Estaba en uno de esos momentos cuando sonó no tanda de Canaro, bonita, romántica, y allí estaba el, un gigante de hombre, como un Bigfoot, tan descalzo como yo, moviendo todo su cuerpo al son de la música. Él, evidentemente, también estaba meditando si cortarse los pies era buena idea o no.
Entonces me miró y ladeando la cabeza, sonriendo y levantando las cejas a la vez, me dijo: ¿qué? ¿Te atreves...?". Miró sus pies, miró los míos y yo le dije... "noooo, ¿estás loco?". Y me respondió: "¿y si bailamos aquí, fuera de la pista..., creamos una milonga para los dos?". ¡Ayyy....! ¿Cómo puede una resistirse a eso? Me levanté y fui en busca de sus brazos. Fue una experiencia divertida en un estupendo abrazo, y además, sorprendentemente relajante para los pies.
El suelo estaba algo frío y mis pies quedaron algo destemplados, pero afortunadamente eso también ayudó a desinflamarlos un poco. Según terminaba la tanda, le dije riendo que me lo había pasado genial bailando con él pero que tenía que calzarme porque se me habían quedado los pies fríos. Me dijo que los suyos estaban calientes aún y que ojalá hubiera una piscina con cubitos de hielo. Así que en un arranque de esos míos, fui y me subí a sus pies, para enfriárselos. No me esperaba su reacción, una especie de medio-grito de sorpresa y gemido de placer, que hizo que varias cabezas miraran hacia nosotros, yo me pusiera de todos los colores del arco iris, y que luego nos echáramos a reír. Sus pies, quedaron más fríos, masajeados, y listos para disfrutar de otra tanda conmigo… una vez calzados de nuevo.
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