¿Habeis oído alguna vez decir a alguien "tengo tantas cosquillas que me río solo de imaginarlas"?. A mí me pasa eso mismo con bailar. Hay temporadas en las que bien porque no me apetece, porque no tengo dinero o porque el trabajo o las circunstancias personales no me lo permiten, no puedo ir a milonguear. Y yo necesito milonguear porque me hace feliz y me crea incluso ansiedad si no bailo. Es también mi vía de escape, la fórmula mágica que hace que el estres se evapore, que mi alma esté en paz.
Es entonces cuando pongo música en casa y practico giros alrededor de una mesa camilla que tengo en el salón, o con la referencia de una silla hago ochos y trato de hacer algún adorno, y otras veces simplemente me tumbo sobre la alfombra nueva de pelitos largos que compré en Ikea hace unos meses... y sueño. Sueño que bailo. La adrenalina que corre por mi cuerpo al soñar y el bienestar que me invade es es similar al que siento en la milonga: supongo que es el poder de la imaginación, el poder que todos tenemos dentro para curarnos un mal tan sólo con soñar.
Después de unas tanditas en mi imaginación, en las que nunca pierdo el eje, y el chico con el que bailo es siempre un estupendo bailarín, me levanto, feliz, con hambre y con el mono de tango bastante controlado.
Luego hago estiramientos, tal y como hago también antes de tumbarme en la alfombra: lo sé, es ridículo, pero es parte de la fantasía y de la locura sana que me produce el tango.
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