Era un domingo por la tarde y asistí a una práctica, que como la misma palabra lo dice, es un espacio en el que se practica tango, a veces con guía de milongueros experimentados o profesores. En esta práctica sonaba la música sin tandas, sin cortinas, la gente cambiaba de pareja cuando quería y se paraba en medio de la pista para discutir si salía o no bien una figura.
Estaba observando la pista cuando se acercó a mi un chico con el que nunca había bailado antes pero que había conocido durante ese fin de semana. Lo había visto bailar antes en una milonga y me había parecido un chico con una técnica que brillaba por su ausencia y con una energía totalmente desproporcionada y descontrolada. A su favor he decir que al menos era guapo y simpático. Supongo que es esa la razón por la que acepté practicar con él. Las prácticas suelen ser buenos momentos para sugerir y la idea de sugerirle que disminuyera un poquito su nivel de energía en esa práctica me parecía un buen intento para ver si podría luego bailar más tarde con él en la milonga. Pero decidí callarme, experimentar y ver qué sucedía.
Desde un principio opté por un abrazo muy abierto, para poder controlar del todo mi eje y esquivar el suyo, si se desviaba más de la cuenta y amezaba con descontrolarse. Era un chico muy alto así que o hacía eso, o mi atrevimiento podía derivar en una catástrofe. Como era de esperar, empezó a moverse a mucha velocidad, supongo que para no llegar a caerse tras perder el eje en cada paso. La música tampoco iba con él, pero qué más daba... tan solo era una práctica. Hasta que empezó a criticarme porque no me sabía los pasos.
Insistió en enseñarme cómo hacer un gancho tras intentar varias veces uno sin que yo le entendiera la marca. Le dije que no sabía porqué, pero que el cuerpo no pedía un gancho (más bien correr a varios kilómetros de él, aunque eso no se lo dije) o que no le entendía la marca. Le propuse intentar otra cosa ya que nos faltaba el consejo de alguien más experimentado para orientarnos en aquello que obviamente no salía bien, pero se molestó porque él había estado en Buenos Aires y había tomado clases con no-se-qué profesores y que no entendía lo que me habían enseñado a mí porque no sabía ningún paso. ¡Ay, ay, ay.. lo que hay que oír! Respiré profundo y me dije: "nena, tú si que puedes... 1, 2, 3, 4,..100, 200, 300..."
Luego comenzó con unos giros, pero la suerte duró poco porque se le ocurrió la brinllante idea de pasar a las sacadas. Y sintiendolo mucho, ese fue mi límite: visto el peligro, debo de reconocer que casi salgo corriendo, pero no, solo me excusé y le sugerí que provara con otra chica.
Seguido de la práctica hubo milonga y fue ahí cuando me di cuenta de que ninguna milonguera local que hubiera salido ya de la etapa de principiante aceptaba una invitación suya. Luego me dediqué a mirar a otro lado cada vez que había cambio de tanda para no cruzar miradas con él. Una milonguera local que estaba sentada junto mi captó el asunto y me dijo: "es un terrible...". Le respondí con una mirada cómplice milonguera. ¿Qué más faltaba por decir?
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