Le conocí hace años. Él, un chico que podía pasar desapercibido por su timidez, destacaba porque derrochaba buena onda y no tenía reparo alguno en mostrar su cariño a quien estuviera dispuesto/a a recibirlo. Quizás un chico de los que son demasiado buenos, de los que dan, pero que apenas piden, y menos aún reciben, quizás por motivos de inseguridad. Pero fue esa forma de ser suya la que despertó en mi ciertos sentimientos especiales, que creo que aunque no germinaron del todo porque andábamos en ondas diferentes, tampoco fueron compartidos.
A día de hoy no conozco una sola persona que no le quiera: es imposible no hacerlo. Bailando es dulce, suave, y entregado, pero por alguna extraña razón, muy rara vez yo he conectado con él en el abrazo. Ahora lo sé: buscábamos abrazos diferentes.
Yo soy de las que necesita el torso del hombre para bailar, de las que no les gusta despegarse mas que lo justo, de las que creo que baila tan solo concentradas en la conexión y en la música, con los ojos cerrados, olvidándose de todo y de todos. Mientras bailo me gusta imaginar un mundo en el que solo estamos la persona a la que abrazo, yo, y la música. El abrazo abierto, tango nuevo y todo aquello que me hace despertar del mundo en el que me sumerjo, no me suele gustar.
Él sin embargo no es tanto de ese tipo de abrazo. No tengo duda alguna de que él también imagina un mundo entre dos, se entrega en exclusiva a su pareja y la música, pero lo hace con un tipo de abrazo más abierto. Tardé tiempo en llegar a esta conclusión, y solo recientemente lo apliqué en una tanda maravillosa con él.
El primer tango fue de total desencuentro, como si jamás hubiéramos bailado antes juntos; el segundo fue mejor, el desencuentro solo fue a ratos; y ya, en el último tango de todos, yo cambié mi abrazo y empezamos a hablar en el mismo idioma. El cambio fue tal, que al terminar la tanda, abrazados y riendo, mientras me acompañaba a mi silla y nos dábamos las gracias, le comenté que esta vez sí que habíamos conectado de otra manera. El me miró y son esa sonrisa suya, me plantó un beso en la mejilla y dijo que tenía razón. Son los momentos como este los que hacen del tango un baile tan especial.
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