Una de las cosas que más me gusta del tango son las milongas y el ambiente que hay en ellas. Son lugares donde la gente es respetuosa y donde es muy raro ver a alguien descontrolado por la bebida u otras sustancias, con lo cual el ambiente es más relajado, menos conflictivo y las mujeres están más cómodas: no hay que aguantar tonterías de ningún desubicado borracho, como suele sucede habitualmente en bares comunes o en discotecas.
Creo que la razón de esto es porque a la milonga, a diferencia de estos otros lugares mencionados, se va principalmente a bailar, así que eso hace de las milongas algo así como un mini-paraíso, donde de vez en cuando, se cuela alguna excepción.
Él estaba apoyado sobre una columna, con una bebida en la mano, observando. En algún momento crucé la mirada con él y la mantuve, con lo cual, el cabeceo por parte de él vino en pocos segundos. Entre nosotros y la pista había una hilera de mesas y sillas, lo suficientemente apiñadas como para dificultar el paso. Él dejó su bebida en una de las mesas, y al pasar por la siguiente, tropezó. Accidentes nos ocurren a todos, así que no le di importancia alguna.
Ya en la pista me ofreció el abrazo, mientras al mismo tiempo me llegaba un olor a alcohol preocupante. Pensé que justo habría bebido un trago y que por eso olia. Pero no tardé en darme cuenta de que de ir conduciendo, le hubieran quitado el carne. A mitad del primer tango, tras chocar con alguna pareja y perder él el eje un par de veces, me sorprendió con un par de miradas y comentarios fuera de tono sobre mi escote, así que le di las gracias y me fui. Él me miró enfadado, me persiguió unos metros, luego lo pensó, se dio media-vuelta y finalmente se fue. Dos horas más tarde lo vi dormido en un sofá... durmiendo la mona, obviamente.
Jamás lo volví a ver y jamás he vuelto hacer es aceptar invitaciones de chicos cuya mano sostiene siempre un cubata.... política de empresa.
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