El TangoClub Zaragoza lo anunciaban como un evento en el que había equilibrio entre líderes y seguidores y que consistía en 30 horas de milongas de tarde y noche, sin clases ni exhibiciones, donde se invitaba al abrazo cerrado y cuyo código de invitación era el cabeceo. Era además bastante económico, ya que por unos 46 euros, teníamos todo incluido, y quizás por esto, o por quienes lo organizaban, para ser la primera vez que se celebraba, hubo una gran afluencia de milongueros/as de toda la península y también del extranjero. Pintaba bien.
Lo que yo me encontré fue efectivamente lo que que habían prometido en cuanto al ambiente de buena onda y equilibrio entre leaders y followers. Lo del abrazo cerrado, el cabeceo y la cordialidad entre los milongueros, como sucede en la mayoría de las milongas españolas, se quedó en una buena intención por parte de los organizadores, que bien poco podían hacer, salvo claro está, no aceptar al evento a los peligros nacionales conocidos por todos.
La ilusión de los anfitriones se palpaba y nos recibieron y agradecieron personalmente a cada uno de los milongueros que asistimos mientras nos acomodaban en la hilera de sillas que rodeaba la pista según sus sugerencias, cosa que aunque bien-intencionadas, puesto que pretendían facilitar el cabeceo, aunque a mi no me gustó. Soy más bien de las personas que les gusta la libertad para elegir donde sentarme entre los lugares disponibles. El primer día me tocó sentarme en el "polo norte" y al siguiente en aquel rinconcito "donde Wally se escondió y nadie le encontró jamás", muy fuera de la pista principal. Lo bueno, es que como el cabeceo no funcionó, una vez que me localizaron esos amigos milongueros a los que hacía tanto que no veía y con los que me encanta compartir abrazos, llovieron las invitaciones. Pero claro, también llovió la de algún milonguero local al que no conocía, y cegada por la ilusión del fin de semana de tango que empezaba, cometí el grandísimo error de aceptarla. Pagué por ello: sufrí dos eternas tandas, que mis amigos milongueros hicieron algo más amenas gracias a esa mezcla de apoyo, pena y cachondeo al ver verme bailar con ellos.
Durante ese fin de semana, las milongas principales tuvieron lugar en
un gran salón de un hotel muy céntrico, cuya pista principal de baldosa
de mármol, si mal no recuerdo, era agradable para bailar a pesar de ser
un suelo duro para las articulaciones. La pista principal era
rectangular, con dos columnas en el centro, muy bien dispuestas para
promover la buena circulación en la pista, aunque aquello iba más con los milagros que con las columnas.
El servicio de recogida de abrigos y de barra era de muy buena calidad y
los precios aceptables: se veía que todo había sido organizado al
detalle y con cariño. Había tres camareros disponibles en la barra e
incluso algo de comida, aunque para engañar al estómago, en mi humilde
opinión, no era suficiente. Aún así, lo compensaron con el chocolate con
churros y las ricas tostadas de queso y membrillo que ofrecieron en el after.
En
el mismo salón, junto a la pista principal, había también una pista más
pequeña, cuadrada, que resultó muy útil en ciertos momentos, aunque
cortó un poco el ambiente de la milonga, sobre todo el sábado, en la que
claramente parecía que había dos milongas en lugar de una. También el
espacio donde tenía lugar el after, en la sala de baile La Galería, era muy pequeño y su iluminación muy poco acertada. Lo bueno de todo esto, es que creo que lo percibieron los organizadores y que el año que viene mejorán estos pequeños detalles.
No pude escuchar a todos los DJs y musicalizadores porque no estuve todo el fin de semana (cosa que me apenó bastante porque no disfruté de la música de Mariano Quiroz), pero de los que escuché, me parecieron muy acertados casi todos. El que más me gustó (me encantó más bien) fue sin duda David González Luengo, que ya conocía, y la que menos, la DJ del after del sábado, que decepcionó un poco en general, ya que no pudo conseguir mantener la pista llena, y tristemente la gente fue retirándose a sus hoteles tras el picoteo. Quizás el cansancio de los milongueros también algo tuvo que ver.
En resumen, la milonga que más me gustó fue la del viernes noche, en cuanto ambiente, música y organización, a pesar de que era el día que más cansada estaba. Además ese día, como algunos milongueros no se incorporaron hasta el día siguiente, la pista estaba más vacía y por tanto los milongueros con los que bailé tuvieron menos dificultades para desplazarse de forma totalmente segura.
Personalmente me lo pasé muy bien durante ese fin de semana y seguramente repita el año que viene: me encanta juntarme con viejos amigos y compartir todas clase de momentos y abrazos.Además, la experiencia global del encuentro fue positiva, pero obviamente les queda trabajo por hacer a los organizadores en cuantos a mejoras, pero creo que lo harán bien: ilusión no les falta.
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