen.
En las clases en las que tenía ocasión de practicar cuando algún atrevido aparecía por clase, mi máxima aspiración era la de poder entender la intención de movimiento de mi compañero. El escuchar la música, el guardar mi eje y lo demás era tarea que se me escapaba de las manos, sobre todo teniendo en cuenta que mi esfuerzo y energía se enfocaban en intentar conseguir lo primero. Eran tiempos en los que bailaba con cualquiera en la milonga, a la que iba siempre que podía, y disfrutaba con solo ser capaz de interpretar una señal de mi compañero. Bailar era solo diversión para mi. Me encantaba que me hicieran figuras, cuantas más mejor, y aunque no salieran bien, me seguían encantando. Si le golpeabamos a alguien, pedíamos disculpas entre risas, y obviamente la "fiesta" continuaba. Como todos bailábamos igual de mal y ninguno respetaba los códigos de la milonga, todo estaba bien. Sufría del mal más horrendo del principiante. Para bailar me ponía sandalias con tacones con los que no sabía ni andar y también las medias de rejillla más escandalosas que encontraba en las tiendas de lencería.
Más adelante en mi aprendizaje, memoríce los movimientos o figuras: cosa que la mujer nunca debe hacer, pero a veces era la única forma de moverme un milímetro del sitio puesto que mi pareja, tan experta como yo, no sabía marcar ni yo moverme sin caerme. Me centraba en pisar a tiempo esos pocos momentos en los que se me antojaba escuchar la música, ya que mi mayor concentración estaba en conectar con mi compañero y no en aquello que sonaba de fondo. Para conectar con mi compañero, todo valía, aunque para ello tuviera que colgarme literalmente de él o pegarme a él como si me fuera la vida en ello, todo con tal de no separarme ni un milímetro de él, que es lo que yo entendía que debía de hacer. Era tarea difícil: tenía que arreglármelas para dar pasos en un espacio inexistente, con lo cual, parecía la Torre Pisa, pero con piernas.
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jueves, 5 de febrero de 2015
Aprendiendo de milonguera: los comienzos (PARTE I)
Después de mi charla con la chica principiante a la que le costaba abrazar, decidí escribir sobre mis inicios en el tango y de cómo me sentí por entonces, en cada etapa. Espero que disfrutéis del relato, que escribiré por partes.
PARTE I
Ya estaba encandilada con el tango cuando decidí aprender a bailarlo. Mi mejor amigo por entonces era argentino, pero no bailaba tango, así que no me costó mucho "engañarle" para que se apuntara a unas clases conmigo. Nos presentamos allí, en aquella sala de baile para comenzar nuestros primeros pasos. Yo estaba super-emocionada, pero la ilusión se me fue rápido al darme cuenta de que aquello no era el tango que me había enamorado a mi y que conozco hoy en día, el que es puro abrazo. Creo que solo fuimos a un par de clases. Mi carrera como la más inconstante del planeta en asistir a clases empezó por entonces.
Al año siguiente o quizás a los dos años, vi por primera vez bailar tango en vivo, en un ambiente familiar, y definitivamente el cupido de este baile me lanzó una fecha: me enamoré del todo. Ya no había vuelta atrás. Pero pasaron unos años más hasta que pude comenzar a tomar clases de verdad.
Los comienzos me parecieron difíciles: a mis primeras clases iba sin pareja, éramos pocos y los niveles mezclados, y como de costumbre, los chicos brillaban por su ausencia. Iba con ilusión de aprovecharlas e hice todo lo que pude, teniendo en cuenta que me pasaba los días esperando a que apareciera algún chico. Luego me desesperaba porque me tocaba siempre el nuevo, y casualmente siempre era un chico cuyo único movimiento natural en él era el latido de su corazón, y también ese levantamiento de "birra en barra" tan típico español adoptado tras las salidas del sábado noche.
Me acuerdo que en aquellas clases me esforzaba mucho en adoptar la postura que yo creía que se ajustaba más a las indicaciones del profesor, solo que al final exageraba en lugar de hacer los movimientos de forma natural, y parecía que en lugar de bailar, hacía algún tipo de contorsionismo. Creo que sobreviví a ese primer año de clases por mi amor por el tango, sin duda.
PARTE I
Ya estaba encandilada con el tango cuando decidí aprender a bailarlo. Mi mejor amigo por entonces era argentino, pero no bailaba tango, así que no me costó mucho "engañarle" para que se apuntara a unas clases conmigo. Nos presentamos allí, en aquella sala de baile para comenzar nuestros primeros pasos. Yo estaba super-emocionada, pero la ilusión se me fue rápido al darme cuenta de que aquello no era el tango que me había enamorado a mi y que conozco hoy en día, el que es puro abrazo. Creo que solo fuimos a un par de clases. Mi carrera como la más inconstante del planeta en asistir a clases empezó por entonces.
Al año siguiente o quizás a los dos años, vi por primera vez bailar tango en vivo, en un ambiente familiar, y definitivamente el cupido de este baile me lanzó una fecha: me enamoré del todo. Ya no había vuelta atrás. Pero pasaron unos años más hasta que pude comenzar a tomar clases de verdad.
Los comienzos me parecieron difíciles: a mis primeras clases iba sin pareja, éramos pocos y los niveles mezclados, y como de costumbre, los chicos brillaban por su ausencia. Iba con ilusión de aprovecharlas e hice todo lo que pude, teniendo en cuenta que me pasaba los días esperando a que apareciera algún chico. Luego me desesperaba porque me tocaba siempre el nuevo, y casualmente siempre era un chico cuyo único movimiento natural en él era el latido de su corazón, y también ese levantamiento de "birra en barra" tan típico español adoptado tras las salidas del sábado noche.
Me acuerdo que en aquellas clases me esforzaba mucho en adoptar la postura que yo creía que se ajustaba más a las indicaciones del profesor, solo que al final exageraba en lugar de hacer los movimientos de forma natural, y parecía que en lugar de bailar, hacía algún tipo de contorsionismo. Creo que sobreviví a ese primer año de clases por mi amor por el tango, sin duda.
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domingo, 1 de febrero de 2015
Rompiendo barreras
Dicen que si se quiere ser feliz, no hay que escuchar todo lo que a una le dicen, ni creer todo lo que una ve, y tampoco decir todo lo que una sabe. Sin embargo en el tango sí hay que darlo todo cuando una regala un abrazo y eso sí es necesario para ser feliz mientras bailas y hacer feliz a la persona con la que bailas. Pero darlo todo no es sencillo porque eso incluye abrazar y sentirse cómoda haciéndolo.
Hace unas semanas conocí a una chica principiante cuya pareja sentimental, por la que me imagino que ella empezó a bailar tango, ya era bastante más experimentado que ella. No se la veía cómoda en la milonga. Al principio pensé que era porque era principiante y no conocía a nadie, pero suponer a veces no es suficiente. Tras hablar con ella un rato y preguntarle por la milonga y si se lo estaba pasando bien, charlamos un rato y me confesó que a ella que costaba abrazarse a extraños y que por eso se encontraba algo fuera de lugar. Lo comprendí: al principio es algo que a casi todas las mujeres nos pasa en algunos países, quizás por cultura o educación.
Pero ocurre algo importante: una chica que no se siente cómoda abrazando a extraños, no puede darlo todo bailando con ellos. Así que lo primero y más importante parece ser que es romper esa barrera si una quiere disfrutar del tango y hacer que su pareja también lo disfrute. Algunas personas pensarán que es una tontería, que es tan solo cambiar una actitud, pero la verdad es que no es tan sencillo. Abrazarse a alguien es algo íntimo, es compartir mucho, y los reparos, los miedos y las manías, son espinas difíciles de quitar.
¿Qué hacer entonces? La respuesta no la sé. Sin embargo yo una vez estuve en ese punto: no sabía abrazar, me incomodaba, y más aún si se trataba de extraños o de personas que incomprensiblemente me producían incomodidad. Lo que yo hice fue bailar en abrazo abierto hasta que poco a poco fui conociendo a la gente local, ganar confianza, y una vez que esto fui capaz de hacerlo con mis amigos, y luego con mis conocidos, pude hacerlo con desconocidos. Es un proceso lento, y la mayor traba con la que se suele encontrar una milonguera es que hay milongueros a los que por lo general les gusta bailar en abrazo cerrado, no quieren bailar con una chica en abrazo abierto porque es algo más frío y es como perder la esencia misma del tango. Tengamos en cuenta que, al fin y al cabo, el tango es abrazo.
Hace unas semanas conocí a una chica principiante cuya pareja sentimental, por la que me imagino que ella empezó a bailar tango, ya era bastante más experimentado que ella. No se la veía cómoda en la milonga. Al principio pensé que era porque era principiante y no conocía a nadie, pero suponer a veces no es suficiente. Tras hablar con ella un rato y preguntarle por la milonga y si se lo estaba pasando bien, charlamos un rato y me confesó que a ella que costaba abrazarse a extraños y que por eso se encontraba algo fuera de lugar. Lo comprendí: al principio es algo que a casi todas las mujeres nos pasa en algunos países, quizás por cultura o educación.
Pero ocurre algo importante: una chica que no se siente cómoda abrazando a extraños, no puede darlo todo bailando con ellos. Así que lo primero y más importante parece ser que es romper esa barrera si una quiere disfrutar del tango y hacer que su pareja también lo disfrute. Algunas personas pensarán que es una tontería, que es tan solo cambiar una actitud, pero la verdad es que no es tan sencillo. Abrazarse a alguien es algo íntimo, es compartir mucho, y los reparos, los miedos y las manías, son espinas difíciles de quitar.
¿Qué hacer entonces? La respuesta no la sé. Sin embargo yo una vez estuve en ese punto: no sabía abrazar, me incomodaba, y más aún si se trataba de extraños o de personas que incomprensiblemente me producían incomodidad. Lo que yo hice fue bailar en abrazo abierto hasta que poco a poco fui conociendo a la gente local, ganar confianza, y una vez que esto fui capaz de hacerlo con mis amigos, y luego con mis conocidos, pude hacerlo con desconocidos. Es un proceso lento, y la mayor traba con la que se suele encontrar una milonguera es que hay milongueros a los que por lo general les gusta bailar en abrazo cerrado, no quieren bailar con una chica en abrazo abierto porque es algo más frío y es como perder la esencia misma del tango. Tengamos en cuenta que, al fin y al cabo, el tango es abrazo.
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