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martes, 29 de agosto de 2017

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme

Repetía. Volvía una primavera más a Lezuza, a ese hermoso lugar, a esa fábrica de la luz, que haciendo justicia debería llamarse la fábrica de la luz y el amor: ese sitio mágico que carga las pilas como pocos lo hacen, e invita a relajarse con ese sonido del agua al pasearse por el cauce del riachuelo.

Mi objetivo principal no era bailar, sino estar allí, compartir, reír, relajarme, disfrutar de la compañía de amigos. Aun así bailé y disfruté de la música de Alejandro Gonzales, Eric Heleno y Leo Mercado, y disfruté mucho compartiendo abrazos. Aproveché a dormir más, a asistir a más actividades diurnas, como por ejemplo, una de mis favoritas - el siestango-, que no revelaré en qué consiste porque estropearía la sorpresa para los nuevos milongueros que vayan otros años. Pero aquí va una confesión: no es lo que esperas, es genial, una increíble experiencia.

Durante todo el fin de semana hubo una masajista -Anabel-, con una energía muy especial, que a través de masaje y las vibraciones de un cuenco tibetano, conseguía hacer maravillas en los cuerpos y almas de los milongueros que nos poníamos en sus manos. Y obviamente el mío fue uno de ellos.

La sorpresa nocturna de este año no fue la magia de un bandoneón, sino la de una guitarra, una preciosa voz brasileña, un chelo, y algún instrumento más, que en directo, me hicieron soltar alguna que otra lagrimilla. Pero sé que hubo muchas lagrimillas que regaron la tierra de aquella estructura de barro y madera, con su fuego, bajo las estrellas de una despejada noche.  

Fue bonita la despedida también, en el pueblo, desayunando todos juntos antes de emprender el viaje de vuelta a casa. Y fueron también especiales los momentos vividos, confesiones, y promesas que se vivieron esa mañana.

Lo que más me gusto del fin de semana fue el ambiente creado por los anfitriones y por la buena onda de todos los que participaron en el evento. Disfrutamos también de comidas al aire libre, siestas, chapuzones en la piscina natural de la propiedad, de una comida exquisita y vegetariana... incluso de los mosquitos, que hicieron que más de un milonguero se ofreciera voluntario a extender el aceite de lavanda por el cuerpo de una..... ¡qué gusto!¡qué manos!

martes, 22 de agosto de 2017

Lo que tiene que hacer una milonguera para bailar

En una milonga llena de mujeres, una suele pasar cierto tiempo sentada, charlando o simplemente observando. A veces, una oye conversaciones alrededor sin querer. Una de esas veces escuché a dos chicas hablando sobre una chica sentada sola y un milonguero que según ellas, le miraba porque quería bailar con ella. Se aburrían, no cabe duda. Yo también, así que saqué el traje de cotilla, y escuché cómo retransmitían el "partido" que ellas veían en su imaginación, y he de reconocer que aquello me inspiró para escribir esta entrada.

Las dos estaban de acuerdo en que ella, con su actitud, ni estaba interesada en él, ni estaba interesada en que nadie la invitara a bailar. Llegaron a esta conclusión porque ella no sonreía, no paraba de mirar al suelo, al refresco que tenía sobre la mesa, o a todos los lados, pero sin fijar la mirada demasiado tiempo en ningún milonguero o lugar, y además, jugaba con el borde del mantel de la mesa. Según ellas, si algún milonguero intentaba cabecearla, se iba a encontrar en una misión imposible. Estaban de humor, y tan aburridas que incluso apostaron una cerveza a que no la verían bailar en toda la noche. Casi me dieron ganas de participar en la apuesta: hubiese apostado al NO.

Para bailar hay que tener actitud:

Es importante sentirte cómoda contigo misma, con tu ropa, tus zapatos, el ambiente, la gente, y si no es así, haz lo que sea para conseguirlo.

La suerte se busca, no se espera: una opción recomendable es levantarte de vez en cuando de tu silla/mesa y moverte a otros lugares.

Socializar también ayuda: se puede charlar con la gente que tienes cerca, una vez que la tanda está empezada y no tienes pareja para bailar, o ir a la barra a tomar algo, ya que un lugar donde la gente es más propensa a relacionarse.

Ubicarte bien multiplica tus opciones: colocarte detrás de una columna no ayuda, quizás si te pones de pie en lugares estratégicos, aunque no tiene porqué ser cerca de la pista, pero sí en un lugar en el que puedas observar, mirar y sonreír a los milongueros con los que te gustaría bailar.

Elige: no olvides que tú eliges también con quién quieres bailar. Una vez marcados tus objetivos (milongueros con los que te apetece bailar), mírales unos segundos mientras les sonríes, así sabrán que estás abierta a aceptar una invitación. Luego, lo más probable es que alguno de ellos te cabecee si también quiere bailar contigo, y si no, ¡recuerda que el mar está lleno de peces!

martes, 8 de agosto de 2017

Lo que todas tienen en común

Hablo de las milongas por España. Casi todas las que conozco tienen varias cosas en común:

Una pista de baile generosa rodeada de sillas. Podríamos tener una pista más reducida de tamaño con mesas alrededor para que el lugar sea más amigable y la gente pueda, además de bailar, socializar. Supongo que entonces, todos esos milongueros que necesitan algún que otro kilómetro cuadrado de pista para poder hacer sus figuritas, no tendrían espacio suficiente. Lo cierto es que con el tamaño de las pistas actuales, siempre termina habiendo algún que otro pequeño accidente, con lo cual, quizás tenemos exactamente lo que necesitamos.

Un suelo de material duro, generalmente de baldosa, bastante incómodo para el baile. Hay pocas pistas de madera idóneas para milonguear donde las articulaciones no sufren. Sin embargo, he de señalar que cada vez hay más suelos de madera, sobre todo en las milongas habituales. Lo cierto es que tampoco hay muchas milongas, así que nos podemos permitir tener suelos como esos porque nuestras articulaciones no sufren mucho tiempo.

Escasea la variedad de milongueros varones, nuevos milongueros o guiris visitantes. Se extraña poder bailar de vez en cuando con diferente gente, descubrir nuevos abrazos. Aquí todos nos conocemos, de hecho, cuando vamos a una milonga nueva, lo único nuevo, es precisamente la milonga. Pero no nos aburrimos porque siempre hay sorpresas: un milonguero que cansado de bailar con las mismas chicas prueba su faceta de Dj, o un milonguero que después de milonguear tres o cuatro años, una o dos veces al mes, decide que ya es un maestro del tango. Y siempre están también los cotilleos amorosos.

Lo genial de nuestras milongas -de todas ellas-, es que hay un ambiente de familiaridad entre los milongueros. No somos tantos, muchos son los que nos conocemos, y es por eso también que siempre tenemos la certeza de encontrar una sonrisa en una cara amiga.

La misma música. Parece que hay gente que nunca, absolutamente nunca se cansa de los mismos temas. Si hay un osado Dj que pone algo diferente, la gente no baila, y lo que es más, aplauden cuando toca tanda de temas hiper-conocidos. ¡Y dicen que hay un millón de tangos! Pero bueno, es cuestión de que todos aprendamos más a escuchar música... todo llegará, nuestra comunidad es aún muy joven.




martes, 1 de agosto de 2017

Bigfoot

A veces pasas un fin de semana tan estupendo bailando, disfrutando de los abrazos, de la música y del ambiente, que llega un momento que aunque quieres, no puedes seguir bailando. Tus pies duelen y cada pisada es como el sentir de un clavo. Sabes que has llegado a tu límite y entonces empiezas a pensar en cortarte los pies e implantarte unos nuevos... pero obviamente no es posible, así que te descalzas, los masajeas y esperas el milagro de que en un rato duelan un poco menos y así poder robarle a la noche dos o tres tandas más.

Estaba en uno de esos momentos cuando sonó no tanda de Canaro, bonita, romántica, y allí estaba el, un gigante de hombre, como un Bigfoot, tan descalzo como yo, moviendo todo su cuerpo al son de la música. Él, evidentemente, también estaba meditando si cortarse los pies era buena idea o no.

Entonces me miró y ladeando la cabeza, sonriendo y levantando las cejas a la vez, me dijo: ¿qué? ¿Te atreves...?". Miró sus pies, miró los míos y yo le dije... "noooo, ¿estás loco?". Y me respondió: "¿y si bailamos aquí, fuera de la pista..., creamos una milonga para los dos?". ¡Ayyy....! ¿Cómo puede una resistirse a eso? Me levanté y fui en busca de sus brazos. Fue una experiencia divertida en un estupendo abrazo, y además, sorprendentemente relajante para los pies.

El suelo estaba algo frío y mis pies quedaron algo destemplados, pero afortunadamente eso también ayudó a desinflamarlos un poco. Según terminaba la tanda, le dije riendo que me lo había pasado genial bailando con él pero que tenía que calzarme porque se me habían quedado los pies fríos. Me dijo que los suyos estaban calientes aún y que ojalá hubiera una piscina con cubitos de hielo. Así que en un arranque de esos míos, fui y me subí a sus pies, para enfriárselos. No me esperaba su reacción, una especie de medio-grito de sorpresa y gemido de placer, que hizo que varias cabezas miraran hacia nosotros, yo me pusiera de todos los colores del arco iris, y que luego nos echáramos a reír. Sus pies, quedaron más fríos, masajeados, y listos para disfrutar de otra tanda conmigo… una vez calzados de nuevo.

martes, 25 de julio de 2017

Como un lapa

Era un evento de fin de semana, y tan pronto le vi en la pista quise fundirme en su abrazo. Le perseguí con la mirada durante toda la noche del viernes, pero él no miraba, o miraba y desviaba la mirada. Esa noche no tenía que ser... quizás ninguna, es cosa de dos.

Al día siguiente hubo una milonga de tarde a pleno sol, en un suelo que parecía el de una casa del terror: tableros de madera mal alineados, inclinados, con agujeros, y que invitaban a romperse los piños contra el suelo. Así que yo, muy dada a todo tipo de accidentes, después de bañarme en crema de sol de protección 50, me quite los tacones, me calcé unas zapatillas de baile y un vestidito muy veraniego con un escote de vértigo. Mi objetivo: bailar con él.

Allí lo vi de nuevo, sentado en un banco de madera tan firme y estable como la misma pista de baile. Fui a buscar hueco en el extremo del banco, a su lado, un instante después de que una chica se levantara del otro extremo. Y como las leyes de la física mandan, el banco primero subió y luego bajó de golpe cuando mi trasero encontró apoyo. El meneo que el pobre chico dio lo hizo chocarse ligeramente contra mí, ocasión que aproveché para entablar una mini-conversación. Justo entonces comenzaba una tanda de milongas y uno de sus pies empezó a golpear rítmicamente el suelo. Le mire, me miró y me preguntó: ¿eres chica de milonga? Y como una bellaca, mentí sin pestañear: "claro!"

Lo cierto que es bailo muy poco milonga, pero el no. La tanda, entre risas y risas, salió bien, conectamos, y al final me dijo: "pues sí, eres una chica de milonga". Y yo le dije "y también de tangos, así que si te apetece, quizás a la noche podríamos bailar una tanda". Sonrió, nos despedimos.

Llegó la noche del sábado y también la milonga de despedida del domingo. Me iba a ir a mi casa sin probar de nuevo su abrazo. Sonaba la última tanda cuando decidí que solo le iba a mirar a él y brindarle la mejor de mis sonrisas... ¡y funcionó! Me miró, cabeceó y nos fundimos en un maravilloso abrazo al borde de la pista. Lo que siguió después fue pura conexión, tanta y tan intensa, que pegados como una lapa a la roca, no nos separamos ni un milímetro entre tema y tema, fue tan intenso, que dos minutos después de terminar la tanda seguíamos abrazados, sin articular palabra alguna, sin querer que el momento terminara.

martes, 18 de julio de 2017

Todos los caminos conducen a Roma

Una milonga preciosa, ideal: amplia, con mesas ubicadas adecuadamente alrededor de la pista, con espacio suficiente para pasar cómodamente entre y por detrás de ellas; suelo de madera, cuidado con mimo; sonido limpio, elección musical que mantenía buen nivel de energía y la pista llena; luz tenue, ambiente relajado; fluidez de pista, sin peligros.

Yo estaba sentada en un bonito sillón rojo, con esa mala costumbre que tengo de cruzar las piernas, y disfrutando del ambiente y de una copa de vino blanco francés. Me sentía relajada, feliz, en las nubes. Hacía un tiempo que sentía su mirada constante sobre mí, esperando a que me girara y él pudiera invitarme mediante cabeceo. Le había visto bailar y sé que disfrutaría con él, pero la tanda no me gustaba. Esperé.

La tanda siguiente era una preciosa de Caló, me apetecía bailarla. Me giré, le mire, y allí estaba él esperando que nuestros ojos se encontraran. No dudó y me cabeceó. Sonreí, asentí y nos dirigimos a la pista. Una vez allí, parecía que no le gustaba el lugar del borde de la pista por donde debíamos incorporarnos, así que para mi sorpresa, salió corriendo (literalmente), cruzando la pista por medio, al otro extremo. Me quedé perdida, estupefacta, y pensando que aquel hombre había perdido la cabeza. Ni siquiera miró atrás para ver si yo le seguía. Dicen que todos los caminos conducen a Roma pero, ¿es realmente necesario recorrer todo el globo terrestre para llegar a ella?

Una vez que pude reaccionar al verle sonreír desde el otro extreme, me entró la risa por la situación absurda y seguí el juego y su locura aprovechando que la pista estaba calentando motores y que la gente aún estaba conectando en el abrazo: crucé a paso ligero sin parar de reír y me fundí en su abrazo.

Mereció la pena el deporte de riesgo de cruzar la pista y la cara de más de un milonguero cuando lo hice... me regaló una tanda fantástica, a la que siguieron unas cuantas más a lo largo de la noche. Fue uno de esos cuatro abrazos mágicos que descubrí aquella noche.

martes, 27 de junio de 2017

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

En el último año la vida nos ha dejado de prestar los abrazos de varios amigos de la comunidad milonguera española, y digo prestar, porque considero que fueron un regalo. Es en recuerdo a ellos que escribo estas palabras.

Hay una famosa canción que dice que algo se muere en el alma cuando un amigo se va... y yo solía estar de acuerdo, pero ya no. Lo cierto es que personalmente ya no siento que algo se me muere en el alma cuando alguien a quien quiero se va: tan solo se me encoje, por la pena de los momentos que ya no compartiremos, por la tristeza de no disfrutar más de su sonrisa y sus abrazos. 

Pero llega un momento en el que el alma vuelve a expandirse, cuando la pena se evapora con el tiempo y se convierte en bonito recuerdo, de los momentos vividos, la buena energía compartida en vida. Luego, además, el alma crece, al dar las gracias a la vida por haber podido disfrutar de esa persona, aunque haya sido por poco tiempo. Así siento que tengo trocitos de bastantes personas en mi alma, y siento por ello que cada día esta se hace más grande.

Para sentirme así, he tenido que aprender a canalizar en lugar de contener; a sonreír en lugar de llorar en el recuerdo... he tenido que aprender a dejar ir.

Recientemente me ha llegado una invitación especial, ya que se trata de una milonga en homenaje al último de ellos que nos dejó con su recuerdo: Javier Viribay. Me parece una bonita forma de recordar a alguien, de dar el primer paso para convertir las lágrimas en una bonita sonrisa.

Para quien quiera y pueda ir, la milonga tendrá lugar el día 15 de julio a las 20:00hrs en el Museo Artium de Vitoria-Gasteiz.

viernes, 28 de octubre de 2016

Cuando nos precipitamos

Aunque no me acuerdo cuando ni dónde fue, sí me acuerdo del momento de confusión que viví aquella noche.

Había llegado tarde a aquella milonga, pero me senté en una mesita que acababan de desocupar. Contenta por mi suerte fui a por una bebida, que pensaba tomar tranquilamente mientras observaba cómo andaba la pista. Pero no llegué a acabarla porque ansiosa como estaba por bailar, ya que hacía tiempo que no milongueaba, acepté la primera invitación que me hicieron. Fue una invitación directa, y como la mayoría de las veces que he aceptado una invitación directa de una persona que no conozco y sin haberla visto bailar antes, aquella, también terminó un desastre que no merece la pena relatar.

Pero aceptar aquella invitación también tuvo su parte buena porque recordé que la ansiedad no suele ser buena compañía. Así que después de terminar la tanda, me senté de nuevo y decidí terminar tranquilamente mi copa. Entonces entraron dos chicas, y al ver que en mi mesa había sillas libres, pidieron permiso y se sentaron conmigo. Al parecer, eran chicas a las que muchos conocían en la milonga.

No tardó en llegar un cabeceo para una de ellas, o lo que creí que era un cabeceo (yo, y las dos chicas que estaban sentadas conmigo). Un chico, como a unos tres metros de distancia, hizo un gesto con la cabeza, mirando a una de ellas y entendí que era una invitación. Se miraron entre ellas brevemente, pero una se levantó para dirigirse a él sonriendo, supongo que con la misma enfermedad de ansiedad por bailar que yo había mostrado un rato antes. Pero entonces él reaccionó de forma extraña, ya que se dio media vuelta y se fue. Si yo me quedé confusa, las chicas todavía más.

Hoy en día, cada vez que recuerdo aquello, intento controlar esa ansiedad que nos invade a las milongueras cuando vamos a un lugar nuevo a bailar y hace tiempo que no nos ponemos los tacones. Suelo intentar asegurarme de que el cabeceo es para mí, quedándome sentada, mirándole y sonriéndole, pero esperando a que él se acerque y confirme el cabeceo. Pero cierto es que alguna vez lo he olvidado y he sido yo la que ha tenido que disimular dirigiéndome al baño o a la barra, porque el cabeceo no era para mí... ;-)


martes, 3 de noviembre de 2015

Una sugerencia muy atrevida

Dicen que la ignorancia, el exceso de ego y la impaciencia hacen que las personas se vuelvan osadas.

Aquella era una milonga de tarde de lo más tranquila. Estaba sentaba en una mesa con dos parejas de amigos y casi todas las mesas estaban vacías, a excepción de una ocupada por tres chicos que no conocía. Miré hacia su mesa y dos de ellos me cabecearon pero desvié la mirada para evitar malentendidos. Aproveché la ocasion para preguntar a mis amigas si les conocían o habían bailado con ellos, tal y como hacemos las milongueras a menudo. Solo una de ellas había bailado con uno de los chicos y me dijo que no le había gustado. Aún así, yo tenía muchas ganas de bailar esa tanda de milongas que tanto me gustaba y por ello dejé que la impaciencia me volviera atrevida para hacer algo nada aconsejable en la milonga, y menos aún en una tanda de vals o milonga: aceptar una invitación a ciegas, sin saber cómo baila el milonguero.

Me encontré con él en la pista: un chico ansioso, que sin saludarme y casi sin terminar de cerrar el abrazo, comenzó a bailar. No empezó muy bien, pero a veces no se trata de los comienzos, sino de cómo son los finales, y por eso intenté relajarme. El primer tango fue un desencuentro total entre ambos, así que intentamos una segunda milonga, que terminó igual que la primera. Fue entonces cuando él hizo su primer comentario sobre nuestros diferentes estilos, como queriendo justificar la falta de conexión que había entre ambos. Supongo que levanté las cejas como siempre hago y no puedo evitar, pero sonreí y no dije nada.

Comenzó la tercera y última milonga de la tanda, y creo que es entonces cuando su frustración empezó a ser evidente y al finalizar la tanda me preguntó quiénes eran mis profesores, entiendo que en un intento de identificarlos para jamás tomar clases con ellos. Cuando yo le contesté que no tenía profesores (en ese momento no tomaba clases, así que no mentí), me miró y haciendo un gesto de entendimiento sentenció: "pues deberías". He de reconocer que no me quedo muda muy a menudo, pero en esa ocasion lo hice, de puro asombro. Cuando desapareció de mi vista, sin haberme acompañado a la mesa, dude entre reírme o escribir su nombre en la lista negra milonguera cuyo título dice "asnos que te encuentras en la milonga".

Durante la tanda siguiente decidí tomar un vino y un dulce, relajarme, y no dejarme amargar por un comentario como aquel. Fue entonces cuando me encontré con un chico que hacía dos años que no veía y no bailaba con él. Tras charlar un rato, me invitó a bailar y me brindó dos maravillosas tandas: fue increíble. Definitivamente,  una de mis experiencias religiosas de aquel fin de semana: me hizo volar, olvidar y sonreír de nuevo.

Poco después, estaba de nuevo relajada, disfrutando del vino, cuando me topé con un amigo con el cual estuve charlando de diversos temas. También le conté la anécdota de la tanda de milongas, en un intento de desahogarme un poco. Estuvimos bromeando un rato y me preguntó quién era el chico. Estaba fácil de localizar allí sentado en una mesa, en primera fila, observando la pista, con su pose y su camisa marrón.

Poco después sonó una tanda de milongas. Fue entonces cuando mi amigo me invitó a bailar. Él, que he de confesar, baila milonga de maravilla, hizo parecer a esta milonguera normalita de nivel intermedio como si fuera una bailarina mucho más experimentada. Disfruté muchísimo la tanda a pesar de que estaba algo nerviosa.

Realmente no se si aquel chico osado que me dejó muda me vio bailar o no, pero si lo hizo, seguramente se preguntó dónde había tomado clases desde que había bailado con él hasta ese momento. Y digo esto porque seguramente una persona con semejante ego no es capaz de ni siquiera de considerar que, aunque los demás necesitemos clases, quizás él también necesite unas cuantas... sobre todo de educación y saber estar.

martes, 27 de octubre de 2015

Mejor sola que mal acompañada

Es la típica frase que una madre, una tía o una abuela te dicen cuando eres adolescente y enfadas con una amiga o cuando un amor te abandona. En ese momento lo escuchas y te dan una ganas enormes de mandarlas a cualquier sitio bien lejos de donde estás, porque te sientes herida, triste y sola. Pero el tiempo pasa y las sabias palabras calan el alma y la razón.

Cuando ya eres adulta y estás con una pareja que no te hace feliz, suele ser una tía o amiga la que te dice que si eliges estar en pareja es para estar mejor que sola. Es otra forma de decir lo mismo, pero no sé por qué, al ser algo algo más enrevesado y sonar distinto, da la sensación de que te están dando un consejo más adulto. Al final, en un momento de calma, las sabias palabras encajan con las que ya sabías y pasan al plano consciente: calan de nuevo el alma y la razón.

Para aplicar en la vida tan sabia frase hay que tener valor. Y entonces un día sientes que lo tienes y decides dejar de compartir tu vida con un amor. Duele. Pero el tiempo todo lo cura. Aprendes que también se está bien sola, y que esa soledad, si la abrazas, llegas a entenderla y también a amarla, se puede convertir en tu mejor amiga, un canal maravilloso para conocerte a tí misma como mujer. Hasta que un nuevo amor llega a tu vida, te vuelve a ilusionar, descubres que estás mejor en pareja que sola, porque esta vez, la pareja suma, no resta.

En el tango es igual que en la vida, no solo cuando eliges no bailar a bailar sin disfrutar, sino también cuando aprendes a amar lo que oyes sin tener que ir a la milonga y compartir un abrazo.

Lo curioso es que yo en mi vida todo esto lo hice del revés. Primero quise y busqué estar en pareja, quizás porque todo el mundo lo hacía así, sin previamente aprender a vivir sola. Y en el tango hice exactamente lo mismo. Fue ver un abrazo lo que me enamoró del tango y por ello busqué abrazar y bailar en primer lugar, mucho antes de aprender a apreciar y entender lo que escuchaba. El orden de las cosas importa mucho. Ahora que amo lo que escucho, y tengo pareja después de haber aprendido a vivir sola, tanto bailar tango, como estar en pareja, son muchísimo mejor.

martes, 13 de octubre de 2015

¿El tango es machista?

En la milonga escuchas comentarios de gente cercana a ti que a veces te hacen feliz, otros te entristecen, otros te dejan perpleja, algunos te enfadan, y otros simplemente no los entiendes, y menos aún en una sociedad como en la que vivimos hoy.

Era temprano y los milongueros iban llegando poco a poco, saludando, ocupando mesas, calzándose, preparándose para la noche. Entonces apareció ella, una chica joven, simpatica, a la que conozco desde hace tiempo. Tras saludarnos, decidimos  ponernos al día, pero como de costumbre, terminamos hablando de tango, de códigos milongueros, de abrazos, de cuales nos gustaban y cuales no.

Me dijo que a ella le gustan los abrazos firmes y cerrados y que no le importan los abrazos en los que apenas puede moverse, ya que es el hombre quien marca y la mujer quien sigue, y que al fin y al cabo, el tango es un baile machista. A mí también me gusta el abrazo cerrado y firme, pero también me gusta que se pueda respirar en él y que sea flexible, y lo que definitivamente no me gusta es que el hombre me anule y no se moleste en "escucharme" al bailar.

Me quedé sorprendida por su explicación de que el tango es un baile machista. En mi opinión, ningún baile lo es y el tango menos. Es el milonguero -y para nada todos lo son-, quien es machista, baile o no baile tango. Lo que no cabe duda es que si él es machista, le conviene decir que el tango también lo es, para así excusar su comportamiento con las milongueras y en la milonga.

Algunos dicen también que el cabeceo es machista. De nuevo opino que es una tremenda tontería. Quizás el que cabecea lo es, pero el cabeceo en sí no lo es. En el cabeceo, es ella quien mira a los milongueros con los que quiere bailar; luego son ellos quienes al percibir su mirada, si comparten el deseo de bailar con ella, extienden su invitación en forma de cabeceo; y finalmente es ella quien lo confirma o no. El cabeceo es un acuerdo no verbal totalmente bilateral.

Yo creo firmemente que el tango es un canal de la comunicación entre dos personas que se abrazan. Lo que hace que esta comunicación sea bilateral es el respeto mutuo y la escucha por ambas partes hacia la otra persona, en la que hay una propuesta y una aceptación o no del movimiento. Es un tango libre, nada machista si la persona que propone el movimiento tampoco lo es, respeta y tiene en igual consideración a la otra persona. Sin embargo, lo que hace que esta comunicación sea unilateral es un milonguero que impone su voluntad, que no cuenta con ella salvo para que le siga y haga lo que él manda. Este ultimo caso es el claro ejemplo de un milonguero machista, que seguramente en la intimidad de su casa es exactamente igual: autoritario, con un ego inmenso y un orgullo muy acentuado.

¿Y qué tiene que ver el machismo con el tango? Lo mismo que la moda, el cine, las relaciones entre personas, las relaciones laborales, familiares, y otros muchos aspectos de la vida misma. El tango es tan solo un elemento más en el tiempo y en el espacio, en el que se ha tratado y considerado a la mujer de una manera determinada a lo largo de la historia.

martes, 6 de octubre de 2015

Las siete maravillas del mundo

Me acuerdo que leí por Facebook una historia, real o no, en la cual preguntaban en la escuale cuales eran las siete maravillas del mundo. Algunos alumnos, obviamente pensando en el mundo antigüo, contestaron El Mausoleo de Halicarnaso, La Estatua de Zeus, El Coloso de Rodas, El faro de Alejandría, El Tempo de Artemisa, La Gran Pirámide de Guiza y Los Jardines colgantes de Babilonia. Otros, pensando en el mundo moderno, contestaron que Chichen Itzá, La Estatua del Cristo Redendor, El Coliseo de Roma, El Taj Mahal, La Ciudad de Petra, Machu Picchu, y La Gran Muralla China. Sin embargo, hubo una alumna a la que le hicieron esa misma pregunta y respondió: poder ver, poder oír, poder tocar, poder probar, poder sentir, poder reír y poder amar.

¡Qué gran razón! Nos centramos a veces tanto en las cosas materiales que nos olvidamos realmente de todo aquello que tenemos y que solo por ello, también a veces nos olvidamos de apreciar. En mi caso, sin embargo, hay algo que me lo recuerda constantemente: la milonga.

Porque en la milonga VES.
Ves la cara de felicidad de una milonguera cuando baila, el semblante relajado de un milonguero que disfruta de su tanda favorita, la tenue luz de algunas velas que rozan las sonrisas de quienes comparten un abrazo, los preosos trajes y vestidos al moverse al compás, la madera de un piso que luce desgastado, o un abanico susurrando mientras da vida.

Porque en la milonga OYES.
Oyes las notas que salen de un violin formando una frase, la respuesta de un bandoneón, el piano juguetón que quiere alegrar y entrometerse en esa conversación, o los suspiros de los milongueros.

Porque en la milonga TOCAS.
Tocas, rodeando con tus brazos el cuerpo de otra persona, fundiéndote con ella, mientras te reconforta y la reconfortas con tu calor humano, y haces más que tocar, porque a veces rozas el alma de la persona con la que compartes un abrazo.

Porque en la milonga PRUEBAS.
Pruebas los dulces que comparten los amigos para reponer fuerzas a mitad de la milonga, los vinos y sus aromas que llenan las copas de cristal repartidas sobre las mesas, o el perfume en la piel de distintos milongueros, cada cual aportando su toque especial.

Porque en la milonga SIENTES.
Sientes el calor de un abrazo, las miradas cómplices de otras milongueras, esa conexión que va más allá de las palabras, la felicidad que te invade cuando disfrutas una tanda, o el aliento que se va cuando te eriza la piel el sonido de un bandoneón.

Porque en la milonga RÍES.
Riés cuando la felicidad te invade, cuando te pones nerviosa y no te entiendes con la pareja, cuando ves una escena de complicidad, un juego entre dos o el ingenio al interpretar un tango, cuando abrazas a una amiga que no ves desde hace tiempo, o cuando observas la pista y simplemente ves a alguien disfrutando, con cara de felicidad.

Porque en la milonga AMAS.
Amas, cuando compartes esa música que te llega al alma con otras peronas que tienen la misma pasión por ella que tú, cuando abrazas a los amigos y les pasas tu energía positiva, cuando eres considerado con los demás en la pista, cuando regalas sonrisas, cuando cierras los ojos y sientes felicidad, cuando la das, y sobre todo, cuando das gracias a la vida por estar donde estás.

martes, 22 de septiembre de 2015

Volviéndote poco social

Último día de un fin de semana precioso en un maratón de tango. Era domingo a mediodía, o lo que es lo mismo, la mañana para los milongueros. De forma relajada, los "madrugadores", menda incluida, tomábamos un brunch mientras charlábamos. Allí había una chica con la cual compartía una amiga en común, así que nos reconocimos y la conversación se dio de forma natural. A la media hora ya estábamos confesándonos, hablando de milongas, de cómo nos sentíamos, lo que nos gustaba y lo que no: entrando en ese ciclón de experiencias y sentimientos que la otra cuenta, luego tú te sientes identificada, asientes, y sigue así una tras otra, primero ella, luego tú, y así hasta que los minutos pasan y pasan sin enterarse. Entendimiento y pequeñas confesiones milongueras.

Es así como en un momento dado ella me contó que con el tiempo se había vuelto algo menos sociable en las milongas y los eventos de tango, y que incluso a veces, evitaba a cierta gente con la que no quería bailar, por muy bien que le cayeran a nivel personal. Me quedé sorprendida, pero no por el contenido de lo que decía, sino porque me sentí, una vez más, identificada con ella.

La razón que me dio esta madrileña no me sorprendió para nada: según ella, si charlas con algunos hombres, amigos, conocidos o no (pero más aún si son conocidos), eso genera una invitación por parte de ellos en algún momento de la noche, y además, con la excusa de que "hay confianza" porque ya habéis hablado. Supongo que entienden que si hay buena onda fuera de la pista eso significa que estarás encantada de bailar con él. Pues no: muchas veces no es así y con esa invitación directa te compromete. Y claro, si es amigo o de tu entorno de tango, si rechazas su invitación, casi siempre declaras una guerra, lo quieras o no. Y no hay duda de que así es porque por mucho que digan que no les molesta que les rechacen, la verdad es que sí que les molesta.

Al final, para evitar esos malos momentos de tener que rechazar una invitación o bancarte una tanda que no vas a disfrutar, algunas milongueras optamos por ser poco sociales con todas aquellas personas con las que no nos gusta bailar, por miedo a encontrarnos ante la tesitura de aceptar o no la invitación. Es una pena y al mismo tiempo una cobardía, de la que yo soy culpable a veces, pero cuando no lo soy, corro el riesgo de tener a alguno persiguiéndome toda la noche por la milonga para invitarme a bailar, sin querer enterarse de que no estoy interesada, y eso sí que es incómodo. O peor aún, como tampoco he ido a la milonga para que otros se lo pasen bien y yo no, rechazo invitaciones y claro, todos sabemos lo que pasa después. Injusto, pero es así.

martes, 15 de septiembre de 2015

Las botas de monte, por si acaso

Aquel verano fui a un encuentro de tango en el que el año anterior me lo había pasado muy bien por el ambiente dentro y fuera de la milonga, debido a todas las actividades que se ofrecían, muchas de ellas, en contacto con la naturaleza. Recuerdo que las milongas no me habían emocionado mucho, pero me lo había pasado muy bien en general y es eso lo que en realidad me importaba.

Llegué justo cuando empezaba la primera milonga, que tenía lugar exactamente en el mismo lugar que el año anterior, en una sala rectangular, con suelo de baldosa y sillas junto a las paredes. No era una distribución que me gustara, pero lo importante iban a ser la música y los abrazos. Tras saludar a unos cuantos amigos, me senté a observar la pista mientras me calzaba.

En la milonga había dos grupos de milongueros: los más mayores, a los que después de observar un buen rato, solo vi uno o dos con los que estaba segura que disfrutaría una tanda; y los algo más jóvenes, que escaseaban bastante y estaban rodeados de muchas chicas, la mayoría amigas, con las que seguramente bailarían toda la noche. Efectivamente el tiempo me daría la razón. Asimilé el panorama y decidí estar atenta a posibles cabeceos, pero después de enterrar bien los pies en la tierra, me dediqué charlar con amigas y tomar unas copas en lugar de intentar tandas imposibles. La milonga no invitaba a nada más.

Entre mis amigas, hubo una que visto el panorama y consciente de que una de esas tandas maravillosas que te hacen ir a la cama con una sonrisa seguramente no iba a llegar, a mitad de la milonga y algo molesta por haber renunciado a otras cosas por ir a bailar, se quitó los zapatos, y se fue a casa. Creo que no bailó ni una tanda. Me apenó verla partir, pero en el fondo yo deseaba hacer lo mismo, solo que no podía porque no había ido sola.

Aún así, la imité un par de horas después, cansada de esperar y del largo día después de un viaje en coche de varias horas tras una agotadora semana de trabajo. No se bien cómo llegué al hotel y creo que es de las pocas noches que me dormí sin desmaquillarme. Esperaba madrugar al día siguiente y poder disfrutar del maravilloso entorno precioso de montaña de Benia de Onís.

Por la mañana calcé mis botas de monte, que conmigo siempre van en el maletero del coche, me junté con gente amante de la naturaleza, y dejamos al tango tan solo como melodía que acompañaba a aquel precioso paisaje. Aproveché bien los días soleados, pero menos mal que así fue, porque el resto de las milongas del fin de semana fueron exactamente igual que la primera: una perfecta decepción.

martes, 1 de septiembre de 2015

La magia de un bandoneón

Era primavera y fui a un evento que se organizaba por primera vez, en lo que ante era una antigua fábrica de la luz y a la vez hogar de una pareja de milongueros, que como anfitriones inmejorables, consiguieron que todos los asistentes nos sintiéramos como en casa.

Aquel hermoso lugar invitaba a la relajación desde el primer momento en el que llegabas. Se oía un constante y lejano sonido del agua que corría por un riachuelo que atravesaba la propiedad. Era especialmente agradable oírlo mientras hacíamos ejercicios de pilates en los jardines de césped verde bajo los árboles que nos daban lo mejor del sol: la sombra. Allí todo era tranqulidad, la comida sana, había servicios de masajes estupendos para los pies de la mano de @Yolitango, y la buena onda flotaba en el ambiente, tanto, que creo que me lo hubiera pasado igual de bien de habernos quedado sin música ni milongas.

Aún así hubo de todo lo prometido, y más, pero no revelaré todo, ya que las sorpresas dejarían de serlo para todos aquellos milongueros que vayan en un futuro por primera vez. La música me gustó mucho, a excepción de un día por la tarde en el que pusieron tango nuevo/alternativo y yo decidí escaparme a dar un paseo y tomar fotos en lugar de bailar. Para ello salí de la propiedad y seguí un sendero hacia una colina donde había una estructura parecida a una plaza de toros pequeña, pero que parecía ser algo bien distinto. Es entonces cuando lo escuché... era un bandoneón. ¡En medio del campo!

Fui acercándome poco a poco hasta que se materializó ante mi. No era mi imaginación, era real. Allí estaba él, Fernando Giardini, practicando, inmerso en su música, y yo robándole parte de ese momento. Saludé, le pedí permiso para escuchar, y tras concedérmelo, me senté allí, con los ojos cerrados, dejándome llevar por su sonido y la acústica del lugar: fue algo mágico.

Aquel fin de semana me llevé alguna tanda en mi corazón pero fue la magia del lugar, la gente que vive en él y los demás invitados y su buena onda los que hicieron de aquellos dos días algo tan especial. El encuentro se llama Mánchame y cómo no, definitivamente os lo recomiendo porque aunque a veces lo creamos así, la vida no es solo tango, es compartir momentos con gente especial, es disfrutar, relajarse, charlar, y a veces, tan solo escuchar y sentir.

martes, 25 de agosto de 2015

Los abanicos, objetos mágicos que desaparecen

Una vez escribí sobre el abanico, con introducción incluida, explicando su origen. Como bien sabeis, en las milongas es común el uso del abanico por ambos sexos para refrescarse cuando hace calor, sobre todo después de una tanda. Obviamente lo que te refrescas es directamente proporcional a las agujetas que tienes en el brazo derecho al día siguiente, con lo cual a veces lo usamos también para combatir el aburrimiento intentando cerrarlo con elegancia de un golpe seco, claro que el desenlace final suele ser una nariz de un tono rojo escarlata de lo más poco favorecedor.

Aunque refrescarse es el único uso que yo conocía hasta hace poco del abanico, he de confesar que quizás pueda usarse también para hacer magia. Sí, he descubierto que los abanicos parecen poseer alguna extraña cualidad que les permite aparecer y desaparecer en cualquier momento.

Ojalá me sirviera para desaparecer yo misma tras el abanico a veces, es decir, ponerlo delante de mis ojos y desaparecer, como imaginaba de niña cuando no era un abanico sino mi mano la que ponía delante de mis ojos y creía que por el hecho de no ver a los demás, ellos tampoco me veían a mí. A veces incluso separaba uno o dos dedos para dejar un hueco y poder curiosear y constatar que seguían sin verme. Es una pena que ya no sea esa pendejita inocente por mucho que a veces me comporte como tal y haga algún intento por esconderme detrás del abanico, eso sí, sin éxito alguno. 

En la milonga el qué hacer con el abanico cuando sales a bailar es todo un dilema. Algunos hombres lo llevan en el bolsillo trasero del pantalón cuando bailan para así poder usarlo entre tango y tango, cosa que me parece perfecta, sobre todo cuando una se sofoca un poco, recoje su pelo, se da la vuelta y le airean un poco la nuca. Otros, lo dejan sobre su mesa o cualquier lugar, para poder usarlo en cuanto regresan de una tanda. Las mujeres también: algunas lo dejamos sobre la mesa, otras los guardamos en nuestros bolsos, sobre todo si son bonitos y buenos porque, por alguna extraña razón, estos últimos son los que más poderes mágicos tienen y desaparecen con más frecuencia que los demás. A veces no vuelven a aparecer, pero otras se da el milagro y la magia se vuelve reversible: vuelven a materializarse en el sitio donde estaban, o a unos cuantos metros, cuando la persona que lo había visto abandonado, queriendo aprovechar ese momento para darle uso, lo devuelve a su sitio antes de que el dueño/a lo reclame o simplemente cuando ya ve a alguna milonguera con cara de disgusto buscando su abanico.

Lo curioso en mi caso es que  parece que tengo ojo para los abanicos mágicos: y los que me regalan y tengo especial cariño, tienen más poderes mágicos aún, pero no por quien me los regala, sino porque son los que menos tiempo me dan para memorizar su color y su tacto. Ya son cuatro los preciosos abanicos de colores que me han desaparecido a lo largo de mi vida de milonguera, así que he decidido que si algún día descubro a algún estudiante del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería por la milonga y resulta ser responsable de la desaparición de alguno de mis abanicos, la que va a hacer magia soy yo haciendo desaparecer alguno de mis abanicos por algún rinconcito mágico de su cuerpo.

martes, 18 de agosto de 2015

El orgasmo de piel

Supongo que todos habéis oído a alguien cercano a vosotros hablar sobre la música y lo que le hace sentir, y supongo también que habréis escuchado algo así como "sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando escuché ese tema". Si leéis en Internet y estáis en Facebook, es probable también que hayáis leído por ahí que ese "escalofrío" al que se refiere tanta gente ya tiene nombre: el orgasmo de piel.

Supongo que se llamará de piel porque se siente por toda la piel del cuerpo, especialmente en los brazos, nuca y cabeza, te deja sin respiración, te altera el corazón, hace que tus lágrimas se formen sin llegar a derramarse, tu boca se entreabre, y finalmente consigue que te relajes como pocas cosas lo hacen en esta vida. Y sí, yo también lo he sentido y es maravilloso: a veces incluso lo he sentido junto a otra persona que también lo estaba sintiendo, y otras veces además, no solo mientras la otra persona lo estaba sintiendo, sino también mientras estaba bailando y abrazada a ella. Esto ultimo me lo ha regalado el tango.

Conocer que existe un nombre para esa sensación hará más fácil explicar a partir de ahora lo que se puede sentir al bailar tango a gente que no lo baile y que quiera saber. Al fin y al cabo, ¿quien no ha sentido algo similar al escuchar su tema favorito de música, sea del género que sea? ¿acaso es casualidad que la gente vaya a conciertos a sentirlso en lugar de sentirlos en soledad en su casa?¿no sera quizás porque en un concierto es compartido con otras personas que lo están sintiendo al mismo tiempo que tú y por ello la sensación es exponencialmente más intensa?

Creo que en el tango ocurre igual: no hay nada comparable a sentirlo mientras abrazas y te abrazan, mientras interpretas lo que escuchas de forma simultánea y con un mismo sentir, mientras sincronizas con tu pareja respiraciones y energías, y mientras se crea tal conexión que a veces partir un diamante en dos parezca más fácil que separar un abrazo.

martes, 11 de agosto de 2015

Ella baila sola

Ella Baila Sola es un grupo que me encanta. Quizás por ellas, Marilia y Marta, por su buena energía, sus letras, su fuerza. Hicieron populares temas como Lo echamos a suertes y Amores de barra tan conocidos. Además, me encanta el nombre del grupo. Trasmite esa idea con la que tanto me identifico: el de una mujer independiente, que baila sola en su vida pero también abrazada cuando quiere, y así es feliz.

En las milongas, algunas veces los Djs ponen temas enteros como cortinas, bailables y que la gente aprovecha para lanzarse a la pista. Es común la salsa, bachata, chacarera, rock, cumbia, pero de otros géneros ni se acuerdan o tan solo te regalan unos míseros segundos. ¡Qué injusto! Pero no seguiré quejándome porque podría ser peor y poner la misma cortina durante toda la noche: eso sí que es insoportable.

Pues bien, una de esas noches veraniegas, en una milonga, empecé a escuchar los primeros compases de la cortina, y salté como una loca de mi asiento al darme cuenta de que eran ellas: Ella Baila Sola. Mi alegría duró apenas unos segundos pero tras haber estado planchando varias tandas seguidas y con mi trasero más cuadrado que el cubo de rubik, fue como volver a despertar.

La música de las cortinas es importante, tanto, que más allá de la música escogida para las tandas, es lo que precalienta la milonga y pone el tono adecuado de energía para bailar. No es lo mismo por ejemplo un vals romanticón después del tema We will rock you de Queen que hacerlo tras el tema Se fue de Laura Pausini; ni bailar una tandita de milongas rápidas después del tema Everything I do de Bryan Adams que hacerlo después del tema Mamma Mia de Abba. A cada cual le dejará de una manera un tema u otro, pero desde luego las energías y los ritmos nada tienen que ver.

Tan importante es para mi esto de las cortinas, que en la lista de DJs que tengo, la columna A me dice si su estilo es tradicional o no; la B, si me gusta más o menos su música; la C, si se decanta por una o varias orquestas; la D, si es juguetón y le gusta sorprender en una tanda o un tema; la E, si pone buenas cortinas; y la F, que marca en verde si las cortinas son cortas, en naranja si pone cortinas enteras, y en rojo y me aburre con más de una cortina seguida, todas y cada una de ellas enteras.

Así que os he revelado un secreto: esta milonguera que escribe tiene una lista en la que el día que vuelva a oír a un Dj poner a Ella Baila Sola de cortina, subirá unos cuantos puestos, y más aún, si deja sonar un tema más de cinco segundos: posiblemente baje también unos cuantos puntos en la lista de otros milongueros... ¡es lo que tiene la milonga!

martes, 4 de agosto de 2015

La última tanda

No se cómo definirla. Normalmente ni suele ser realmente la última tanda, ni suele ser una tanda más, sino más bien una tanda especial, bailada en un abrazo que, o bien te enamora, o lo ha hecho en algún momento pasado. Sin embargo, a veces es ese abrazo desesperado que regalas a cualquiera cuando no quieres asumir que una noche maravillosa llega a su fin, pero a veces también es ese abrazo deseado y por fin alcanzado. Sea lo que sea, la última tanda, es la que te regala el abrazo que recordarás, el perfume que te acompañará a casa, la huella que quedará de una cálida mano, el sabor que te dejará esa milonga.

Era jueves, verano, y yo estaba de vacaciones. Como milonguera sin remedio, no tenía muy claro mi ruta turística, pero sí la localización, horario y precios de todas las milongas de la zona y el tiempo que necesitaba para prepararme y desplazarme hasta ellas, teniendo en cuenta de que soy rápida para ducharme y vestirme, me pierdo hasta con GPS, y atraigo como un imán a los contratiempos. Aquel día no fue menos: me quedé sin agua caliente, me perdí, y me olvidé la documentación en el hotel, así que llegué a la milonga más tarde que pronto, cuando apenas quedaban unas tandas para acabar la milonga.

Al ser nueva, no fue llegar y besar el santo, sino más bien llegar y planchar. Pero no fue tiempo perdido, sino que fue tiempo en el que observé y capté al único milonguero con el que realmente me dieron ganas de bailar. Le miré, esperé que él me mirara, pero el cabeceo no llegaba. Así, tanda tras tanda. Entre una y otra, acepté invitaciones, pero no me enamoró ningún abrazo, ninguno de aquellos quedaría en el recuerdo.

Entonces anunciaron la última tanda. Allí estaba él, y yo mirándole, como si no existiera nadie más para mi en la milonga. Fui testigo de una curiosa y frecuente escena: cómo él buscaba a una mujer (su abrazo deseado, sin duda) y cómo ella deseaba aún más otro abrazo (que no era el que él estaba dispuesto a brindarle). Seguí mirando a mi triste y deseado milonguero con su cara de pocos amigos y entonces me dije "ahora o nunca". Así que fui testigo también de cómo mis pies se levantaban, se acercaban y se quedaban plantados a unos dos metros de él, mientras yo seguía sonriendo. Fue entonces cuando se dio el milagro: me vio, me miró, me mantuvo la mirada, se lo pensó, y finalmente recibí ese cabeceo tan deseado.

Con el calor de su mano en la mía como recuerdo tras acabar la tanda, me disponía a buscar mi bolsa de los zapatos para cambiarme, cuando comenzó otra tanda (ya dije que la última tanda casi nunca es realmente la última). Levanté la mirada, justo para ver otra escena: en esta ella le buscaba a él, cruzaron miradas, pero él no se detuvo en ella, sino que buscó mi mirada y me cabeceó de nuevo. Ahora la que tenía cara de pocos amigos era ella. Me quedé confusa por un momento, sin saber qué hacer, pero por solo apenas un segundo porque bien se que las oportunidades no son muy dadas a esperar. Le sonreí y fui hacia él.

Fue una tanga agridulce porque por un lado la disfruté, pero por otro, tal y como dice mi experiencia como mujer y milonguera, parecía más bien que la invitación era consecuencia de un ego herido y el hombre vio en mi su perfecta "venganza", servida en bandeja de plata... mejor dicho, en tacones color plata.

martes, 28 de julio de 2015

Lo que tienen las gatas y las milongueras en común

Dicen que un gato tiene siete vidas por mucho que todos sepamos que en realidad tiene una sola, por mucho ingenio y talento que ponga para conservarla. Si atendemos a la creencias populares, lo de las siete vidas quizás por la facilidad con la que sale bien parado de ciertas situaciones en las que otros animales no; o por la capacidad de caer sobre sus cuatro patas, de forma totalmente equilibrada, aunque caiga de grandes Alturas; también puede ser porque era el número de la suerte en la antigüedad, o porque entonces también se creía que los gatos se reencarnaban siete veces hasta hacerlo en carne mortal, humana.

De una forma bien diferente, la milonguera también tiene unas cuantas vidas...¡quien sabe, quizás hasta tenga genes gatunos! Lo digo porque la milonguera común, además de la su vida entre milongas, también tiene una como madre, otra como hija o familiar de alguien, otra como amiga, otra como trabajadora, otra como amante y compañera sentimental, y otra interior que solo disfruta y conoce ella misma. Y curiosamente, todas estas vidas terminan fundiéndose en la misma maravillosa mujer.

Pero las mujeres, y las milongueras en especial, tienen algo más en común con los gatos: son inteligentes (por eso bailan tango), intuitivas (sobre todo cuando no tienen ni la más remota idea de lo que les intentan marcar algunos milongueros cuando bailan), curiosas (siempre quieren saber todo sobre zapatos, vestidos, vida sentimental y cotilleos de otros milongueros) , cariñosas (a no ser que les den un taconazo, en cuyo se vuelven ariscas... también como los gatos), seductoras (saben poner ojitos, acicalarse bien, y "ronronear" cuando bailan), sensitivas (notan el estado absoluto de cualquier milonguero con tan solo abrazarle: si está aburrido, si está nervioso, y también si está demasiado contento), buenas cuidadoras (especialmente con sus amigas milongueras, a las que advierten de cualquier peligro que ande suelto por la milonga), autosuficientes (no dependen de ellos para pasar un buen rato en la milonga), el mejor apoyo en los momentos más difíciles (consuelan como nadie a una amiga milonguera que acaba de tener una tanda horrible o cuando el ex de esta aparece en la milonga con otra), tienen buen oído (demasiado bueno a veces, tanto que incluso se enteran de las conversaciones de alrededor mientras están bailando)... y también se enfadan por cosas que algunos hombres consideran sin sentido, por mucho sentido que tengan: igualito que los gatos.