Él era un chico al que admiraba de lejos, pero lo veía como inalcanzable a la hora para bailar. En realidad lo era. Cada vez que él y su preciosa novia bailaban, me quedaba embobada por lo elegantes y bien que se desplazaban por la pista. Era un auténtico placer verlos. Pero a nivel personal, pensaba que eran raritos y poco simpáticos, y también algo especiales ya que a pesar de tener amigos en común, sus saludos habían sido escuetos, casi comprometidos. Tampoco los veía relacionarse con mucha gente, tan solo con el grupito de bailarines profesionales asistentes a evento en cuestión en el que coincidíamos. Llegué a la conclusión de que quizás ellos también eran bailarines profesionales.
Fueron varias las veces las que coincidimos en distintos lugares, hasta que sin saberlo, fui a una maratón de tango a la ciudad en la que él vivía. Él no era asistente oficial, pero sin embargo, en la noche del sábado, justo el día en el que la pista estaba rara, medio vacía, él apareció, tan elegante como siempre, a bailar unas tanditas. Casi todos estábamos en grupitos con nuestros amigos, comiendo, charlando, la música desde luego no invitaba a bailar.
Iba al baño, a recogerme el pelo que me estaba agobiando por el calor y entonces me crucé con él: me reconoció, me saludó y me dio dos besos, e incluso se paró a charlar un par de minutos. Me quedé sorprendida, quizás no era tan rarito como pensaba. Al regresar del baño me volví a sentar junto a mis amigas y me olvidé completamente de él.
En un momento dado empecé a tener algo de sueño y me propuse bailar unas tandas para despejarme, aunque la música no me gustaba. Me acerqué al borde de la pista y me senté en un puf. De repente, a metro y medio de distancia, él me miraba y me cabeceaba. Miré alrededor, estaba sola, definitivamente era a mí. Me levanté sin salir de mi asombro y le ofrecí el abrazo. Fue tan fantástico como imaginaba. Lo que no estuvo a la altura fue la tanda, que rara a más no poder, fue todo un reto para bailar. Aún así pudimos salvar la tanda y disfrutarla a nuestra manera. No sé ni la orquesta ni de dónde sacó el Dj aquello que sonó.
Dos semanas más tarde, de nuevo coincidí con él en otro evento, nos vimos, y los saludé a ellos y otras personas que estaban con ellos, algunos maestros que ya conocía de alguna clase. Luego me fui a sentarme a las gradas, donde estaban mis amigos, y donde esperaba las tandas que me gustaban para empezar a mirar a chicos y obtener un cabeceo. Había tanta gente que aquello era como una pesadilla.
De pronto, lo vi de nuevo a unos tres metros de mí, cabeceándome otra vez. Ahora sí estaba realmente sorprendida, pero mi asombro y yo bajamos felices a ofrecerle el abrazo. Sinceramente, no pensé que esa vez, que él estaba con su grupito de siempre, se separara de ellos y viniera a buscarme para bailar conmigo: pero lo hizo. Me volvió a brindar una tanda maravillosa, y a partir de aquel día, lo anoté en mi lista de "talones de Aquiles". Es increíble como algunas personas son capaces de romperte los esquemas en tan poco tiempo.
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