jueves, 5 de febrero de 2015

Aprendiendo de milonguera: los comienzos (PARTE I)

Después de mi charla con la chica principiante a la que le costaba abrazar, decidí escribir sobre mis inicios en el tango y de cómo me sentí por entonces, en cada etapa. Espero que disfrutéis del relato, que escribiré por partes.

PARTE I

Ya estaba encandilada con el tango cuando decidí aprender a bailarlo. Mi mejor amigo por entonces era argentino, pero no bailaba tango, así que no me costó mucho "engañarle" para que se apuntara a unas clases conmigo. Nos presentamos allí, en aquella sala de baile para comenzar nuestros primeros pasos. Yo estaba super-emocionada, pero la ilusión se me fue rápido al darme cuenta de que aquello no era el tango que me había enamorado a mi y que conozco hoy en día, el que es puro abrazo. Creo que solo fuimos a un par de clases. Mi carrera como la más inconstante del planeta en asistir a clases empezó por entonces.

Al año siguiente o quizás a los dos años, vi por primera vez bailar tango en vivo, en un ambiente familiar, y definitivamente el cupido de este baile me lanzó una fecha: me enamoré del todo. Ya no había vuelta atrás. Pero pasaron unos años más hasta que pude comenzar a tomar clases de verdad.

Los comienzos me parecieron difíciles: a mis primeras clases iba sin pareja, éramos pocos y los niveles mezclados, y como de costumbre, los chicos brillaban por su ausencia. Iba con ilusión de aprovecharlas e hice todo lo que pude, teniendo en cuenta que me pasaba los días esperando a que apareciera algún chico. Luego me desesperaba porque me tocaba siempre el nuevo, y casualmente siempre era un chico cuyo único movimiento natural en él era el latido de su corazón, y también ese levantamiento de "birra en barra" tan típico español adoptado tras las salidas del sábado noche.

Me acuerdo que en aquellas clases me esforzaba mucho en adoptar la postura que yo creía que se ajustaba más a las indicaciones del profesor, solo que al final exageraba en lugar de hacer los movimientos de forma natural, y parecía que en lugar de bailar, hacía algún tipo de contorsionismo. Creo que sobreviví a ese primer año de clases por mi amor por el tango, sin duda.

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