En la milonga escuchas comentarios de gente cercana a ti que a veces te hacen feliz, otros te entristecen, otros te dejan perpleja, algunos te enfadan, y otros simplemente no los entiendes, y menos aún en una sociedad como en la que vivimos hoy.
Era temprano y los milongueros iban llegando poco a poco, saludando, ocupando mesas, calzándose, preparándose para la noche. Entonces apareció ella, una chica joven, simpatica, a la que conozco desde hace tiempo. Tras saludarnos, decidimos ponernos al día, pero como de costumbre, terminamos hablando de tango, de códigos milongueros, de abrazos, de cuales nos gustaban y cuales no.
Me dijo que a ella le gustan los abrazos firmes y cerrados y que no le importan los abrazos en los que apenas puede moverse, ya que es el hombre quien marca y la mujer quien sigue, y que al fin y al cabo, el tango es un baile machista. A mí también me gusta el abrazo cerrado y firme, pero también me gusta que se pueda respirar en él y que sea flexible, y lo que definitivamente no me gusta es que el hombre me anule y no se moleste en "escucharme" al bailar.
Me quedé sorprendida por su explicación de que el tango es un baile machista. En mi opinión, ningún baile lo es y el tango menos. Es el milonguero -y para nada todos lo son-, quien es machista, baile o no baile tango. Lo que no cabe duda es que si él es machista, le conviene decir que el tango también lo es, para así excusar su comportamiento con las milongueras y en la milonga.
Algunos dicen también que el cabeceo es machista. De nuevo opino que es una tremenda tontería. Quizás el que cabecea lo es, pero el cabeceo en sí no lo es. En el cabeceo, es ella quien mira a los milongueros con los que quiere bailar; luego son ellos quienes al percibir su mirada, si comparten el deseo de bailar con ella, extienden su invitación en forma de cabeceo; y finalmente es ella quien lo confirma o no. El cabeceo es un acuerdo no verbal totalmente bilateral.
Yo creo firmemente que el tango es un canal de la comunicación entre dos personas que se abrazan. Lo que hace que esta comunicación sea bilateral es el respeto mutuo y la escucha por ambas partes hacia la otra persona, en la que hay una propuesta y una aceptación o no del movimiento. Es un tango libre, nada machista si la persona que propone el movimiento tampoco lo es, respeta y tiene en igual consideración a la otra persona. Sin embargo, lo que hace que esta comunicación sea unilateral es un milonguero que impone su voluntad, que no cuenta con ella salvo para que le siga y haga lo que él manda. Este ultimo caso es el claro ejemplo de un milonguero machista, que seguramente en la intimidad de su casa es exactamente igual: autoritario, con un ego inmenso y un orgullo muy acentuado.
¿Y qué tiene que ver el machismo con el tango? Lo mismo que la moda, el cine, las relaciones entre personas, las relaciones laborales, familiares, y otros muchos aspectos de la vida misma. El tango es tan solo un elemento más en el tiempo y en el espacio, en el que se ha tratado y considerado a la mujer de una manera determinada a lo largo de la historia.
Curiosidades y anécdotas de momentos vividos en la milonga a través de los ojos y experiencias de una milonguera.
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martes, 13 de octubre de 2015
martes, 21 de julio de 2015
Camerero, ¡una ducha, por favor!
Aquella era una milonga que tenía lugar dentro de un fin de semana lleno de clases impartidas por maestros que venía de Buenos Aires.Yo había ido con una amiga a bailar, así que buscamos una mesa redonda grande y nos sentamos en espera de las invitaciones que harían nuestra noche inolvidable.
Sin embargo, hay milongas en las que se baila y otras e las que no, pero confieso que después de inventarme un montón de teorías a lo largo del tiempo que expliquen este fenómeno, sigo como al principio, sin enterderlo. En la primera milonga del viernes, ambas bailamos, aunque poco. En la milonga del sábado, por la razón que sea, yo bailé más que ella, con lo cual, según fue avanzando la noche, llegó un punto en el que mi amiga supongo que empezó a aburrirse un poco y decidió aceptar invitaciones dudosas.
Un milonguero de la zona la invitó. Cuando terminó la tanda le pregunté qué tal le había ido. Ella me miró pero fue incapaz de decirme nada. Supe por su expresión que la tanda había no solo sido un desastre, sino seguramente una tortura. Cuando pasaron unos minutos y fue capaz de hablar, me lo confirmó. Tras un pequeño reproche a sí misma por haber aceptado la invitación, me contó que el milonguero en cuestión tenía un serio problema con su higiene personal y que olía terriblemente mal. Describió el olor no como algo desagradable, sino como algo que te hace sentir literalmente enferma. Esa tanda obviamente condicionó bastante su noche: cuando sufres una tanda espantosa, sufres un desequilibrio en tu nivel de energía.
Es cierto que hay personas cuyo olor corporal es por enfermedad, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos es por falta de higiene. En el tango, un baile en el que te abrazas íntimamente a otra persona, el sentido de la higiene y los olores cobran otra dimensión. Es un aspecto que realmente hay que cuidar por educación y respeto hacia los demás. Sino, lo que lógicamente ocurrirá es que nadie querrá bailar contigo. Así que un consejo: si lavas tu ropa una vez al mes y te duchas cada cuatro semanas, no estaría mal que fueras pensando que sería buena idea también que "cuando te toca" sea al menos el día de la milonga.
Me sorprende que algo que es tan básico y de sentido común para casi todos los mortales, todavía sea un tema del que me siento obligada a escribir. Pero lo tengo que hacer: ¡en casi cada milonga te encuentras uno o dos personajes (hombres y mujeres) a los que parece darles alergia asearse!
Sin embargo, hay milongas en las que se baila y otras e las que no, pero confieso que después de inventarme un montón de teorías a lo largo del tiempo que expliquen este fenómeno, sigo como al principio, sin enterderlo. En la primera milonga del viernes, ambas bailamos, aunque poco. En la milonga del sábado, por la razón que sea, yo bailé más que ella, con lo cual, según fue avanzando la noche, llegó un punto en el que mi amiga supongo que empezó a aburrirse un poco y decidió aceptar invitaciones dudosas.
Un milonguero de la zona la invitó. Cuando terminó la tanda le pregunté qué tal le había ido. Ella me miró pero fue incapaz de decirme nada. Supe por su expresión que la tanda había no solo sido un desastre, sino seguramente una tortura. Cuando pasaron unos minutos y fue capaz de hablar, me lo confirmó. Tras un pequeño reproche a sí misma por haber aceptado la invitación, me contó que el milonguero en cuestión tenía un serio problema con su higiene personal y que olía terriblemente mal. Describió el olor no como algo desagradable, sino como algo que te hace sentir literalmente enferma. Esa tanda obviamente condicionó bastante su noche: cuando sufres una tanda espantosa, sufres un desequilibrio en tu nivel de energía.
Es cierto que hay personas cuyo olor corporal es por enfermedad, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos es por falta de higiene. En el tango, un baile en el que te abrazas íntimamente a otra persona, el sentido de la higiene y los olores cobran otra dimensión. Es un aspecto que realmente hay que cuidar por educación y respeto hacia los demás. Sino, lo que lógicamente ocurrirá es que nadie querrá bailar contigo. Así que un consejo: si lavas tu ropa una vez al mes y te duchas cada cuatro semanas, no estaría mal que fueras pensando que sería buena idea también que "cuando te toca" sea al menos el día de la milonga.
Me sorprende que algo que es tan básico y de sentido común para casi todos los mortales, todavía sea un tema del que me siento obligada a escribir. Pero lo tengo que hacer: ¡en casi cada milonga te encuentras uno o dos personajes (hombres y mujeres) a los que parece darles alergia asearse!
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martes, 9 de junio de 2015
Algo así como un engaño
Recuerdo que sonaba una de mis tandas favoritas cuando él se acercó a invitarme a bailar. Una invitación directa, de esas que normalmente rechazo con un "no, gracias", especialmente si me encanta la orquesta. Él no me había visto bailar, ni yo tampoco a él, pero la intuición milonguera me decía que el chico era muy principiante, quizás por su falta de seguridad, pero sobre todo por su forma de vestir.
Acepté la incitación muy consciente de lo que sería: una tanda maravillosa para él, un momento especial compartido. En casi todas las milongas suelo aceptar una o dos de estas invitaciones, y a veces, incluso soy yo la que invita, sobre todo si sé que él no se atreve porque es más principiante que yo. Es de las pocas veces que hago invitaciones directas, porque en general, no me gustan.
Por un lado, creo que debemos ser considerados con los demás, con los que empiezan. Como todos hemos sido principiantes alguna vez, hemos sonreído con los ojos y el corazón cuando nos han invitado a bailar en nuestros comienzos con el tango, y por ello creo que tal y como hicieron con nosotros, debemos regalar esos momentos que calan en el alma, que quedan por siempre en el recuerdo. Pero creo que también debemos ser considerados con nosotros mismos, y aceptar este tipo de invitaciones en su justa medida.
Pero en mi vida de milonguera ha habido ocasiones en los que la invitación directa he sentido que venía con trampa, como la de aquella vez que un chico me vio bailar después de mirarme un montón de veces (de las yo ni cuenta me di) y al no consiguir el cabeceo, decidió que la mejor forma de salirse con la suya era una invitación directa, comprometedora. En ese momento no vi la jugada, y como en otros casos, acepté. Fue después, cuando él me confesó su jugada, cuando me sentí engañada. Cuando un hombre o una mujer no miran, puede ser por despiste, porque no quiere bailar esa tanda particular contigo, porque está descansando o haciendo algo más (en cuyo caso ya se dará la oportunidad en otra ocasión), pero normalmente suele ser que no quiere bailar contigo. En el fondo todos sabemos esto, pero a veces no nos conviene saberlo.
Aquella vez me molesté, especialmente porque sonaba también una de mis tandas favoritas, y al no decirme que era principiante, sentí que me robaba la oportunidad de realmente disfrutar de esa tanda con otra persona. Es simplemente un asunto de consideración. Ni ahora ni cuando empezaba a bailar he comprometido a nadie a través de una invitación directa, y mucho menos aún para salirme con la mía y bailar con alguien que se que es más experimentado que yo, simplemente porque se me antoja, sin tener en cuenta si esa persona se va o no a divertir tanto conmigo como yo con él. Que me lo hagan a mi, no me gusta tampoco.
Acepté la incitación muy consciente de lo que sería: una tanda maravillosa para él, un momento especial compartido. En casi todas las milongas suelo aceptar una o dos de estas invitaciones, y a veces, incluso soy yo la que invita, sobre todo si sé que él no se atreve porque es más principiante que yo. Es de las pocas veces que hago invitaciones directas, porque en general, no me gustan.
Por un lado, creo que debemos ser considerados con los demás, con los que empiezan. Como todos hemos sido principiantes alguna vez, hemos sonreído con los ojos y el corazón cuando nos han invitado a bailar en nuestros comienzos con el tango, y por ello creo que tal y como hicieron con nosotros, debemos regalar esos momentos que calan en el alma, que quedan por siempre en el recuerdo. Pero creo que también debemos ser considerados con nosotros mismos, y aceptar este tipo de invitaciones en su justa medida.
Pero en mi vida de milonguera ha habido ocasiones en los que la invitación directa he sentido que venía con trampa, como la de aquella vez que un chico me vio bailar después de mirarme un montón de veces (de las yo ni cuenta me di) y al no consiguir el cabeceo, decidió que la mejor forma de salirse con la suya era una invitación directa, comprometedora. En ese momento no vi la jugada, y como en otros casos, acepté. Fue después, cuando él me confesó su jugada, cuando me sentí engañada. Cuando un hombre o una mujer no miran, puede ser por despiste, porque no quiere bailar esa tanda particular contigo, porque está descansando o haciendo algo más (en cuyo caso ya se dará la oportunidad en otra ocasión), pero normalmente suele ser que no quiere bailar contigo. En el fondo todos sabemos esto, pero a veces no nos conviene saberlo.
Aquella vez me molesté, especialmente porque sonaba también una de mis tandas favoritas, y al no decirme que era principiante, sentí que me robaba la oportunidad de realmente disfrutar de esa tanda con otra persona. Es simplemente un asunto de consideración. Ni ahora ni cuando empezaba a bailar he comprometido a nadie a través de una invitación directa, y mucho menos aún para salirme con la mía y bailar con alguien que se que es más experimentado que yo, simplemente porque se me antoja, sin tener en cuenta si esa persona se va o no a divertir tanto conmigo como yo con él. Que me lo hagan a mi, no me gusta tampoco.
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domingo, 17 de mayo de 2015
Clases: muchas; milongas: cero.
¿Qué sentido tiene ir a clases por años y años y jamás pisar una milonga, que es la razón por la que supuestamente se toman clases? Me lo pregunto cada vez que oigo que en determinadas ciudades la comunidad de tangueros es elevada y, sin embargo, a la mayoría de ellos no se les ve nunca por las milongas locales ni de otras ciudades o países. Lo curioso es que hay grupos de alumnos que tras dos, tres, o cuatro años todavía pisan menos la milonga que los elefantes.¿Qué falla?¿Porqué no van? ¿Timidez?¿Van solo a la clase como irían a una clase de aerobic, para manternerse en forma?
Pero de vez en cuando, alguien nos sorprende.
Una vez descubrí a una mujer que parecía que había ido tan solo a curiosear porque no bailaba y estaba algo escondido. Hasta que el que parecía su profesor, la vio, la saludó, y al darse cuenta de que ella ya se iba, decidió invitarla, casi arrastrándola a la pista. Lo de esta chica era timidez absoluta. Vi cómo sus mejillas pasaban por todos los tonos de rojo posibles antes de regalarle su abrazo al borde de la pista y bailar una tanda a trompicones, invadida por los nervios. Volví a verla bailar más veces durante la noche, y también en la siguiente milonga y en todas las demás desde aquella vez. Supongo que hay gente que es tímida y le cuesta dar el paso.
Entonces, ¿porqué tampoco van a las milongas que organizan sus profesores con el único fin de que sus alumnos pierdan la timidez, ganen seguridad y practiquen? Otro misterio. Pienso que quizás el tango no les guste lo suficiente o tengan vidas complicadas u otros intereses...pero, ¿todos?
Otra vez también descubrí a un hombre que según comentó, acaba de separarse y quería socializar un poco, cambiar de aires. Había dos mujeres milongueras que no le quitaban ojo desde que había entrado, ya que los milongueros nuevos son algo así como una rareza en las milongas locales. Así que ellas se acercaron a darle la bienvenida, a conocerle. Como el no parecía tímido, explicó que él bailaba ya desde hacía tiempo porque hacía dos años que iba a clases. Ellas, ilusionadas porque además no parecía principiante, se aventuraron a invitarle, primero una, después la otra. Lo que él no les contó en su presentación es que jamás había estado en una milonga, que no sabía circular por la pista y que su baile, a pesar de sus dos años de clases, era muy justito. Aún así, las milongueras locales, muy voluntariosas, lo invitaron durante toda la noche para animarle y que practicara. Después de aquel primer día, también se le vio con frecuencia por la milonga. Desde entonces también ha mejorado bastante su baile.
Es lógico que la gente mejore su baile y disfrute cada vez más el tango según va aprendiendo, pero para ello no son suficientes las clases de tango, por mucho que estás se tomen durante años, si luego no se va a milonguear. Es milongueando donde se aprende a improvisar, a adaptarse a otros abrazos, se conoce gente con la que luego se baila y socializa, se mejora el conocimiento musical, y se aprenden los códigos de la milonga.
Pero de vez en cuando, alguien nos sorprende.
Una vez descubrí a una mujer que parecía que había ido tan solo a curiosear porque no bailaba y estaba algo escondido. Hasta que el que parecía su profesor, la vio, la saludó, y al darse cuenta de que ella ya se iba, decidió invitarla, casi arrastrándola a la pista. Lo de esta chica era timidez absoluta. Vi cómo sus mejillas pasaban por todos los tonos de rojo posibles antes de regalarle su abrazo al borde de la pista y bailar una tanda a trompicones, invadida por los nervios. Volví a verla bailar más veces durante la noche, y también en la siguiente milonga y en todas las demás desde aquella vez. Supongo que hay gente que es tímida y le cuesta dar el paso.
Entonces, ¿porqué tampoco van a las milongas que organizan sus profesores con el único fin de que sus alumnos pierdan la timidez, ganen seguridad y practiquen? Otro misterio. Pienso que quizás el tango no les guste lo suficiente o tengan vidas complicadas u otros intereses...pero, ¿todos?
Otra vez también descubrí a un hombre que según comentó, acaba de separarse y quería socializar un poco, cambiar de aires. Había dos mujeres milongueras que no le quitaban ojo desde que había entrado, ya que los milongueros nuevos son algo así como una rareza en las milongas locales. Así que ellas se acercaron a darle la bienvenida, a conocerle. Como el no parecía tímido, explicó que él bailaba ya desde hacía tiempo porque hacía dos años que iba a clases. Ellas, ilusionadas porque además no parecía principiante, se aventuraron a invitarle, primero una, después la otra. Lo que él no les contó en su presentación es que jamás había estado en una milonga, que no sabía circular por la pista y que su baile, a pesar de sus dos años de clases, era muy justito. Aún así, las milongueras locales, muy voluntariosas, lo invitaron durante toda la noche para animarle y que practicara. Después de aquel primer día, también se le vio con frecuencia por la milonga. Desde entonces también ha mejorado bastante su baile.
Es lógico que la gente mejore su baile y disfrute cada vez más el tango según va aprendiendo, pero para ello no son suficientes las clases de tango, por mucho que estás se tomen durante años, si luego no se va a milonguear. Es milongueando donde se aprende a improvisar, a adaptarse a otros abrazos, se conoce gente con la que luego se baila y socializa, se mejora el conocimiento musical, y se aprenden los códigos de la milonga.
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miércoles, 13 de mayo de 2015
El regalo de confiar
La confianza es lo que las milongueras a veces brindamos a perfectos desconocidos en los primeros segundos de un abrazo, o que a veces decidimos reservar si hay algo que no nos hace sentir cómodas. Regalarla o no depende de si tu pareja es experimentada o no, de si la conoces o no, pero sobre todo de lo que transcurre desde el momento en el que el cabeceo tiene lugar hasta que te ofrece el abrazo en la pista de baile.
Esos primeros momentos son realmente importantes. No es lo mismo que un hombre te cabecee y espere a que te muevas de la silla para hacerlo él a que, sin dejar de mirarte, vaya decidido hacia ti y luego haga un segundo cabeceo cuando está a uno o dos metros de ti. Tampoco es lo mismo que tu pareja te arrastre a la pista y se meta en ella en cuanto ve un hueco, o que se tome su tiempo para esperar a que los demás pasen, siendo así considerado con el resto de los milongueros que ya están en la pista. Tampoco es lo mismo ponerse a bailar inmediatamente que tomarse su tiempo para abrazar, sentir y conectar, esperando a que el momento musical sea el adecuado.Y mucho menos es lo mismo abrazarte a alguien que descuida su higiene y su imagen, que abrazarte a alguien que se ha esmerado por gustar y hacer sentir cómodas a sus parejas de baile.
La confianza es sin embargo muy frágil. La intención del milonguero suele ser la de cuidar a su pareja de baile. Bien conscientes de ello, muchas milongueras se relajan y cierran los ojos, entregándose completamente al abrazo y a la música. Pero a veces, la intención del milonguero no es suficiente, y cuando ella recibe un golpe o dos, deja de relajarse, abre los ojos y su confianza en él se evapora. Ganarla de nuevo es todo un reto para el milonguero.
También estan los milongueros que bailan como locos y para sí mismos, provocan accidentes, y aunque se disculpan, vuelven a repetir, no cambian su actitud. No conozco milonguera alguna a la que le guste bailar con este tipo de chicos y sea capaz de confiar en ellos. Lo curioso es que el ego de estos milongueros, que llega más allá de las estrellas, les impide verse así mismos de esa manera.
Luego están los principiantes, llenos de miedos, inseguros, pero con la mejor de las intenciones. Confiar en ellos es fácil tan solo por su intención, pero aunque no sea hasta el punto de relajarte completamente y cerrar los ojos, consiguen que disfrutes de su compañía.
Y por último están los que se ganan la confianza eterna. Recuerdo un chico con el que bailé una vez y en algún momento durante la tanda, se quedó totalmente quieto. Parece ser que estaba rodeado de otras parejas, no podía moverse, y se acercaba peligrosamente un milonguero bien desbocado. El chico cerró totalmente su abrazo, rodeándome completamente con sus brazos, y esperó. Sentí el golpe, que parecía ir dirigido a mi, pero que mi pareja de baile recibió: lo sentí a través del abrazo. En ese punto no solo me enamoré por una milésima de segundo, sino que además se ganó mi confianza para siempre. ¡Yo quiero bailar con chicos como él!
Esos primeros momentos son realmente importantes. No es lo mismo que un hombre te cabecee y espere a que te muevas de la silla para hacerlo él a que, sin dejar de mirarte, vaya decidido hacia ti y luego haga un segundo cabeceo cuando está a uno o dos metros de ti. Tampoco es lo mismo que tu pareja te arrastre a la pista y se meta en ella en cuanto ve un hueco, o que se tome su tiempo para esperar a que los demás pasen, siendo así considerado con el resto de los milongueros que ya están en la pista. Tampoco es lo mismo ponerse a bailar inmediatamente que tomarse su tiempo para abrazar, sentir y conectar, esperando a que el momento musical sea el adecuado.Y mucho menos es lo mismo abrazarte a alguien que descuida su higiene y su imagen, que abrazarte a alguien que se ha esmerado por gustar y hacer sentir cómodas a sus parejas de baile.
La confianza es sin embargo muy frágil. La intención del milonguero suele ser la de cuidar a su pareja de baile. Bien conscientes de ello, muchas milongueras se relajan y cierran los ojos, entregándose completamente al abrazo y a la música. Pero a veces, la intención del milonguero no es suficiente, y cuando ella recibe un golpe o dos, deja de relajarse, abre los ojos y su confianza en él se evapora. Ganarla de nuevo es todo un reto para el milonguero.
También estan los milongueros que bailan como locos y para sí mismos, provocan accidentes, y aunque se disculpan, vuelven a repetir, no cambian su actitud. No conozco milonguera alguna a la que le guste bailar con este tipo de chicos y sea capaz de confiar en ellos. Lo curioso es que el ego de estos milongueros, que llega más allá de las estrellas, les impide verse así mismos de esa manera.
Luego están los principiantes, llenos de miedos, inseguros, pero con la mejor de las intenciones. Confiar en ellos es fácil tan solo por su intención, pero aunque no sea hasta el punto de relajarte completamente y cerrar los ojos, consiguen que disfrutes de su compañía.
Y por último están los que se ganan la confianza eterna. Recuerdo un chico con el que bailé una vez y en algún momento durante la tanda, se quedó totalmente quieto. Parece ser que estaba rodeado de otras parejas, no podía moverse, y se acercaba peligrosamente un milonguero bien desbocado. El chico cerró totalmente su abrazo, rodeándome completamente con sus brazos, y esperó. Sentí el golpe, que parecía ir dirigido a mi, pero que mi pareja de baile recibió: lo sentí a través del abrazo. En ese punto no solo me enamoré por una milésima de segundo, sino que además se ganó mi confianza para siempre. ¡Yo quiero bailar con chicos como él!
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martes, 28 de abril de 2015
El milonguero misterioso
¿Os ha pasado alguna vez que vais a una milonga, conocéis a alguien con quien os ha encantado bailar, os dice su nombre, os lo repite una vez más, te lo encuentras al año siguiente, él recuerda tu nombre pero tú no te acuerdas del suyo...? Me pasó, y le pregunté de nuevo su nombre. Me lo dijo. Lo olvidé de nuevo. ¡Noooooo! Luego me daba vergüenza preguntárselo por cuarta o quinta vez, así que le puse de nombre "el milonguero misterioso". Sin comentarios: definitivamente tengo memoria de pez y lo que no tengo es remedio alguno.
Ese segundo año en el que me lo encontré, el sonrió, me saludo POR MI NOMBRE, y yo solo pude darle un abrazo y preguntarle qué tal estaba. La situación incómoda por mi parte quedó en un segundo plano tan pronto como me guió a la pista. Y lo que son las cosas, la situación se volvió de lo más cómoda, maravillosa, y de las que se repiten no una, sino varias veces.
Cuando íbamos por la segunda tanda todo preocupado me preguntó si a mi novio le parecería bien que bailáramos más tandas. No comprendía al principio, pero poco después caí en la cuenta que no había ido con novio alguno, sino con un amigo al que él confundió con mi novio. Aclarado el asunto, y tras regalarme una enorme sonrisa de alivio, de esas que practicamente funden el sol, continuamos bailando varias tandas a pesar de que había dicho que se tenía que ir. Tras una de ellas mi susurró al oído "diosa"... ains... ¡eso no se hace!¡casi me muero del gusto! El broche final fue una tanda de milongas divertidísima.
Luego desapareció: era verdad que debía irse. Pero una siempre guarda la esperanza de volver a encontrarle más tarde, quizás otro día. No sucedió: desapareció tristemente de la milonga, del evento, de mi vida.
Un año más hasta volver a verle y bailar con él era mucho tiempo, así que puse en marcha un plan B: preguntar, a todas mis amigas de FB que habían estado en el evento, por si alguna le conocía. Tenía la esperanza de que como era un chico que bailaba bien, era simpático y además guapo, alguna, sí o sí, tenía que conocerle. Para ello usé una foto suya no etiquetada. No hubo suerte, nadie sabía de él. Definitivamente hice bien el ponerle el apodo del "chico misterioso".
Ese segundo año en el que me lo encontré, el sonrió, me saludo POR MI NOMBRE, y yo solo pude darle un abrazo y preguntarle qué tal estaba. La situación incómoda por mi parte quedó en un segundo plano tan pronto como me guió a la pista. Y lo que son las cosas, la situación se volvió de lo más cómoda, maravillosa, y de las que se repiten no una, sino varias veces.
Cuando íbamos por la segunda tanda todo preocupado me preguntó si a mi novio le parecería bien que bailáramos más tandas. No comprendía al principio, pero poco después caí en la cuenta que no había ido con novio alguno, sino con un amigo al que él confundió con mi novio. Aclarado el asunto, y tras regalarme una enorme sonrisa de alivio, de esas que practicamente funden el sol, continuamos bailando varias tandas a pesar de que había dicho que se tenía que ir. Tras una de ellas mi susurró al oído "diosa"... ains... ¡eso no se hace!¡casi me muero del gusto! El broche final fue una tanda de milongas divertidísima.
Luego desapareció: era verdad que debía irse. Pero una siempre guarda la esperanza de volver a encontrarle más tarde, quizás otro día. No sucedió: desapareció tristemente de la milonga, del evento, de mi vida.
Un año más hasta volver a verle y bailar con él era mucho tiempo, así que puse en marcha un plan B: preguntar, a todas mis amigas de FB que habían estado en el evento, por si alguna le conocía. Tenía la esperanza de que como era un chico que bailaba bien, era simpático y además guapo, alguna, sí o sí, tenía que conocerle. Para ello usé una foto suya no etiquetada. No hubo suerte, nadie sabía de él. Definitivamente hice bien el ponerle el apodo del "chico misterioso".
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viernes, 24 de abril de 2015
Una técnica desconocida
Fiel a mi memoria Dori, como en la película "Nemo", no me acordaba de él. Bailo con tanta gente que me hace tocar el cielo, que resulta imposible acordarme de todos ellos. Para mi consuelo, él tampoco se acordaba: el recuerdo vino después.
Como hago siempre que quiero bailar con alguien, le miro, sostengo la mirada, y espero a que me mire y me haga el cabeceo si el sentimiento de querer bailar juntos es compartido. Pocos minutos después estaba en la pista abrazándome a un chico al que había observado antes de bailar. No me había llamado la atención desde fuera por su técnica, pero sí por su musicalidad, y además parecía tener un abrazo agradable. No me había equivocado, tenía un lindo abrazo.
El primer y casi todo el segundo tango fue un intento poco exitoso de comunicarnos. Él tan sutil, yo tan poco relajada. Pero luego decidí centrarme en él solamente, en sentir su respiración, su latido. Funcionó y como ficha que ansía encajar en el puzzle, nuestros abrazos y energías se encontraron por fin. Supongo que por eso los tangos de bailan de tres en tres o de cuatro en cuatro, ya que a veces es tan solo cuestión de tiempo para adaptarse el uno al otro.
Nos supo a poco y repetimos tanda. Madre mía... en esa tanda, las estrellas, el sol y todo el firmamento: una experiencia religiosa total, como pocas antes había tenido. Al comenzar esa tanda, sentí algo que solo había sentido antes una vez bailando, cuando era muy principiante, y el chico con el que bailaba por entonces era muy avanzado para mi. Se trata de una marca difícil de describir: no sale del pecho, sino de la parte del cuerpo situada entre el pecho y el ombligo, a la altura del diafragma. Desde fuera supongo que es algo que no se ve, pero definitivamente se siente... y se siente maravillosamente bien. Es una marca muy sutil, que empleada adecuadamente complementa la comunicación, la mejora. Me dio la sensación que quizás proviene de otros bailes más sensuales, donde los cuerpos se ajustan en movimientos más vibrantes y ondulantes. Sea lo que sea, la experiencia me encantó.
Como hago siempre que quiero bailar con alguien, le miro, sostengo la mirada, y espero a que me mire y me haga el cabeceo si el sentimiento de querer bailar juntos es compartido. Pocos minutos después estaba en la pista abrazándome a un chico al que había observado antes de bailar. No me había llamado la atención desde fuera por su técnica, pero sí por su musicalidad, y además parecía tener un abrazo agradable. No me había equivocado, tenía un lindo abrazo.
El primer y casi todo el segundo tango fue un intento poco exitoso de comunicarnos. Él tan sutil, yo tan poco relajada. Pero luego decidí centrarme en él solamente, en sentir su respiración, su latido. Funcionó y como ficha que ansía encajar en el puzzle, nuestros abrazos y energías se encontraron por fin. Supongo que por eso los tangos de bailan de tres en tres o de cuatro en cuatro, ya que a veces es tan solo cuestión de tiempo para adaptarse el uno al otro.
Nos supo a poco y repetimos tanda. Madre mía... en esa tanda, las estrellas, el sol y todo el firmamento: una experiencia religiosa total, como pocas antes había tenido. Al comenzar esa tanda, sentí algo que solo había sentido antes una vez bailando, cuando era muy principiante, y el chico con el que bailaba por entonces era muy avanzado para mi. Se trata de una marca difícil de describir: no sale del pecho, sino de la parte del cuerpo situada entre el pecho y el ombligo, a la altura del diafragma. Desde fuera supongo que es algo que no se ve, pero definitivamente se siente... y se siente maravillosamente bien. Es una marca muy sutil, que empleada adecuadamente complementa la comunicación, la mejora. Me dio la sensación que quizás proviene de otros bailes más sensuales, donde los cuerpos se ajustan en movimientos más vibrantes y ondulantes. Sea lo que sea, la experiencia me encantó.
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domingo, 12 de abril de 2015
Cuando sobran las palabras
Había bailado con él una sola vez, un año antes. Recuerdo su abrazo, suave; recuerdo la conexión entre nosotros, maravillosa; recuerdo su mirada, dulce e intensa; y recuerdo también su sonrisa al despedirnos, una sonrisa igual de calurosa que la que me recibió cuando volvimos a encontrarnos un año después.
Durante el transcurso de las horas, él me miraba y se encontraba con mis ojos fijos en él; más tarde, cuando yo le miraba, encontraba siempre sus ojos fijos en mí; así que cada vez, todas las veces, nos perdíamos en miradas que sosteníamos en el tiempo, durante varios segundos, a veces hasta diez o veinte segundos. Es mucho tiempo, pero se hace poco para una mirada en la que no hay palabras, en el que la comunicación va más allá de las mismas. Me hice adicta a mirarle, a encontrarme una vez más con su mirada. Y así pasamos todo ese primer día.
Al día siguiente, al encontrarnos de nuevo nos saludamos, nos fundimos en un abrazo largo, de esos que das cuando no quieres separarte nunca. Pero una vez que ya no era posible sostenerlo por mucho más tiempo sin que alguien rompiera la magia con alguna broma, volvíamos al juego de miradas eternas. Aquel día, tras muchas conversaciones sin palabras y llegada la hora de despedirse para ir a cenar, se acercó de nuevo para abrazarme y, mientras me derretía en su abrazo, me susurró "I would love to dance with you...". Entonces creo que me enamoré totalmente de él, en un sentido platónico total y maravilloso: le miré, le sonreí, no hubo necesidad de palabras.
Aquella noche bailamos, y conectamos a un nivel tal, que me hizo sentir miedo de no volver a sentir algo así: fue una de las mejores experiencias de mi vida como milonguera.
Tras aquella increíble experiencia volví a encontrármelo los días siguientes, y de nuevo nuestro ritual de fundirnos en un abrazo del que nos negábamos a despegarnos, fue el saludo mañanero. Luego venían las miradas, con el remate de una sonrisa, y cuando ya ninguno se aguantaba las ganas, nos acercábamos y nos volvíamos a fundir en otro abrazo. Jamás me había pasado algo así con alguien. Pura dulzura.
La siguiente noche que volvimos a bailar, ya muy cansados los dos, no fuimos capaces de conectar, así que lo solucionamos con un abrazo lejos de las miradas, de esos que duran varios minutos. Y al siguiente día que bailamos, más temprano en la noche y menos cansados, sucedió de nuevo la magia... volví a caer rendida en su abrazo.
La eternidad no va asociada a los momentos mágicos, o estos dejarían de serlo. Así que llegó el amanecer en el que yo debía despedirme, tomar un taxi para ir al aeropuerto y de ahí un avión de regreso a casa. Le busqué, le encontré y cuando los primeros rayos de sol todavía no se atrevían a salir, él me acompañó a la salida del recinto de la milonga, mientras tiraba de mi maleta y no apartaba sus ojos de mi. Luego tuvo lugar una despedida en forma de secuencia de abrazos digna de recordar, que hizo que nos costara separarnos un gran esfuerzo. Con una losa de pesar, caminé hasta un taxi, y justo cuando estaba a punto de subirme a él, me giré, para visualizar en mi imaginación la despedida de solo unos minutos antes, pero allí estaba él de nuevo, sosteniendo esa última mirada suya...
Durante el transcurso de las horas, él me miraba y se encontraba con mis ojos fijos en él; más tarde, cuando yo le miraba, encontraba siempre sus ojos fijos en mí; así que cada vez, todas las veces, nos perdíamos en miradas que sosteníamos en el tiempo, durante varios segundos, a veces hasta diez o veinte segundos. Es mucho tiempo, pero se hace poco para una mirada en la que no hay palabras, en el que la comunicación va más allá de las mismas. Me hice adicta a mirarle, a encontrarme una vez más con su mirada. Y así pasamos todo ese primer día.
Al día siguiente, al encontrarnos de nuevo nos saludamos, nos fundimos en un abrazo largo, de esos que das cuando no quieres separarte nunca. Pero una vez que ya no era posible sostenerlo por mucho más tiempo sin que alguien rompiera la magia con alguna broma, volvíamos al juego de miradas eternas. Aquel día, tras muchas conversaciones sin palabras y llegada la hora de despedirse para ir a cenar, se acercó de nuevo para abrazarme y, mientras me derretía en su abrazo, me susurró "I would love to dance with you...". Entonces creo que me enamoré totalmente de él, en un sentido platónico total y maravilloso: le miré, le sonreí, no hubo necesidad de palabras.
Aquella noche bailamos, y conectamos a un nivel tal, que me hizo sentir miedo de no volver a sentir algo así: fue una de las mejores experiencias de mi vida como milonguera.
Tras aquella increíble experiencia volví a encontrármelo los días siguientes, y de nuevo nuestro ritual de fundirnos en un abrazo del que nos negábamos a despegarnos, fue el saludo mañanero. Luego venían las miradas, con el remate de una sonrisa, y cuando ya ninguno se aguantaba las ganas, nos acercábamos y nos volvíamos a fundir en otro abrazo. Jamás me había pasado algo así con alguien. Pura dulzura.
La siguiente noche que volvimos a bailar, ya muy cansados los dos, no fuimos capaces de conectar, así que lo solucionamos con un abrazo lejos de las miradas, de esos que duran varios minutos. Y al siguiente día que bailamos, más temprano en la noche y menos cansados, sucedió de nuevo la magia... volví a caer rendida en su abrazo.
La eternidad no va asociada a los momentos mágicos, o estos dejarían de serlo. Así que llegó el amanecer en el que yo debía despedirme, tomar un taxi para ir al aeropuerto y de ahí un avión de regreso a casa. Le busqué, le encontré y cuando los primeros rayos de sol todavía no se atrevían a salir, él me acompañó a la salida del recinto de la milonga, mientras tiraba de mi maleta y no apartaba sus ojos de mi. Luego tuvo lugar una despedida en forma de secuencia de abrazos digna de recordar, que hizo que nos costara separarnos un gran esfuerzo. Con una losa de pesar, caminé hasta un taxi, y justo cuando estaba a punto de subirme a él, me giré, para visualizar en mi imaginación la despedida de solo unos minutos antes, pero allí estaba él de nuevo, sosteniendo esa última mirada suya...
sábado, 14 de marzo de 2015
Nuevamente indignada
Es curioso cómo un día vas a una milonga, ves en la pista a uno de esos milongueros con los que no bailarías con él ni aunque te pagaran, y de repente alguien te comenta que ahora es profesor de tango en una ciudad pequeña del norte. Mi reacción, digna de película: casi tiro lo que estaba bebiendo... ¡del susto!
Hablo de un chico que hace años que toma clases, que apenas milonguea, y que tal como un pez trepa un árbol, él baila. Me imagino sus clases y lo que enseñará: cómo salirse del eje, cómo sacar a la pareja de su eje, cómo no hay que circular por la pista, cómo hay que dar clases mientras se baila, y de cómo empujar a las chicas al lugar al que quiere que se muevan si no se tiene la más remota idea de cómo hacer la marca. Un terrible.
Hace ya bastante tiempo, el 26 de noviembre de 2013, que publiqué una entrada sobre este tema, en el que gente sin tener preparación alguna o que baila fatal, e incapaz de hacer auto-crítica, se autoproclama maestro y empieza a difundir su sabiduría... obviamente haciendo flaco favor al tango nacional. Estoy indignada. Por lo que veo, esto no puede ir peor...
Hablo de un chico que hace años que toma clases, que apenas milonguea, y que tal como un pez trepa un árbol, él baila. Me imagino sus clases y lo que enseñará: cómo salirse del eje, cómo sacar a la pareja de su eje, cómo no hay que circular por la pista, cómo hay que dar clases mientras se baila, y de cómo empujar a las chicas al lugar al que quiere que se muevan si no se tiene la más remota idea de cómo hacer la marca. Un terrible.
Hace ya bastante tiempo, el 26 de noviembre de 2013, que publiqué una entrada sobre este tema, en el que gente sin tener preparación alguna o que baila fatal, e incapaz de hacer auto-crítica, se autoproclama maestro y empieza a difundir su sabiduría... obviamente haciendo flaco favor al tango nacional. Estoy indignada. Por lo que veo, esto no puede ir peor...
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viernes, 6 de marzo de 2015
Cuestión de abrazos
Le conocí hace años. Él, un chico que podía pasar desapercibido por su timidez, destacaba porque derrochaba buena onda y no tenía reparo alguno en mostrar su cariño a quien estuviera dispuesto/a a recibirlo. Quizás un chico de los que son demasiado buenos, de los que dan, pero que apenas piden, y menos aún reciben, quizás por motivos de inseguridad. Pero fue esa forma de ser suya la que despertó en mi ciertos sentimientos especiales, que creo que aunque no germinaron del todo porque andábamos en ondas diferentes, tampoco fueron compartidos.
A día de hoy no conozco una sola persona que no le quiera: es imposible no hacerlo. Bailando es dulce, suave, y entregado, pero por alguna extraña razón, muy rara vez yo he conectado con él en el abrazo. Ahora lo sé: buscábamos abrazos diferentes.
Yo soy de las que necesita el torso del hombre para bailar, de las que no les gusta despegarse mas que lo justo, de las que creo que baila tan solo concentradas en la conexión y en la música, con los ojos cerrados, olvidándose de todo y de todos. Mientras bailo me gusta imaginar un mundo en el que solo estamos la persona a la que abrazo, yo, y la música. El abrazo abierto, tango nuevo y todo aquello que me hace despertar del mundo en el que me sumerjo, no me suele gustar.
Él sin embargo no es tanto de ese tipo de abrazo. No tengo duda alguna de que él también imagina un mundo entre dos, se entrega en exclusiva a su pareja y la música, pero lo hace con un tipo de abrazo más abierto. Tardé tiempo en llegar a esta conclusión, y solo recientemente lo apliqué en una tanda maravillosa con él.
El primer tango fue de total desencuentro, como si jamás hubiéramos bailado antes juntos; el segundo fue mejor, el desencuentro solo fue a ratos; y ya, en el último tango de todos, yo cambié mi abrazo y empezamos a hablar en el mismo idioma. El cambio fue tal, que al terminar la tanda, abrazados y riendo, mientras me acompañaba a mi silla y nos dábamos las gracias, le comenté que esta vez sí que habíamos conectado de otra manera. El me miró y son esa sonrisa suya, me plantó un beso en la mejilla y dijo que tenía razón. Son los momentos como este los que hacen del tango un baile tan especial.
A día de hoy no conozco una sola persona que no le quiera: es imposible no hacerlo. Bailando es dulce, suave, y entregado, pero por alguna extraña razón, muy rara vez yo he conectado con él en el abrazo. Ahora lo sé: buscábamos abrazos diferentes.
Yo soy de las que necesita el torso del hombre para bailar, de las que no les gusta despegarse mas que lo justo, de las que creo que baila tan solo concentradas en la conexión y en la música, con los ojos cerrados, olvidándose de todo y de todos. Mientras bailo me gusta imaginar un mundo en el que solo estamos la persona a la que abrazo, yo, y la música. El abrazo abierto, tango nuevo y todo aquello que me hace despertar del mundo en el que me sumerjo, no me suele gustar.
Él sin embargo no es tanto de ese tipo de abrazo. No tengo duda alguna de que él también imagina un mundo entre dos, se entrega en exclusiva a su pareja y la música, pero lo hace con un tipo de abrazo más abierto. Tardé tiempo en llegar a esta conclusión, y solo recientemente lo apliqué en una tanda maravillosa con él.
El primer tango fue de total desencuentro, como si jamás hubiéramos bailado antes juntos; el segundo fue mejor, el desencuentro solo fue a ratos; y ya, en el último tango de todos, yo cambié mi abrazo y empezamos a hablar en el mismo idioma. El cambio fue tal, que al terminar la tanda, abrazados y riendo, mientras me acompañaba a mi silla y nos dábamos las gracias, le comenté que esta vez sí que habíamos conectado de otra manera. El me miró y son esa sonrisa suya, me plantó un beso en la mejilla y dijo que tenía razón. Son los momentos como este los que hacen del tango un baile tan especial.
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martes, 20 de enero de 2015
Una razón de las razones por las que me gustan las tandas de tres
No hace mucho fui a una milonga que tenía lugar en la planta superior de un centro comercial. Llegué cuando ya había empezado y me encontré con un par de conocidas que pronto me presentaron al resto de sus amigos, así que bailé mi primera tanda tan pronto me puse las sandalias de tango. Allí nadie cabeceaba, todo eran invitaciones directas.
Aquella primera tanda la disfruté bastante: creo que tuve suerte de bailar con el más experimentado de la pista. La segunda tanda la bailé con un chico que invitó primero a la chica que yo conocía, y tras ella rechazarle, me invitó a mi. Lo que se vino conmigo a la pista fue la cara de ella como diciendo "estás loca" y también a un chico principiante no, lo siguiente: hacía tan solo un mes o dos que daba sus primeros pasos. Me sorprendió porque era capaz de pisar a ritmo casi todo el rato y sabía cinco o seis figuras en las que conseguía no sacar de eje a su pareja, aunque claro está, el pobre no tenía abrazo de ningún tipo. Lo pasamos bien y me gustó ver su cara de sorprendido cuando vio que todo lo que me intentaba marcar salía bien. A veces yo tenía que adivinar sus marcas y me movía casi sola pero todo valía con tal de que fluyera la pista y de ver que el chico estaba más feliz que unas castañuelas.
La tercera tanda y tras la cual di por finalizada la milonga para mi, la bailé con otro milonguero de mediana edad. Bailaba con mucha energía y pisaba a ritmo casi todo el tiempo pero estaba tan concentrado en hacer su baile, que se olvidaba de que bailaba conmigo y se iba solo. Intentar seguirle era una pesadilla. No puedo con este tipo de milongueros. Pero empecé la tanda y quise terminarla por educación.
En el segundo tango de la tanda hizo dos o tres figuras a su manera y al principio intenté seguirle, luego me cansé y decidí pisar a ritmo a pesar de lo que él hiciera y hacer lo que me diera la gana, tal y como él hacía. Como obviamente no bailaba con nadie, sino más bien sola, me dediqué a curiosear alrededor, observar a los demás bailarines y también a la gente que paseaba por el centro comercial. Mientras yo hacía eso, hubo un momento en el que él se aceleró mucho, hizo alguna figura solo y luego aparecí yo con un paso largo, como si nada. Él me miró algo molesto y lo intentó de nuevo. El resultado fue el mismo. Entonces, ni corto ni perezoso, me preguntó si no sabía la figura porque estaba seguro de que él la había hecho bien ya que no era ningún princiante. Luego me aclaró que hacía ya dos años que bailaba, como si eso lo convirtiera en una eminencia. Estaba tan aburrida de toparme con tipos como él que lo único que hice fue mirarle, levanté las cejas y no le dije nada: para qué molestarse. Afortunadamente las tandas eran de tres y pronto dejé de bailar con él. Luego me cambié y me fui a cenar: comer siempre me alegra el espíritu.
Aquella primera tanda la disfruté bastante: creo que tuve suerte de bailar con el más experimentado de la pista. La segunda tanda la bailé con un chico que invitó primero a la chica que yo conocía, y tras ella rechazarle, me invitó a mi. Lo que se vino conmigo a la pista fue la cara de ella como diciendo "estás loca" y también a un chico principiante no, lo siguiente: hacía tan solo un mes o dos que daba sus primeros pasos. Me sorprendió porque era capaz de pisar a ritmo casi todo el rato y sabía cinco o seis figuras en las que conseguía no sacar de eje a su pareja, aunque claro está, el pobre no tenía abrazo de ningún tipo. Lo pasamos bien y me gustó ver su cara de sorprendido cuando vio que todo lo que me intentaba marcar salía bien. A veces yo tenía que adivinar sus marcas y me movía casi sola pero todo valía con tal de que fluyera la pista y de ver que el chico estaba más feliz que unas castañuelas.
La tercera tanda y tras la cual di por finalizada la milonga para mi, la bailé con otro milonguero de mediana edad. Bailaba con mucha energía y pisaba a ritmo casi todo el tiempo pero estaba tan concentrado en hacer su baile, que se olvidaba de que bailaba conmigo y se iba solo. Intentar seguirle era una pesadilla. No puedo con este tipo de milongueros. Pero empecé la tanda y quise terminarla por educación.
En el segundo tango de la tanda hizo dos o tres figuras a su manera y al principio intenté seguirle, luego me cansé y decidí pisar a ritmo a pesar de lo que él hiciera y hacer lo que me diera la gana, tal y como él hacía. Como obviamente no bailaba con nadie, sino más bien sola, me dediqué a curiosear alrededor, observar a los demás bailarines y también a la gente que paseaba por el centro comercial. Mientras yo hacía eso, hubo un momento en el que él se aceleró mucho, hizo alguna figura solo y luego aparecí yo con un paso largo, como si nada. Él me miró algo molesto y lo intentó de nuevo. El resultado fue el mismo. Entonces, ni corto ni perezoso, me preguntó si no sabía la figura porque estaba seguro de que él la había hecho bien ya que no era ningún princiante. Luego me aclaró que hacía ya dos años que bailaba, como si eso lo convirtiera en una eminencia. Estaba tan aburrida de toparme con tipos como él que lo único que hice fue mirarle, levanté las cejas y no le dije nada: para qué molestarse. Afortunadamente las tandas eran de tres y pronto dejé de bailar con él. Luego me cambié y me fui a cenar: comer siempre me alegra el espíritu.
lunes, 5 de enero de 2015
Me sentí valiente
Era un domingo por la tarde y asistí a una práctica, que como la misma palabra lo dice, es un espacio en el que se practica tango, a veces con guía de milongueros experimentados o profesores. En esta práctica sonaba la música sin tandas, sin cortinas, la gente cambiaba de pareja cuando quería y se paraba en medio de la pista para discutir si salía o no bien una figura.
Estaba observando la pista cuando se acercó a mi un chico con el que nunca había bailado antes pero que había conocido durante ese fin de semana. Lo había visto bailar antes en una milonga y me había parecido un chico con una técnica que brillaba por su ausencia y con una energía totalmente desproporcionada y descontrolada. A su favor he decir que al menos era guapo y simpático. Supongo que es esa la razón por la que acepté practicar con él. Las prácticas suelen ser buenos momentos para sugerir y la idea de sugerirle que disminuyera un poquito su nivel de energía en esa práctica me parecía un buen intento para ver si podría luego bailar más tarde con él en la milonga. Pero decidí callarme, experimentar y ver qué sucedía.
Desde un principio opté por un abrazo muy abierto, para poder controlar del todo mi eje y esquivar el suyo, si se desviaba más de la cuenta y amezaba con descontrolarse. Era un chico muy alto así que o hacía eso, o mi atrevimiento podía derivar en una catástrofe. Como era de esperar, empezó a moverse a mucha velocidad, supongo que para no llegar a caerse tras perder el eje en cada paso. La música tampoco iba con él, pero qué más daba... tan solo era una práctica. Hasta que empezó a criticarme porque no me sabía los pasos.
Insistió en enseñarme cómo hacer un gancho tras intentar varias veces uno sin que yo le entendiera la marca. Le dije que no sabía porqué, pero que el cuerpo no pedía un gancho (más bien correr a varios kilómetros de él, aunque eso no se lo dije) o que no le entendía la marca. Le propuse intentar otra cosa ya que nos faltaba el consejo de alguien más experimentado para orientarnos en aquello que obviamente no salía bien, pero se molestó porque él había estado en Buenos Aires y había tomado clases con no-se-qué profesores y que no entendía lo que me habían enseñado a mí porque no sabía ningún paso. ¡Ay, ay, ay.. lo que hay que oír! Respiré profundo y me dije: "nena, tú si que puedes... 1, 2, 3, 4,..100, 200, 300..."
Luego comenzó con unos giros, pero la suerte duró poco porque se le ocurrió la brinllante idea de pasar a las sacadas. Y sintiendolo mucho, ese fue mi límite: visto el peligro, debo de reconocer que casi salgo corriendo, pero no, solo me excusé y le sugerí que provara con otra chica.
Seguido de la práctica hubo milonga y fue ahí cuando me di cuenta de que ninguna milonguera local que hubiera salido ya de la etapa de principiante aceptaba una invitación suya. Luego me dediqué a mirar a otro lado cada vez que había cambio de tanda para no cruzar miradas con él. Una milonguera local que estaba sentada junto mi captó el asunto y me dijo: "es un terrible...". Le respondí con una mirada cómplice milonguera. ¿Qué más faltaba por decir?
Estaba observando la pista cuando se acercó a mi un chico con el que nunca había bailado antes pero que había conocido durante ese fin de semana. Lo había visto bailar antes en una milonga y me había parecido un chico con una técnica que brillaba por su ausencia y con una energía totalmente desproporcionada y descontrolada. A su favor he decir que al menos era guapo y simpático. Supongo que es esa la razón por la que acepté practicar con él. Las prácticas suelen ser buenos momentos para sugerir y la idea de sugerirle que disminuyera un poquito su nivel de energía en esa práctica me parecía un buen intento para ver si podría luego bailar más tarde con él en la milonga. Pero decidí callarme, experimentar y ver qué sucedía.
Desde un principio opté por un abrazo muy abierto, para poder controlar del todo mi eje y esquivar el suyo, si se desviaba más de la cuenta y amezaba con descontrolarse. Era un chico muy alto así que o hacía eso, o mi atrevimiento podía derivar en una catástrofe. Como era de esperar, empezó a moverse a mucha velocidad, supongo que para no llegar a caerse tras perder el eje en cada paso. La música tampoco iba con él, pero qué más daba... tan solo era una práctica. Hasta que empezó a criticarme porque no me sabía los pasos.
Insistió en enseñarme cómo hacer un gancho tras intentar varias veces uno sin que yo le entendiera la marca. Le dije que no sabía porqué, pero que el cuerpo no pedía un gancho (más bien correr a varios kilómetros de él, aunque eso no se lo dije) o que no le entendía la marca. Le propuse intentar otra cosa ya que nos faltaba el consejo de alguien más experimentado para orientarnos en aquello que obviamente no salía bien, pero se molestó porque él había estado en Buenos Aires y había tomado clases con no-se-qué profesores y que no entendía lo que me habían enseñado a mí porque no sabía ningún paso. ¡Ay, ay, ay.. lo que hay que oír! Respiré profundo y me dije: "nena, tú si que puedes... 1, 2, 3, 4,..100, 200, 300..."
Luego comenzó con unos giros, pero la suerte duró poco porque se le ocurrió la brinllante idea de pasar a las sacadas. Y sintiendolo mucho, ese fue mi límite: visto el peligro, debo de reconocer que casi salgo corriendo, pero no, solo me excusé y le sugerí que provara con otra chica.
Seguido de la práctica hubo milonga y fue ahí cuando me di cuenta de que ninguna milonguera local que hubiera salido ya de la etapa de principiante aceptaba una invitación suya. Luego me dediqué a mirar a otro lado cada vez que había cambio de tanda para no cruzar miradas con él. Una milonguera local que estaba sentada junto mi captó el asunto y me dijo: "es un terrible...". Le respondí con una mirada cómplice milonguera. ¿Qué más faltaba por decir?
martes, 23 de diciembre de 2014
La mejor opción
Era invierno y yo regresaba a mi ciudad después de pasar un fin de semana con una amiga. Una milonga local estaba a punto de finalizar y aunque estaba cansada del viaje y algo enferma, quise pasar a saludar a unos amigos antes de irme a casa. Obviamente llegué muy tarde, justo para las últimas tandas, pero allí me encontré a un pequeño grupito que remataba la milonga y a un milonguero de otra ciudad que ya conocía y que estaba de visita acompañando a un amigo. Muy buen bailarín, tan solo había bailado con él una vez antes aquel día en el que iba especialmente guapa con vestido nuevo, que descubría un escote al que él puso especial atención durante aquella noche.
En esta milonga él estaba sentado, aburrido, y se iluminaron los ojos cuando me vio. Las milongueras que había aquel día aún en la pista eran muy principiantes y además estaban casi todas bailando con sus parejas, así que obviamente yo era su mejor opción. Me invitó a bailar y tras terminar la tanda siguió bailando conmigo. He de reconocer que estaba encantada y como sabía que ya terminaba la milonga, bailé las dos últimas tandas que quedaban con él.
El tiempo pasó y meses después volvimos a coincidir en un evento. Allí estaba él con sus amigas milongueras de siempre, con las que se ve a diario y con las que repartió casi todas sus tandas a lo largo del fin de semana. De mi, ni se acordó. Pero lo entiendo: al fin y al cabo ellas son amigas y mejores bailarinas. Además, soy defensora de la idea de que cada uno baila con quien quiere.
De nuevo coincidimos en unos dos o tres eventos más, y sucedió exactamente lo mismo. Deduje que no le gustaba bailar conmigo y que por eso no me invitaba. Era como si hubiera dejado de existir para él. Pero entonces la realidad cayó sobre mi como un cubo de agua fría: me había utilizado. Eso sí es algo que no entiendo ni tampoco acepto bajo ningún concepto. Me di cuenta de él solo había bailado conmigo cuando no tenía nadie más con quien bailar, pero luego dejé de ser su mejor opción y sencillamente dejé de interesarle. Opino que si a un chico no le gusta bailar conmigo, no pasa nada, pero no debería invitarme: me parece mezquino que lo haga solo cuando no tiene con quien bailar.
De todas formas, si lo ha hecho una vez, seguro que lo hará de nuevo. Esperaré ese día porque estoy segura de que tarde o temprano llegará: cuando yo sea de nuevo su única y mejor opción. Entonces yo respiraré profundo y tomaré el tiempo necesario para explicarle la razón por la cual le rechazo. Quizás no lo entienda o no quiera entenderlo porque para eso se necesita una madurez y empatía que creo que él no tiene, pero también existe la posibilidad de que me equivoque, de que él se de cuanta de lo poco acertado que ha sido su comportamiento e incluso se disculpe. Entonces y solo entonces, volveré de nuevo a bailar con él.
En esta milonga él estaba sentado, aburrido, y se iluminaron los ojos cuando me vio. Las milongueras que había aquel día aún en la pista eran muy principiantes y además estaban casi todas bailando con sus parejas, así que obviamente yo era su mejor opción. Me invitó a bailar y tras terminar la tanda siguió bailando conmigo. He de reconocer que estaba encantada y como sabía que ya terminaba la milonga, bailé las dos últimas tandas que quedaban con él.
El tiempo pasó y meses después volvimos a coincidir en un evento. Allí estaba él con sus amigas milongueras de siempre, con las que se ve a diario y con las que repartió casi todas sus tandas a lo largo del fin de semana. De mi, ni se acordó. Pero lo entiendo: al fin y al cabo ellas son amigas y mejores bailarinas. Además, soy defensora de la idea de que cada uno baila con quien quiere.
De nuevo coincidimos en unos dos o tres eventos más, y sucedió exactamente lo mismo. Deduje que no le gustaba bailar conmigo y que por eso no me invitaba. Era como si hubiera dejado de existir para él. Pero entonces la realidad cayó sobre mi como un cubo de agua fría: me había utilizado. Eso sí es algo que no entiendo ni tampoco acepto bajo ningún concepto. Me di cuenta de él solo había bailado conmigo cuando no tenía nadie más con quien bailar, pero luego dejé de ser su mejor opción y sencillamente dejé de interesarle. Opino que si a un chico no le gusta bailar conmigo, no pasa nada, pero no debería invitarme: me parece mezquino que lo haga solo cuando no tiene con quien bailar.
De todas formas, si lo ha hecho una vez, seguro que lo hará de nuevo. Esperaré ese día porque estoy segura de que tarde o temprano llegará: cuando yo sea de nuevo su única y mejor opción. Entonces yo respiraré profundo y tomaré el tiempo necesario para explicarle la razón por la cual le rechazo. Quizás no lo entienda o no quiera entenderlo porque para eso se necesita una madurez y empatía que creo que él no tiene, pero también existe la posibilidad de que me equivoque, de que él se de cuanta de lo poco acertado que ha sido su comportamiento e incluso se disculpe. Entonces y solo entonces, volveré de nuevo a bailar con él.
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domingo, 30 de noviembre de 2014
Una jugada nada maestra
En aquella milonga al aire libre había muchas mujeres y pocos hombres, como de costumbre. Entre ellos uno principiante, que apuntaba muy buenas maneras, un chico joven, educado y tímido que se atrevía con todo. Un pibe que hoy en día baila tango divinamente pero no baila milongas.
Sentadas en las gradas, observando la pista y disfrutando la tarde había un grupo de milongueras, vino una de milongas. Nuestro protagonista se acercó al grupo, e invitó a una de las mujeres de forma directa, sin cabeceo. Supongo que ella ya sabía que el pibe era principiante o quizás le había visto bailar antes, así que no queriendo bancarse una tanda de milongas con él, le dijo que estaba cansada y que no le apetecía bailar. El pibe, rechazado e inseguro, se quedó por allí sin atreverse a invitar a ninguna otra mujer.
Así que discreto en su rincón, no tardó en ser testigo de la siguiente escena: en la tercera milonga apareció otro hombre y tendiéndole la mano a la mujer, que antes le había rechazado, le invitó a bailar. Entonces ella se recuperó de repente de su cansancio, sonrió y aceptó la invitación con un "si" de lo más rotundo. Tanto ella como el resto de las milongueras ahí sentadas se dieron cuenta de que el principiante lo había observado todo cuando vieron su cara de incredulidad por la pronta y milagrosa recuperación de la milonguera así como de su jugada maestra para no bailar con quien no le apetecía. Las demás milongueras miraron a la protagonista con reproche y también divertidas por su metedura de pata, esperando verla salir del apuro. Pero ella, con una de esas miradas tan expresivas, cómplices, les dijo: "cabritas", y luego se dirigió a la pista sonrojada por haber sido descubierta in fraganti.
Esta es una anécdota de la que fue testigo una amiga mía. Escenas como estas son muy habituales en las milongas y por eso he querido escribir sobre ella. Tras cada historia debería haber algo que se aprende, así que dejo que vosotros mismos aprendais vuestra lección. Él aprendió la suya: hoy en día cabecea, pero dice que no le gusta bailar milongas. ¿Será coincidencia?
Sentadas en las gradas, observando la pista y disfrutando la tarde había un grupo de milongueras, vino una de milongas. Nuestro protagonista se acercó al grupo, e invitó a una de las mujeres de forma directa, sin cabeceo. Supongo que ella ya sabía que el pibe era principiante o quizás le había visto bailar antes, así que no queriendo bancarse una tanda de milongas con él, le dijo que estaba cansada y que no le apetecía bailar. El pibe, rechazado e inseguro, se quedó por allí sin atreverse a invitar a ninguna otra mujer.
Así que discreto en su rincón, no tardó en ser testigo de la siguiente escena: en la tercera milonga apareció otro hombre y tendiéndole la mano a la mujer, que antes le había rechazado, le invitó a bailar. Entonces ella se recuperó de repente de su cansancio, sonrió y aceptó la invitación con un "si" de lo más rotundo. Tanto ella como el resto de las milongueras ahí sentadas se dieron cuenta de que el principiante lo había observado todo cuando vieron su cara de incredulidad por la pronta y milagrosa recuperación de la milonguera así como de su jugada maestra para no bailar con quien no le apetecía. Las demás milongueras miraron a la protagonista con reproche y también divertidas por su metedura de pata, esperando verla salir del apuro. Pero ella, con una de esas miradas tan expresivas, cómplices, les dijo: "cabritas", y luego se dirigió a la pista sonrojada por haber sido descubierta in fraganti.
Esta es una anécdota de la que fue testigo una amiga mía. Escenas como estas son muy habituales en las milongas y por eso he querido escribir sobre ella. Tras cada historia debería haber algo que se aprende, así que dejo que vosotros mismos aprendais vuestra lección. Él aprendió la suya: hoy en día cabecea, pero dice que no le gusta bailar milongas. ¿Será coincidencia?
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miércoles, 12 de noviembre de 2014
Carnet de milonguero
¿Quien no se ha quedado mirando a la pista alguna vez y ha tomando la sabia decisión de no calzarse los zapatos o las sandalias tras observar todo tipo de peligros por la pista? Yo lo confieso, soy culpable de ello, y no una vez, varias. Eso sí, no es que no haya bailado en toda la noche, sino que he esperado a bailar las dos o tres últimas horas de la milonga, cuando cierto tipo de personas se han ido a dormir o hay suficiente espacio como para que mis parejas los esquiven con éxito.
Los más molestos suelen ser los que bailan como si les fuera la vida en ello: suelen meter mil pasos por compás, como si cualquier tema fuera una milonga; creen que disponen de un solo tango para mostrar todo aquello que saben, lo hagan bien o no; y además, muchos de ellos les da igual circular hacia adelante que hacia atrás. Curiosamente son luego los que más se enfadan cuando hay un choque, aunque ellos sean los culpables el 110% de las veces (y digo 110% porque a veces, sin estar involucrados directamente, suelen causar otros "accidentes"). Se los distingue desde fuera muy fácilmente ya que no escuchan la música aunque vayan a ritmo y son capaces de meter boleos y figuras de todo tipo aunque no peguen ni con cola con la música.
Desde el punto de vista de una milonguera, independientemente del abrazo que tengan (algunos tienen un abrazo fantástico), no es agradable bailar con ellos puesto que te hacen sentir como que no bailas, ya que no escuchan a la mujer, bailan para sí mismos, pretendiendo que tú solamente les sigas, sin aportar nada al baile. Ellos bailan para que los miren.
Aunque no las haya mencionado a ellas, también hay milongueras peligrosas, como por ejemplo las que se adornan inventándose boleos que suben hasta las orejas, o las que con su energía arrastran al hombre, o las que no mantienen el eje, caen sobre el hombre y le hacen perder al eje a él, y así chocan con otras parejas. Creo que "peligro", lo queramos o no, la mayoría lo hemos sido alguna vez, sobre todo, en nuestra etapa de principiantes.
Me pregunto qué sería de las milongas si así como existe un carnet de conducir, existiera un carnet para circular por la pista de una milonga... ¡cómo cambiarían las cosas!. Supongo que como eso no es posible, ojalá en algún momento a algún organizador se le ocurra observar la pista e invitar amablemente a abandonarla a aquellos envueltos a menudo en "accidentes", o mejor aún, que sean los propios milongueros y milongueras quienes lo hagan, por el bien de todos. Pero supongo que eso es mucho pedir.
Los más molestos suelen ser los que bailan como si les fuera la vida en ello: suelen meter mil pasos por compás, como si cualquier tema fuera una milonga; creen que disponen de un solo tango para mostrar todo aquello que saben, lo hagan bien o no; y además, muchos de ellos les da igual circular hacia adelante que hacia atrás. Curiosamente son luego los que más se enfadan cuando hay un choque, aunque ellos sean los culpables el 110% de las veces (y digo 110% porque a veces, sin estar involucrados directamente, suelen causar otros "accidentes"). Se los distingue desde fuera muy fácilmente ya que no escuchan la música aunque vayan a ritmo y son capaces de meter boleos y figuras de todo tipo aunque no peguen ni con cola con la música.
Desde el punto de vista de una milonguera, independientemente del abrazo que tengan (algunos tienen un abrazo fantástico), no es agradable bailar con ellos puesto que te hacen sentir como que no bailas, ya que no escuchan a la mujer, bailan para sí mismos, pretendiendo que tú solamente les sigas, sin aportar nada al baile. Ellos bailan para que los miren.
Aunque no las haya mencionado a ellas, también hay milongueras peligrosas, como por ejemplo las que se adornan inventándose boleos que suben hasta las orejas, o las que con su energía arrastran al hombre, o las que no mantienen el eje, caen sobre el hombre y le hacen perder al eje a él, y así chocan con otras parejas. Creo que "peligro", lo queramos o no, la mayoría lo hemos sido alguna vez, sobre todo, en nuestra etapa de principiantes.
Me pregunto qué sería de las milongas si así como existe un carnet de conducir, existiera un carnet para circular por la pista de una milonga... ¡cómo cambiarían las cosas!. Supongo que como eso no es posible, ojalá en algún momento a algún organizador se le ocurra observar la pista e invitar amablemente a abandonarla a aquellos envueltos a menudo en "accidentes", o mejor aún, que sean los propios milongueros y milongueras quienes lo hagan, por el bien de todos. Pero supongo que eso es mucho pedir.
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domingo, 2 de noviembre de 2014
Un cabeceo maestro
Aquel chico alto, pelado y de ojos claros estaba apoyado contra la pared, mirando alrededor, buscando cabeceos. Vestía elegante. Osado él, me cabeceó desde casi veinte metros de distancia. No se ni como le vi, pero sucedió. Cómo nos encontramos y lo que tardamos cada uno en sortear las sillas y mesas hasta reunirnos en la pista, es otra cuestión, pero cierto es que casi había transcurrido el primer tema de la tanda de Enrique Rodriguez, sello oficial que aquello era una milonga.
Su abrazo era muy agradable, pero durante los primeros pasos pude percibir su inexperiencia y también su nerviosismo. Me quedé pasmada al darme cuenta de que era a un principiante a quien abrazaba: ¡me había cabeceando como lo hacen los milongueros más experimentados! Puede que en otros lugares del mundo sea normal, pero en Europa, definitivamente no.
Al terminar el primer tango se presentó, me preguntó por mi nombre y entabló una pequeña conversación, que si bien parece que por lo que me han dicho son típicas en las milongas de Buenos Aires, aquí en Europa las presentaciones existen, pero rara vez llegan a una pequeña conversación. Aquí la gente va más bien a bailar, sobre todo en los grandes festivales, y la cosa empeora cuanto más al norte de Europa te sitúes. Quizás sea algo más mediterráneo eso de charlar y charlar, y por eso las milongueras como yo lo hacemos en todo momento (salvo cuando bailamos) y claro, luego recibimos un buen reproche por ello al estilo "eres difícil de cabecear" o algo peor. Quizás también es porque en Europa hay varios idiomas y la gente a veces no se puede comunicar con las palabras sino tan solo a través de la música, las sonrisas y los abrazos, que forman el idioma internacional más hermoso y compartido, y que a su vez hace de puente entre tan diferentes culturas.
Para calmar un poco los nervios del chicoque seguramente le habían entrado al precibir que yo era algo más experimentada que él, opté por lo fácil: le miré, le sonreí y luego continuamos bailando. Para mi sorpresa, fue una tanda muy agradable, y el chico se las apañó bastante bien para esquivar a los típicos peligros que solo andan sueltos por las milongas europeas: hablo de los tarados que se creen que están en un circuito de F1, o una atracción de feria de autos de choque, o a los "cangrejos" que parece que se hayan escapado de algún río. Un diez al peladito.
Lo curioso de toda esta historia es que durante esa milonga, compartiendo impresiones con una chica suiza sobre los milongueros con los que habíamos bailado, le conté sobre este chico y lo que me había sorprendido el tipo de cabeceo tan poco característico de principiantes. Pero ella me sorprendió más aún al confesarme que ella también había bailado con él, después de recibir su cabeceo y que le había sorprendido tanto como a mi. Lo observamos de nuevo para constatar que nos referíamos al mismo chico, y nos quedamos con la boca abierta al encontrarlo en la distancia, cabeceando a una de las bailarinas profesionales, y viendo como ella, al igual que nosotras antes, se dirigía hacia la pista a su encuentro. Eso sí que es sabérselo montar: primero aprender a cabecear como un maestro, y luego ya vendrátodo lo demás.
Su abrazo era muy agradable, pero durante los primeros pasos pude percibir su inexperiencia y también su nerviosismo. Me quedé pasmada al darme cuenta de que era a un principiante a quien abrazaba: ¡me había cabeceando como lo hacen los milongueros más experimentados! Puede que en otros lugares del mundo sea normal, pero en Europa, definitivamente no.
Al terminar el primer tango se presentó, me preguntó por mi nombre y entabló una pequeña conversación, que si bien parece que por lo que me han dicho son típicas en las milongas de Buenos Aires, aquí en Europa las presentaciones existen, pero rara vez llegan a una pequeña conversación. Aquí la gente va más bien a bailar, sobre todo en los grandes festivales, y la cosa empeora cuanto más al norte de Europa te sitúes. Quizás sea algo más mediterráneo eso de charlar y charlar, y por eso las milongueras como yo lo hacemos en todo momento (salvo cuando bailamos) y claro, luego recibimos un buen reproche por ello al estilo "eres difícil de cabecear" o algo peor. Quizás también es porque en Europa hay varios idiomas y la gente a veces no se puede comunicar con las palabras sino tan solo a través de la música, las sonrisas y los abrazos, que forman el idioma internacional más hermoso y compartido, y que a su vez hace de puente entre tan diferentes culturas.
Para calmar un poco los nervios del chicoque seguramente le habían entrado al precibir que yo era algo más experimentada que él, opté por lo fácil: le miré, le sonreí y luego continuamos bailando. Para mi sorpresa, fue una tanda muy agradable, y el chico se las apañó bastante bien para esquivar a los típicos peligros que solo andan sueltos por las milongas europeas: hablo de los tarados que se creen que están en un circuito de F1, o una atracción de feria de autos de choque, o a los "cangrejos" que parece que se hayan escapado de algún río. Un diez al peladito.
Lo curioso de toda esta historia es que durante esa milonga, compartiendo impresiones con una chica suiza sobre los milongueros con los que habíamos bailado, le conté sobre este chico y lo que me había sorprendido el tipo de cabeceo tan poco característico de principiantes. Pero ella me sorprendió más aún al confesarme que ella también había bailado con él, después de recibir su cabeceo y que le había sorprendido tanto como a mi. Lo observamos de nuevo para constatar que nos referíamos al mismo chico, y nos quedamos con la boca abierta al encontrarlo en la distancia, cabeceando a una de las bailarinas profesionales, y viendo como ella, al igual que nosotras antes, se dirigía hacia la pista a su encuentro. Eso sí que es sabérselo montar: primero aprender a cabecear como un maestro, y luego ya vendrátodo lo demás.
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martes, 28 de octubre de 2014
Las espaldas resbaladizas dejan de ser sexys
Acababa de comprarme un vestido "preciosisísimo" -como dice una amiga mía-, de los que se ajustan a la cintura y cuya tela cae hasta las rodillas, deja por detrás deja la espalda al descubierto y termina en una prolongación de tela que hace el efecto de pequeña cola. Una monada: sencillo, cómodo, y encima queda de maravilla... de los que hace que una se sienta realmente guapa con él.
Aún no lo había estrenado cuando aquella tarde me junté con unos amigos milongueros a tomar unas copas y comer. Fue entonces cuando una milonguera mencionó que había oído decir a varios hombres que no les gustan las milongueras cuyos vestidos tienen la espalda descubierta. Me quedé muy sorprendida ya que yo pensaba que a la mayoría de ellos les parecía sexy y que obviamente sí que les gustaba. Definitívamente, a veces damos por hecho muchas cosas solo porque nos gusten o por lo que desearíamos que fueran, aunque la realidad sea otra.
Por lo visto, puede que sí que les guste a los hombres ver a una mujer con un vestido cuya espalda queda al descubierto, pero parece que no para bailar con ella. La razón que me dieron fue que para un milonguero resulta muy incómodo y algo desagradable poner la mano sobre una espalda resbaladiza por el sudor. Totalmente comprensible, puesto que a mi misma me sucede lo mismo con cada milonguero cuya camisa termina calada hasta el punto de dejar ver toda su anatomía, pezones y pelacos incluidos.
Si a ellos les gustan los vestidos con la espalda cubierta, a nosotras nos gustan las chaquetas por encima de sus camisas. Es un hecho, para que tanto ellas como ellos tomen nota.Y también es un hecho que hay hombres que apenas sudan, de igual modo que hay mujeres que tampoco y por tanto podrían pertenecer a esa minoría privilegiada que puede lucir vestidos sin espalda o camisas sin chaqueta por encima. Ahora bien, el problema viene cuando a una persona se le pide que juzgue él mismo algo que atañe a su persona: la objetividad simplemente es inexistente en la mayoría de los casos. Así que sugiero que pidáis una opinión sincera a alguien de confianza, como lo hará esta milonguera, ciega hasta ahora con este asunto, con sus amigos, y si le sugieren que vista una remerita por encima de su vestido, ella acatará, aunque sea refunfuñando.
Aún no lo había estrenado cuando aquella tarde me junté con unos amigos milongueros a tomar unas copas y comer. Fue entonces cuando una milonguera mencionó que había oído decir a varios hombres que no les gustan las milongueras cuyos vestidos tienen la espalda descubierta. Me quedé muy sorprendida ya que yo pensaba que a la mayoría de ellos les parecía sexy y que obviamente sí que les gustaba. Definitívamente, a veces damos por hecho muchas cosas solo porque nos gusten o por lo que desearíamos que fueran, aunque la realidad sea otra.
Por lo visto, puede que sí que les guste a los hombres ver a una mujer con un vestido cuya espalda queda al descubierto, pero parece que no para bailar con ella. La razón que me dieron fue que para un milonguero resulta muy incómodo y algo desagradable poner la mano sobre una espalda resbaladiza por el sudor. Totalmente comprensible, puesto que a mi misma me sucede lo mismo con cada milonguero cuya camisa termina calada hasta el punto de dejar ver toda su anatomía, pezones y pelacos incluidos.
Si a ellos les gustan los vestidos con la espalda cubierta, a nosotras nos gustan las chaquetas por encima de sus camisas. Es un hecho, para que tanto ellas como ellos tomen nota.Y también es un hecho que hay hombres que apenas sudan, de igual modo que hay mujeres que tampoco y por tanto podrían pertenecer a esa minoría privilegiada que puede lucir vestidos sin espalda o camisas sin chaqueta por encima. Ahora bien, el problema viene cuando a una persona se le pide que juzgue él mismo algo que atañe a su persona: la objetividad simplemente es inexistente en la mayoría de los casos. Así que sugiero que pidáis una opinión sincera a alguien de confianza, como lo hará esta milonguera, ciega hasta ahora con este asunto, con sus amigos, y si le sugieren que vista una remerita por encima de su vestido, ella acatará, aunque sea refunfuñando.
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viernes, 24 de octubre de 2014
No era cuestión de polos
A veces nos equivocamos tanto con las personas que resulta increíble lo que descubres en ellas cuando las conoces, cuando empiezas a ver más allá, y no lo haces con los ojos, sino con el corazón.. A lo largo de mi vida como mujer mis percepciones han ido cambiando totalmente según la etapa de mi vida y de mi madurez en ese momento, el estado de ánimo, la seguridad en mi misma, y otros factores que determinan el grado de positividad y felicidad de una, y por eso también lo aprendido a través de ellas. Me he pasado media vida creando verdades a través de sensaciones, que por cierto, dependían de tantos factores que al final he llegado a dudar de todo y a darme cuenta de que he estado equivocada sobre muchas cosas más veces que las que he estado atinada. Es como darse cuenta de que cuanto más sabes, menos sabes.
Y con ella me equivoqué. La primera vez que la vi, a parte de gustarme su forma de bailar, me pareció una persona muy seria, bastante mandona y refunfuñona, difícil de tratar, e incluso me atrevería a calificarla con unos cuantos adjetivos más, ninguno de ellos muy halagüeño. No me caía nada bien. Me parecía que nunca sonreía, salvo cuando bailaba con su marido y por tanto, era el tipo de personas que me producían rechazo.
Creo que en aquellos tiempos ella lidiaba con diversos problemas, como todo el mundo, pero supongo que además, con el estrés que supone presidir una asociación de tango en la que como todas las asociaciones, es imposible mantener a todos contentos; en las que todo el mundo se acostumbra a que le den todo hecho; en las que nadie echa una mano, pero se apuntan los primeros a la hora de criticar y de quejarse por todo. La gente es egoísta y verlo cada día mientras tú luchas por algo que amas, y que es para todos, por el bien de todos, termina minando a cualquiera, por muy buena que sea la intención y por mucho que sea el amor por el tango.
Yo también vivía una época difícil a nivel personal, estaba sensible a todo, como un barco a la deriva. Quizás esa era realmente la verdadera razón de todo ese sentimiento entre nosotras (tiempo después me enteré que era recíproco): puede que tanto ella como yo tuviéramos las energías muy alteradas, y muy similares, y precisamente como los polos opuestos son los que se atraen, ella y yo hacíamos exactamente lo contrario.
Pasó el tiempo y ella por su lado, yo por el mío. La vida nos fue dando lecciones, las etapas pasaron, aprendimos, maduramos y después de todas esas tormentas, llegó la calma. Yo empecé a disfrutar del tango de otra manera, más intensamente, ya no como una terapia, sino como aquello que me llenaba y me hacía feliz. Los ojos con los que veía el mundo que me rodeaba, cambiaron. También empecé a verla diferente y supongo que en algún momento a ella le pasó lo mismo, pero definitivamente fue la pasión que compartimos por el tango lo que nos ayudó a acercarnos.
La llegué a conocer mejor y descubrí que es una mujer con un corazón enorme, pasional y temperamental a su vez, de las no tienen miedo de mostrar sus sentimientos, amante de los animales y de la vida, y además de todo eso, una gran repostera y milonguera. Hoy en día ella y su marido ocupan un lugar especial en mi corazón ya que son gente a la que aprecio, con la que me encuentro a gusto y comparto una bonita amistad, que espero que sea por mucho tiempo: entre milongas y fuera de ellas.
Y con ella me equivoqué. La primera vez que la vi, a parte de gustarme su forma de bailar, me pareció una persona muy seria, bastante mandona y refunfuñona, difícil de tratar, e incluso me atrevería a calificarla con unos cuantos adjetivos más, ninguno de ellos muy halagüeño. No me caía nada bien. Me parecía que nunca sonreía, salvo cuando bailaba con su marido y por tanto, era el tipo de personas que me producían rechazo.
Creo que en aquellos tiempos ella lidiaba con diversos problemas, como todo el mundo, pero supongo que además, con el estrés que supone presidir una asociación de tango en la que como todas las asociaciones, es imposible mantener a todos contentos; en las que todo el mundo se acostumbra a que le den todo hecho; en las que nadie echa una mano, pero se apuntan los primeros a la hora de criticar y de quejarse por todo. La gente es egoísta y verlo cada día mientras tú luchas por algo que amas, y que es para todos, por el bien de todos, termina minando a cualquiera, por muy buena que sea la intención y por mucho que sea el amor por el tango.
Yo también vivía una época difícil a nivel personal, estaba sensible a todo, como un barco a la deriva. Quizás esa era realmente la verdadera razón de todo ese sentimiento entre nosotras (tiempo después me enteré que era recíproco): puede que tanto ella como yo tuviéramos las energías muy alteradas, y muy similares, y precisamente como los polos opuestos son los que se atraen, ella y yo hacíamos exactamente lo contrario.
Pasó el tiempo y ella por su lado, yo por el mío. La vida nos fue dando lecciones, las etapas pasaron, aprendimos, maduramos y después de todas esas tormentas, llegó la calma. Yo empecé a disfrutar del tango de otra manera, más intensamente, ya no como una terapia, sino como aquello que me llenaba y me hacía feliz. Los ojos con los que veía el mundo que me rodeaba, cambiaron. También empecé a verla diferente y supongo que en algún momento a ella le pasó lo mismo, pero definitivamente fue la pasión que compartimos por el tango lo que nos ayudó a acercarnos.
La llegué a conocer mejor y descubrí que es una mujer con un corazón enorme, pasional y temperamental a su vez, de las no tienen miedo de mostrar sus sentimientos, amante de los animales y de la vida, y además de todo eso, una gran repostera y milonguera. Hoy en día ella y su marido ocupan un lugar especial en mi corazón ya que son gente a la que aprecio, con la que me encuentro a gusto y comparto una bonita amistad, que espero que sea por mucho tiempo: entre milongas y fuera de ellas.
jueves, 16 de octubre de 2014
Borrachos no, gracias
Una de las cosas que más me gusta del tango son las milongas y el ambiente que hay en ellas. Son lugares donde la gente es respetuosa y donde es muy raro ver a alguien descontrolado por la bebida u otras sustancias, con lo cual el ambiente es más relajado, menos conflictivo y las mujeres están más cómodas: no hay que aguantar tonterías de ningún desubicado borracho, como suele sucede habitualmente en bares comunes o en discotecas.
Creo que la razón de esto es porque a la milonga, a diferencia de estos otros lugares mencionados, se va principalmente a bailar, así que eso hace de las milongas algo así como un mini-paraíso, donde de vez en cuando, se cuela alguna excepción.
Él estaba apoyado sobre una columna, con una bebida en la mano, observando. En algún momento crucé la mirada con él y la mantuve, con lo cual, el cabeceo por parte de él vino en pocos segundos. Entre nosotros y la pista había una hilera de mesas y sillas, lo suficientemente apiñadas como para dificultar el paso. Él dejó su bebida en una de las mesas, y al pasar por la siguiente, tropezó. Accidentes nos ocurren a todos, así que no le di importancia alguna.
Ya en la pista me ofreció el abrazo, mientras al mismo tiempo me llegaba un olor a alcohol preocupante. Pensé que justo habría bebido un trago y que por eso olia. Pero no tardé en darme cuenta de que de ir conduciendo, le hubieran quitado el carne. A mitad del primer tango, tras chocar con alguna pareja y perder él el eje un par de veces, me sorprendió con un par de miradas y comentarios fuera de tono sobre mi escote, así que le di las gracias y me fui. Él me miró enfadado, me persiguió unos metros, luego lo pensó, se dio media-vuelta y finalmente se fue. Dos horas más tarde lo vi dormido en un sofá... durmiendo la mona, obviamente.
Jamás lo volví a ver y jamás he vuelto hacer es aceptar invitaciones de chicos cuya mano sostiene siempre un cubata.... política de empresa.
Creo que la razón de esto es porque a la milonga, a diferencia de estos otros lugares mencionados, se va principalmente a bailar, así que eso hace de las milongas algo así como un mini-paraíso, donde de vez en cuando, se cuela alguna excepción.
Él estaba apoyado sobre una columna, con una bebida en la mano, observando. En algún momento crucé la mirada con él y la mantuve, con lo cual, el cabeceo por parte de él vino en pocos segundos. Entre nosotros y la pista había una hilera de mesas y sillas, lo suficientemente apiñadas como para dificultar el paso. Él dejó su bebida en una de las mesas, y al pasar por la siguiente, tropezó. Accidentes nos ocurren a todos, así que no le di importancia alguna.
Ya en la pista me ofreció el abrazo, mientras al mismo tiempo me llegaba un olor a alcohol preocupante. Pensé que justo habría bebido un trago y que por eso olia. Pero no tardé en darme cuenta de que de ir conduciendo, le hubieran quitado el carne. A mitad del primer tango, tras chocar con alguna pareja y perder él el eje un par de veces, me sorprendió con un par de miradas y comentarios fuera de tono sobre mi escote, así que le di las gracias y me fui. Él me miró enfadado, me persiguió unos metros, luego lo pensó, se dio media-vuelta y finalmente se fue. Dos horas más tarde lo vi dormido en un sofá... durmiendo la mona, obviamente.
Jamás lo volví a ver y jamás he vuelto hacer es aceptar invitaciones de chicos cuya mano sostiene siempre un cubata.... política de empresa.
martes, 30 de septiembre de 2014
El rol en el que te cuidan
Me atrevo a decir que el rol del hombre en el tango tiene más mérito que el de la mujer. Creo que el hombre, tras aprender lo básico, que no es nada fácil, tiene después que aprender a deslizarse por la pista, a estar pendiente de la mujer y a protegerla de posibles golpes, a escuchar la música mientras imagina cómo interpretar cada frase musical, y aún así, todavía disfrutar del baile, a pesar de todo ese estrés.
Para una milonguera, lo más difícil de bailar tango puede que esté en dejar que él tome las riendas, en aprender a esperar y no adelantarse, en conseguir un control del eje, y en preparar el cuerpo para responder a marcas casi por acto reflejo, ya que al fin y al cabo el tango es un idioma, cuyo canal de comunicación es el abrazo. Una vez aprendido todo esto, bailar, es como conducir, solo que no tienes que estar pendiente de los demás conductores, y puedes hacerlo además con los ojos cerrados, entregándote aún más al abrazo, a la música y al disfrute del momento. Relajada, confiada, a ciegas.
Para una milonguera también tiene un toque egoísta eso de dejarle a él con la responsabilidad de cuidarnos a los dos, pero la verdad es que esa sensación nos encanta a muchas: es una liberación. Dejar a un lado a esa cuidadora innata que casi todas llevamos dentro como madres potenciales, aunque sea por unos minutos, y dejar que sea otra persona quien nos cuide, es uno de los aspectos de bailar tango que más encandilan desde el primer día en el que pisas una milonga.
Para una milonguera, lo más difícil de bailar tango puede que esté en dejar que él tome las riendas, en aprender a esperar y no adelantarse, en conseguir un control del eje, y en preparar el cuerpo para responder a marcas casi por acto reflejo, ya que al fin y al cabo el tango es un idioma, cuyo canal de comunicación es el abrazo. Una vez aprendido todo esto, bailar, es como conducir, solo que no tienes que estar pendiente de los demás conductores, y puedes hacerlo además con los ojos cerrados, entregándote aún más al abrazo, a la música y al disfrute del momento. Relajada, confiada, a ciegas.
Para una milonguera también tiene un toque egoísta eso de dejarle a él con la responsabilidad de cuidarnos a los dos, pero la verdad es que esa sensación nos encanta a muchas: es una liberación. Dejar a un lado a esa cuidadora innata que casi todas llevamos dentro como madres potenciales, aunque sea por unos minutos, y dejar que sea otra persona quien nos cuide, es uno de los aspectos de bailar tango que más encandilan desde el primer día en el que pisas una milonga.
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