Me atrevo a decir que el rol del hombre en el tango tiene más mérito que el de la mujer. Creo que el hombre, tras aprender lo básico, que no es nada fácil, tiene después que aprender a deslizarse por la pista, a estar pendiente de la mujer y a protegerla de posibles golpes, a escuchar la música mientras imagina cómo interpretar cada frase musical, y aún así, todavía disfrutar del baile, a pesar de todo ese estrés.
Para una milonguera, lo más difícil de bailar tango puede que esté en dejar que él tome las riendas, en aprender a esperar y no adelantarse, en conseguir un control del eje, y en preparar el cuerpo para responder a marcas casi por acto reflejo, ya que al fin y al cabo el tango es un idioma, cuyo canal de comunicación es el abrazo. Una vez aprendido todo esto, bailar, es como conducir, solo que no tienes que estar pendiente de los demás conductores, y puedes hacerlo además con los ojos cerrados, entregándote aún más al abrazo, a la música y al disfrute del momento. Relajada, confiada, a ciegas.
Para una milonguera también tiene un toque egoísta eso de dejarle a él con la responsabilidad de cuidarnos a los dos, pero la verdad es que esa sensación nos encanta a muchas: es una liberación. Dejar a un lado a esa cuidadora innata que casi todas llevamos dentro como madres potenciales, aunque sea por unos minutos, y dejar que sea otra persona quien nos cuide, es uno de los aspectos de bailar tango que más encandilan desde el primer día en el que pisas una milonga.
Acabaramossss!!!! esa es nuestra suerte.
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