martes, 29 de agosto de 2017

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme

Repetía. Volvía una primavera más a Lezuza, a ese hermoso lugar, a esa fábrica de la luz, que haciendo justicia debería llamarse la fábrica de la luz y el amor: ese sitio mágico que carga las pilas como pocos lo hacen, e invita a relajarse con ese sonido del agua al pasearse por el cauce del riachuelo.

Mi objetivo principal no era bailar, sino estar allí, compartir, reír, relajarme, disfrutar de la compañía de amigos. Aun así bailé y disfruté de la música de Alejandro Gonzales, Eric Heleno y Leo Mercado, y disfruté mucho compartiendo abrazos. Aproveché a dormir más, a asistir a más actividades diurnas, como por ejemplo, una de mis favoritas - el siestango-, que no revelaré en qué consiste porque estropearía la sorpresa para los nuevos milongueros que vayan otros años. Pero aquí va una confesión: no es lo que esperas, es genial, una increíble experiencia.

Durante todo el fin de semana hubo una masajista -Anabel-, con una energía muy especial, que a través de masaje y las vibraciones de un cuenco tibetano, conseguía hacer maravillas en los cuerpos y almas de los milongueros que nos poníamos en sus manos. Y obviamente el mío fue uno de ellos.

La sorpresa nocturna de este año no fue la magia de un bandoneón, sino la de una guitarra, una preciosa voz brasileña, un chelo, y algún instrumento más, que en directo, me hicieron soltar alguna que otra lagrimilla. Pero sé que hubo muchas lagrimillas que regaron la tierra de aquella estructura de barro y madera, con su fuego, bajo las estrellas de una despejada noche.  

Fue bonita la despedida también, en el pueblo, desayunando todos juntos antes de emprender el viaje de vuelta a casa. Y fueron también especiales los momentos vividos, confesiones, y promesas que se vivieron esa mañana.

Lo que más me gusto del fin de semana fue el ambiente creado por los anfitriones y por la buena onda de todos los que participaron en el evento. Disfrutamos también de comidas al aire libre, siestas, chapuzones en la piscina natural de la propiedad, de una comida exquisita y vegetariana... incluso de los mosquitos, que hicieron que más de un milonguero se ofreciera voluntario a extender el aceite de lavanda por el cuerpo de una..... ¡qué gusto!¡qué manos!

martes, 22 de agosto de 2017

Lo que tiene que hacer una milonguera para bailar

En una milonga llena de mujeres, una suele pasar cierto tiempo sentada, charlando o simplemente observando. A veces, una oye conversaciones alrededor sin querer. Una de esas veces escuché a dos chicas hablando sobre una chica sentada sola y un milonguero que según ellas, le miraba porque quería bailar con ella. Se aburrían, no cabe duda. Yo también, así que saqué el traje de cotilla, y escuché cómo retransmitían el "partido" que ellas veían en su imaginación, y he de reconocer que aquello me inspiró para escribir esta entrada.

Las dos estaban de acuerdo en que ella, con su actitud, ni estaba interesada en él, ni estaba interesada en que nadie la invitara a bailar. Llegaron a esta conclusión porque ella no sonreía, no paraba de mirar al suelo, al refresco que tenía sobre la mesa, o a todos los lados, pero sin fijar la mirada demasiado tiempo en ningún milonguero o lugar, y además, jugaba con el borde del mantel de la mesa. Según ellas, si algún milonguero intentaba cabecearla, se iba a encontrar en una misión imposible. Estaban de humor, y tan aburridas que incluso apostaron una cerveza a que no la verían bailar en toda la noche. Casi me dieron ganas de participar en la apuesta: hubiese apostado al NO.

Para bailar hay que tener actitud:

Es importante sentirte cómoda contigo misma, con tu ropa, tus zapatos, el ambiente, la gente, y si no es así, haz lo que sea para conseguirlo.

La suerte se busca, no se espera: una opción recomendable es levantarte de vez en cuando de tu silla/mesa y moverte a otros lugares.

Socializar también ayuda: se puede charlar con la gente que tienes cerca, una vez que la tanda está empezada y no tienes pareja para bailar, o ir a la barra a tomar algo, ya que un lugar donde la gente es más propensa a relacionarse.

Ubicarte bien multiplica tus opciones: colocarte detrás de una columna no ayuda, quizás si te pones de pie en lugares estratégicos, aunque no tiene porqué ser cerca de la pista, pero sí en un lugar en el que puedas observar, mirar y sonreír a los milongueros con los que te gustaría bailar.

Elige: no olvides que tú eliges también con quién quieres bailar. Una vez marcados tus objetivos (milongueros con los que te apetece bailar), mírales unos segundos mientras les sonríes, así sabrán que estás abierta a aceptar una invitación. Luego, lo más probable es que alguno de ellos te cabecee si también quiere bailar contigo, y si no, ¡recuerda que el mar está lleno de peces!

martes, 15 de agosto de 2017

Una curiosa reflexión

Era una tarde de otoño y había quedado con una amiga milonguera a tomar un café para ponernos al día. Ella hacía tiempo que no aparecía por la milonga. Pocos años antes había decidido formar familia y sus prioridades habían sido otras. Durante ese café me confesó lo duro que había sido ser madre, no solo por la maternidad en sí misma y la responsabilidad que ello conlleva, sino por no tener ni un minuto para ella, tener poco para su pareja, y menos aún para aquello que adora y le da tanta vida: bailar.

En ese momento sonreía, pero muchas veces son las que ella había llorado por ello. Al vivir ella en una ciudad en la que apenas hay milongas, se conformaba con bailar salsa, otra de sus aficiones. Me extrañó y le pregunté si con ello ella estaba feliz, y lo me dijo a continuación me sorprendió muchísimo: "no es lo mismo... bailar salsa es divertido, como el sexo; bailar tango es sentimiento, es como hacer el amor".

No me cabía duda de que echaba de menos bailar tango, pero fueron sus palabras lo que me dejaron pensando. Bonita reflexión. Jamás lo había pensado así.

Para empezar, casi toda mi vida, en mi mente había relacionado el amor y el sexo, o más bien eran una sola cosa, quizás por la educación recibida. Pero afortunadamente la vida te enseña más que la familia y las instituciones educativas. Sin aprender a separar los dos términos, no se entienden sus palabras.

Además, me resultó curiosa la comparación, puesto que efectivamente bailar cualquier baile es un subidón de energía, pero el tango es mucho más que eso: el abrazo lo convierte en un bálsamo para el alma.


martes, 8 de agosto de 2017

Lo que todas tienen en común

Hablo de las milongas por España. Casi todas las que conozco tienen varias cosas en común:

Una pista de baile generosa rodeada de sillas. Podríamos tener una pista más reducida de tamaño con mesas alrededor para que el lugar sea más amigable y la gente pueda, además de bailar, socializar. Supongo que entonces, todos esos milongueros que necesitan algún que otro kilómetro cuadrado de pista para poder hacer sus figuritas, no tendrían espacio suficiente. Lo cierto es que con el tamaño de las pistas actuales, siempre termina habiendo algún que otro pequeño accidente, con lo cual, quizás tenemos exactamente lo que necesitamos.

Un suelo de material duro, generalmente de baldosa, bastante incómodo para el baile. Hay pocas pistas de madera idóneas para milonguear donde las articulaciones no sufren. Sin embargo, he de señalar que cada vez hay más suelos de madera, sobre todo en las milongas habituales. Lo cierto es que tampoco hay muchas milongas, así que nos podemos permitir tener suelos como esos porque nuestras articulaciones no sufren mucho tiempo.

Escasea la variedad de milongueros varones, nuevos milongueros o guiris visitantes. Se extraña poder bailar de vez en cuando con diferente gente, descubrir nuevos abrazos. Aquí todos nos conocemos, de hecho, cuando vamos a una milonga nueva, lo único nuevo, es precisamente la milonga. Pero no nos aburrimos porque siempre hay sorpresas: un milonguero que cansado de bailar con las mismas chicas prueba su faceta de Dj, o un milonguero que después de milonguear tres o cuatro años, una o dos veces al mes, decide que ya es un maestro del tango. Y siempre están también los cotilleos amorosos.

Lo genial de nuestras milongas -de todas ellas-, es que hay un ambiente de familiaridad entre los milongueros. No somos tantos, muchos son los que nos conocemos, y es por eso también que siempre tenemos la certeza de encontrar una sonrisa en una cara amiga.

La misma música. Parece que hay gente que nunca, absolutamente nunca se cansa de los mismos temas. Si hay un osado Dj que pone algo diferente, la gente no baila, y lo que es más, aplauden cuando toca tanda de temas hiper-conocidos. ¡Y dicen que hay un millón de tangos! Pero bueno, es cuestión de que todos aprendamos más a escuchar música... todo llegará, nuestra comunidad es aún muy joven.




martes, 1 de agosto de 2017

Bigfoot

A veces pasas un fin de semana tan estupendo bailando, disfrutando de los abrazos, de la música y del ambiente, que llega un momento que aunque quieres, no puedes seguir bailando. Tus pies duelen y cada pisada es como el sentir de un clavo. Sabes que has llegado a tu límite y entonces empiezas a pensar en cortarte los pies e implantarte unos nuevos... pero obviamente no es posible, así que te descalzas, los masajeas y esperas el milagro de que en un rato duelan un poco menos y así poder robarle a la noche dos o tres tandas más.

Estaba en uno de esos momentos cuando sonó no tanda de Canaro, bonita, romántica, y allí estaba el, un gigante de hombre, como un Bigfoot, tan descalzo como yo, moviendo todo su cuerpo al son de la música. Él, evidentemente, también estaba meditando si cortarse los pies era buena idea o no.

Entonces me miró y ladeando la cabeza, sonriendo y levantando las cejas a la vez, me dijo: ¿qué? ¿Te atreves...?". Miró sus pies, miró los míos y yo le dije... "noooo, ¿estás loco?". Y me respondió: "¿y si bailamos aquí, fuera de la pista..., creamos una milonga para los dos?". ¡Ayyy....! ¿Cómo puede una resistirse a eso? Me levanté y fui en busca de sus brazos. Fue una experiencia divertida en un estupendo abrazo, y además, sorprendentemente relajante para los pies.

El suelo estaba algo frío y mis pies quedaron algo destemplados, pero afortunadamente eso también ayudó a desinflamarlos un poco. Según terminaba la tanda, le dije riendo que me lo había pasado genial bailando con él pero que tenía que calzarme porque se me habían quedado los pies fríos. Me dijo que los suyos estaban calientes aún y que ojalá hubiera una piscina con cubitos de hielo. Así que en un arranque de esos míos, fui y me subí a sus pies, para enfriárselos. No me esperaba su reacción, una especie de medio-grito de sorpresa y gemido de placer, que hizo que varias cabezas miraran hacia nosotros, yo me pusiera de todos los colores del arco iris, y que luego nos echáramos a reír. Sus pies, quedaron más fríos, masajeados, y listos para disfrutar de otra tanda conmigo… una vez calzados de nuevo.

martes, 25 de julio de 2017

Como un lapa

Era un evento de fin de semana, y tan pronto le vi en la pista quise fundirme en su abrazo. Le perseguí con la mirada durante toda la noche del viernes, pero él no miraba, o miraba y desviaba la mirada. Esa noche no tenía que ser... quizás ninguna, es cosa de dos.

Al día siguiente hubo una milonga de tarde a pleno sol, en un suelo que parecía el de una casa del terror: tableros de madera mal alineados, inclinados, con agujeros, y que invitaban a romperse los piños contra el suelo. Así que yo, muy dada a todo tipo de accidentes, después de bañarme en crema de sol de protección 50, me quite los tacones, me calcé unas zapatillas de baile y un vestidito muy veraniego con un escote de vértigo. Mi objetivo: bailar con él.

Allí lo vi de nuevo, sentado en un banco de madera tan firme y estable como la misma pista de baile. Fui a buscar hueco en el extremo del banco, a su lado, un instante después de que una chica se levantara del otro extremo. Y como las leyes de la física mandan, el banco primero subió y luego bajó de golpe cuando mi trasero encontró apoyo. El meneo que el pobre chico dio lo hizo chocarse ligeramente contra mí, ocasión que aproveché para entablar una mini-conversación. Justo entonces comenzaba una tanda de milongas y uno de sus pies empezó a golpear rítmicamente el suelo. Le mire, me miró y me preguntó: ¿eres chica de milonga? Y como una bellaca, mentí sin pestañear: "claro!"

Lo cierto que es bailo muy poco milonga, pero el no. La tanda, entre risas y risas, salió bien, conectamos, y al final me dijo: "pues sí, eres una chica de milonga". Y yo le dije "y también de tangos, así que si te apetece, quizás a la noche podríamos bailar una tanda". Sonrió, nos despedimos.

Llegó la noche del sábado y también la milonga de despedida del domingo. Me iba a ir a mi casa sin probar de nuevo su abrazo. Sonaba la última tanda cuando decidí que solo le iba a mirar a él y brindarle la mejor de mis sonrisas... ¡y funcionó! Me miró, cabeceó y nos fundimos en un maravilloso abrazo al borde de la pista. Lo que siguió después fue pura conexión, tanta y tan intensa, que pegados como una lapa a la roca, no nos separamos ni un milímetro entre tema y tema, fue tan intenso, que dos minutos después de terminar la tanda seguíamos abrazados, sin articular palabra alguna, sin querer que el momento terminara.

martes, 18 de julio de 2017

Todos los caminos conducen a Roma

Una milonga preciosa, ideal: amplia, con mesas ubicadas adecuadamente alrededor de la pista, con espacio suficiente para pasar cómodamente entre y por detrás de ellas; suelo de madera, cuidado con mimo; sonido limpio, elección musical que mantenía buen nivel de energía y la pista llena; luz tenue, ambiente relajado; fluidez de pista, sin peligros.

Yo estaba sentada en un bonito sillón rojo, con esa mala costumbre que tengo de cruzar las piernas, y disfrutando del ambiente y de una copa de vino blanco francés. Me sentía relajada, feliz, en las nubes. Hacía un tiempo que sentía su mirada constante sobre mí, esperando a que me girara y él pudiera invitarme mediante cabeceo. Le había visto bailar y sé que disfrutaría con él, pero la tanda no me gustaba. Esperé.

La tanda siguiente era una preciosa de Caló, me apetecía bailarla. Me giré, le mire, y allí estaba él esperando que nuestros ojos se encontraran. No dudó y me cabeceó. Sonreí, asentí y nos dirigimos a la pista. Una vez allí, parecía que no le gustaba el lugar del borde de la pista por donde debíamos incorporarnos, así que para mi sorpresa, salió corriendo (literalmente), cruzando la pista por medio, al otro extremo. Me quedé perdida, estupefacta, y pensando que aquel hombre había perdido la cabeza. Ni siquiera miró atrás para ver si yo le seguía. Dicen que todos los caminos conducen a Roma pero, ¿es realmente necesario recorrer todo el globo terrestre para llegar a ella?

Una vez que pude reaccionar al verle sonreír desde el otro extreme, me entró la risa por la situación absurda y seguí el juego y su locura aprovechando que la pista estaba calentando motores y que la gente aún estaba conectando en el abrazo: crucé a paso ligero sin parar de reír y me fundí en su abrazo.

Mereció la pena el deporte de riesgo de cruzar la pista y la cara de más de un milonguero cuando lo hice... me regaló una tanda fantástica, a la que siguieron unas cuantas más a lo largo de la noche. Fue uno de esos cuatro abrazos mágicos que descubrí aquella noche.

martes, 11 de julio de 2017

Andar en bici nunca se olvida

Eso me dijo de pequeña una vez mi abuelo, cuando después de aprender a montar en bici un verano, estuve el invierno sin subirme a ella, y de nuevo en primavera quise volver a intentarlo. Miré la bici recelosa, como si  fuera una tarea de la que quizás no fuera capaz de hacer.

En la vida hay muchas "bicicletas", con lo cual, esto ocurre de vez en cuando: a veces creemos que hemos olvidado, pero en realidad hay una parte inconsciente que siempre recuerda. Suele ser el miedo el mayor enemigo, ése que nace de la falta de confianza en la capacidad que tiene una misma de hacer las cosas, de la pérdida de control ante la incertidumbre y lo inevitable, de la certeza de sentir vulnerabilidad física y de sufrir un daño.

El tango también ha sido una "bicicleta" para mí en varias ocasiones, la última, hace muy poco tiempo.

Esta primavera, tras meses sin bailar por motivos de fuerza mayor, acudí a un evento de tango en el que bailaba con gente a la que no conocía. No había miedo por falta de confianza en mí misma, tampoco miedo por la pérdida de control ante la incertidumbre y lo inevitable, sino más bien a la vulnerabilidad física y a sufrir daño. Tan solo bailé con milongueros que conocía, en los que confiaba y rechacé cuatro o cinco invitaciones, todas ellas directas, de milongueros a los que no había visto bailar... y menos mal, porque luego los vi, y supe que había hecho bien en rechazarlas: me hubieran dañado sin duda. Pero eso sí, estaba feliz, por fin había conseguido subirme de nuevo a una bicicleta.

Durante algún momento de la noche fui al baño -ese lugar donde las mujeres cotorreamos-, y no pude evitar oír la conversación de dos mujeres a las que no veía. Una de ellas parecía ofendida porque alguien había rechazado a su marido en una invitación a bailar. Se quejaba de que el tango era un baile social, de que la mujer que había rechazado a su marido era una maleducada, bla,bla, bla... todo perlitas las que soltó la mujer que hablaba. Tras un minuto o dos de conversación, me di cuenta de que la "maleducada" de la que hablaba era yo. Poco después, las oí cerrar la puerta y salir.

Quisiera que alguna mujer que piensa como ella me responda a la siguiente pregunta: ¿no es mejor gastar la energía en tener buena onda, sonreír y abrazar, que en juzgar a los demás sin más, sin conocer?

martes, 4 de julio de 2017

Respondiendo a un porqué

Una mujer es invitada por un hombre y ella rechaza la invitación. Es una escena que no es agradable para ninguna de las partes implicadas, pero sucede de vez en cuando. Hay hombres que se ofenden, directamente asumen que la mujer no quiere bailar con ellos, y listo. Muchas veces es cierto, otras no.

La verdad es que nadie se para a pensar el porqué, simplemente se sentencia el acto, mediante un juicio personal. A veces, el orgullo del hombre queda herido, y la consecuencia de esto es que luego ese hombre ya no habla a la mujer de nuevo, se comporta con incomodidad, evita su mirada, o incluso hay algún osado que incluso la crítica. Pocos lo toman con naturalidad, sin darle más importancia de la que merece.

¿Os ha pasado alguna vez? Pues bien, yo soy una de esas mujeres que ha rechazado, nunca por gusto, sino porque me ha salido del corazón. Me he visto en esa situación varias veces. La primera vez me dolió la actitud del hombre, después ya no, aunque sigue resultando algo molesto que reaccione de esa manera en lugar de con naturalidad.

Hay algún hombre rechazado (amigo o conocido), sin embargo, con el que he podido hablar tomando una copa y explicarle el porqué de mi rechazo. Después de comprenderlo la energía ha vuelto a fluir positivamente. Pero esto es algo que no se puede hacer con cada milonguero. Además, nadie tiene el deber de contar su vida ni dar explicaciones: comprender eso es respetar. 

A este conocido le expliqué que en mi caso particular, por motivos de salud, soy muy sensible a cualquier movimiento brusco o a abrazos rígidos, que por leves que sean, me hacen daño. Fui muy sincera con él y le expliqué, que como él, hay hombres que aún no saben o no pueden disociar bien por los motivos que sean (salud, falta de práctica, o técnica), pero que les gusta el abrazo cerrado (y rechazan el abrazo abierto, que es en el que la mujer podría estar más cómoda). El que un hombre no disocie bien, hace que de alguna manera y sin querer, someta a la mujer a movimientos antinaturales, que pueden dañar seriamente su columna, o también las articulaciones, principalmente rodillas. En el mejor de los casos es simplemente molesto, no es agradable... y para disfrutar ambos de una bonita tanda, los dos deben de estar cómodos.

martes, 27 de junio de 2017

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

En el último año la vida nos ha dejado de prestar los abrazos de varios amigos de la comunidad milonguera española, y digo prestar, porque considero que fueron un regalo. Es en recuerdo a ellos que escribo estas palabras.

Hay una famosa canción que dice que algo se muere en el alma cuando un amigo se va... y yo solía estar de acuerdo, pero ya no. Lo cierto es que personalmente ya no siento que algo se me muere en el alma cuando alguien a quien quiero se va: tan solo se me encoje, por la pena de los momentos que ya no compartiremos, por la tristeza de no disfrutar más de su sonrisa y sus abrazos. 

Pero llega un momento en el que el alma vuelve a expandirse, cuando la pena se evapora con el tiempo y se convierte en bonito recuerdo, de los momentos vividos, la buena energía compartida en vida. Luego, además, el alma crece, al dar las gracias a la vida por haber podido disfrutar de esa persona, aunque haya sido por poco tiempo. Así siento que tengo trocitos de bastantes personas en mi alma, y siento por ello que cada día esta se hace más grande.

Para sentirme así, he tenido que aprender a canalizar en lugar de contener; a sonreír en lugar de llorar en el recuerdo... he tenido que aprender a dejar ir.

Recientemente me ha llegado una invitación especial, ya que se trata de una milonga en homenaje al último de ellos que nos dejó con su recuerdo: Javier Viribay. Me parece una bonita forma de recordar a alguien, de dar el primer paso para convertir las lágrimas en una bonita sonrisa.

Para quien quiera y pueda ir, la milonga tendrá lugar el día 15 de julio a las 20:00hrs en el Museo Artium de Vitoria-Gasteiz.

viernes, 27 de enero de 2017

Y ahora en Twitter!

Con ganas de seguir a milongueros de todo el mundo, orquestas, djs, grupos de danza, escuelas de tango, festivales y demás por twitter.. ¡hoy ha nacido @entremilongas en Twitter!

¿Qué tal si nos seguimos? ;-)

martes, 15 de noviembre de 2016

Gato por liebre

Equilibrio s. m. dícese de la "proporción y armonía entre los elementos dispares que integran un conjunto". Qué palabra tan espinosa, sobre todo cuando lo esperas y no es lo que hay.

Gato por liebre es lo que siento que me dan, cuando me prometen equilibrio entre hombres y mujeres en un evento de tango, y resulta que hay tropecientas mil mujeres más que hombres. Lo triste es que algunos organizadores utilizan ese gancho para que muchas mujeres se inscriban a ciertos eventos y así garantizar que se cubren costes. Para mí eso es un engaño, poco ético, algo así como una estafa. Y me he sentido así, estafada, más de una vez. Por eso mismo tengo mi lista particular de "milongas y eventos en los que me han dado gato por liebre y a los que no pienso volver".

Es cierto que el equilibrio no garantiza que una mujer vaya a bailar más o menos en la milonga o no lo haga en absoluto, pero ayuda, y mucho. Mi experiencia así me lo dice. Y no creo que solo la mía, ya que de hecho, por algo existen los eventos en los que prometen por su madre, su abuela y toda la familia, que habrá equilibrio entre hombres y mujeres.

Hay quien no está acuerdo con la existencia de estos eventos en los que hay equilibrio entre hombres y mujeres, por la sencilla razón de que creen que no es justo dejar a gente fuera de la milonga (mujeres principalmente, porque somos más en número) una vez que se ha cumplido el cupo. Sin embargo sí que ven bien que una milonga tenga un aforo determinado y haya milongueros y milongueras que se queden fuera. Es el mismo principio.

Y aquí el matiz puntilloso: ¿es discriminatorio hacia la mujer, especialmente la mujer que va sola y no tiene con quien apuntarse? Parece que en principio así es, pero la realidad es la siguiente: en muchos de los eventos en los que está la norma de paridad entre hombres y mujeres, las mujeres que se apuntan solas entran tan pronto como se apunta un hombre solo, por lo tanto, solo tienen que hacer como el resto: apuntarse lo antes posible. Ocurre exactamente lo mismo con los hombres. Como mujer, a veces te quedas fuera o en lista de espera, otras veces tienes suerte, pero es así y esto les pasa tanto a hombres, como mujeres, como a parejas.

Pero la cuestión de todo esto no es esa, sino que si se vende un evento con unos términos, lo lógico es que la organización sea profesional y cumpla, sin engaños, aunque esto haga que no se complete el aforo, y por tanto no se obtenga el benefio esperado. Quien no está de acuerdo con los términos establecidos siempre tiene la opción de no apuntarse: nadie obliga a nadie.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Gracias a tres mujeres

Os quiero hablar de un sertir, de una ruptura de la autocrítica sin sentido que muchas mujeres tenemos hacia nosotras mismas. Solemos ser con nosotras mismas el juez más cruel que existe, mucho más de lo que jamás lo seríamos con los demás. Yo fui consciente de ello hace bastantes años, cuando alguien me sugirió que, estando a solas, me mirara al espejo y dijera en voz alta lo que veía: se trababa de un ejercicio para aumentar la autoestima. En mi caso fue más que eso, ya que recuerdo que cuando lo hice, mis palabras habían sido secuestradas por mis emociones y solo fui capaz de echarme a llorar.

Durante la adolescencia nacen montones de complejos que solo con el tiempo, cuando vamos madurando dejan de tener importancia. Es entonces cuando las mujeres aprendemos a aceptar que no somos perfectas y que ni falta que hace, ya que lo hermoso de una mujer no se ve, está dentro, se siente. Es ese momento en el que lo realmente importante empieza a tener el lugar que le corresponde en la escala de valores, cuando aprendemos a aceptar, a dejar ir, a poner límites y todo aquello que nos hace personas felices.

Fue en esa etapa, la adolescencia, cuando uno de esos complejos me hizo llorar frente al espejo en más de una ocasión: mis piernas. Me acuerdo que las veía deformes, con excesiva forma en los gemelos, y me veía horrible. Me encantaban las botas altas pero no me favorecían, y además, la mayoría de ellas ni siquiera me entraban. Tampoco me gustaba calzar zapatos porque hacían que mis finos tobillos desentonaran mucho con mis piernas nada finas, no porque hiciera mucho deporte aunque lo practicara, sino más bien por genética.

Los años pasaron e interiormente fui creciendo como toda mujer, derribando complejos, sintiéndome a gusto conmigo misma, imperfecta y perfecta a la vez, como todas y todos, feliz. Fue entre milongas que el tema de mis piernas salió a relucir de nuevo por primera vez, cuando una milonguera me comentó que le encantaban mis piernas. Lo tome como un comentario agradable de una amiga que quiere ser amable, o que quizás exprese en forma de halago un complejo que ella misma tenía. Le di las gracias con cariño y la historia quedó ahí, sin más, olvidada en el tiempo.

Unos años después, estaba en un festival de tango y conocí a una mujer española que vive en el sur de Francia. Ella, tras bailar yo un par de tandas y encontrarnos  en la barra del bar de la milonga, me relató una conversación que había tenido con un hombre. Ellos dos en su cháchara habían decidido que yo tenía las piernas más bonitas de esa milonga. Ella, como mujer, me explicó que sentía el deber de decírmelo, porque según ella, las cosas buenas hay que compartirlas. Sinceramente, me quedé perpleja y ni me acuerdo qué respondí... supongo que le di las gracias.

Y luego hubo episodio más relacionado con mis piernas hace apenas unas semanas. Fui a un workshop de una clase de baile que no era tango, y una señora, que acudió a la clase y que no conocía, me hizo un brusco comentario bromeando, aludiendo a lo que ella haría si fuera un hombre y viera mis piernas. Creo que me quedé tan sorprendida por lo que dijo como por cómo lo hizo, y creo que ni reaccioné. Ella entonces quiso aclarar la situación y tras informar de que no era lesbiana, mientras me daba unas palmaditas en la espalda, me dijo que en su opinión yo tenía unas piernas muy bonitas.

¡Qué cosas tiene la vida! Lo que un día fue un complejo que me afectaba tanto, para otras personas es algo bonito, así que definitivamente es cierto que solemos ser los jueces más crueles cuando se trata de nuestra propia persona. Recordar las palabras de estas tres mujeres ahora me hace sonreír, me miro en el espejo, y por primera vez veo unas piernas bonitas. Así que, me lean o no, me gustaría dar las gracias a ellas tres en especial... pero también al resto de mujeres que son como ellas.

viernes, 28 de octubre de 2016

Cuando nos precipitamos

Aunque no me acuerdo cuando ni dónde fue, sí me acuerdo del momento de confusión que viví aquella noche.

Había llegado tarde a aquella milonga, pero me senté en una mesita que acababan de desocupar. Contenta por mi suerte fui a por una bebida, que pensaba tomar tranquilamente mientras observaba cómo andaba la pista. Pero no llegué a acabarla porque ansiosa como estaba por bailar, ya que hacía tiempo que no milongueaba, acepté la primera invitación que me hicieron. Fue una invitación directa, y como la mayoría de las veces que he aceptado una invitación directa de una persona que no conozco y sin haberla visto bailar antes, aquella, también terminó un desastre que no merece la pena relatar.

Pero aceptar aquella invitación también tuvo su parte buena porque recordé que la ansiedad no suele ser buena compañía. Así que después de terminar la tanda, me senté de nuevo y decidí terminar tranquilamente mi copa. Entonces entraron dos chicas, y al ver que en mi mesa había sillas libres, pidieron permiso y se sentaron conmigo. Al parecer, eran chicas a las que muchos conocían en la milonga.

No tardó en llegar un cabeceo para una de ellas, o lo que creí que era un cabeceo (yo, y las dos chicas que estaban sentadas conmigo). Un chico, como a unos tres metros de distancia, hizo un gesto con la cabeza, mirando a una de ellas y entendí que era una invitación. Se miraron entre ellas brevemente, pero una se levantó para dirigirse a él sonriendo, supongo que con la misma enfermedad de ansiedad por bailar que yo había mostrado un rato antes. Pero entonces él reaccionó de forma extraña, ya que se dio media vuelta y se fue. Si yo me quedé confusa, las chicas todavía más.

Hoy en día, cada vez que recuerdo aquello, intento controlar esa ansiedad que nos invade a las milongueras cuando vamos a un lugar nuevo a bailar y hace tiempo que no nos ponemos los tacones. Suelo intentar asegurarme de que el cabeceo es para mí, quedándome sentada, mirándole y sonriéndole, pero esperando a que él se acerque y confirme el cabeceo. Pero cierto es que alguna vez lo he olvidado y he sido yo la que ha tenido que disimular dirigiéndome al baño o a la barra, porque el cabeceo no era para mí... ;-)


viernes, 21 de octubre de 2016

Condicionado estados de humor

No soy Dj, ni musicalizo milongas, ni nada parecido, pero escucho música cuando puedo. Me encanta. En la milonga también lo hago y me condiciona mucho a la hora de bailar. Si la música me gusta más o menos y está bien organizada, me fundo en el ambiente, pero si no es así, me convierto en un ser que no termina de estar presente. No bailo igual, me canso, me pongo nerviosa. Es el poder de la música, de alterar o domar a una fiera. En marketing, esto es bien sabido, y la música es un instrumento muy poderoso que hace que la gente compre tranquilamente en una tienda o transite por los pasillos a más velocidad de la habitual, dependiendo de si al establecimiento le conviene una cosa o la otra, según la hora del día.

En cuanto a organizar las tandas, si en una milonga me ponen una secuencia tipo 4T-3V-4T-3M en lugar de por ejemplo 4T-4T-3V-4T-4T-3M (aclaro: V, de vals; T, de tango; M, de milonga), empiezo a alterarme: demasiada milonga, demasiado vals, por mucho que ambos me gusten.

Si en una milonga me ponen cortinas enteras de bailes caribeños (que duran muchos minutos) o bien más de una chacarera (ya que  rara vez va una sola), me empiezo a poner de los nervios, y me enfrío, puesto que cortan el ambiente de la milonga y obligan a sentarse por mucho tiempo a toda la gente que no sabe bailar los otros bailes o no le apetece. Idem para las exhibiciones interminables de algunos maestros, que me gustan, pero como todo, en su justa medida.

Normalmente en la milonga se escucha Canaro o Roberto Firpo, ambos maestros del cayengue, Troilo, D'Arienzo, Tanturi, Enrique Rodriguez, Caló, Di Sarli, Fresedo, De Angelis, D'Agostino y alguna de Pugliese. Algo menos a Alfredo Gobbi, Lucio Demare o José Basso y muchos otros a los que me gustaría escuchar. Me da la impresión de que muchas milongas son más de lo mismo. Eso también me deja un poquito fuera de onda y me aburre.

No me gusta cuando me mezclan algo muy clásico seguido de Fervor de Buenos Aires o La Tuba Tango, que son bastante modernos, aunque me gusten. Es la forma de mezclar lo que a veces desentona. No estaría mal escuchar por año y orquesta como por ejemplo Troilo con Fiorentino seguido de una de milongas de D'Arienzo o Canaro y luego tangos de Tanturi o Campos, unas instrumentales de Di Sarli y luego quizás una tanda "tango nuevo" para que haya para todos los gustos. Luego se podría poner una de Pugliese de instrumentales y luego volvemos a unos tangos ya de De Angelis, Dante, o Martel.

Y ya que estoy protestona, tampoco me gusta que me cambien drásticamente las velocidades, como por ejemplo sería meter un D'Arienzo después de un Plugiese: eso es de chocante para mi como oír una guitarra desafinada. Algo que tampoco entiendo son a los DJs que mezclan diferentes epocas de una misma orquesta, como si a través del tiempo no hubieran evolucionado y sonasen igual: al fin y al cabo, son personas quienes componen la música, y evolucionan tanto al escribir, como al componer música, como en todo en la vida.

¡Ah! ¡..y si! Me estoy volviendo una milonguera exigente... ¡qué se le va a hacer!

viernes, 14 de octubre de 2016

De maestros hablamos

Recuerdo una vez cuando por fin llegó el esperado momento en el que un organizador hizo la presentación de la pareja de artistas, -no sin antes también emplear unos minutos eternos en elogiar a los bailarines-, los mencionó anteponiendo la palabra "maestro" al nombre del bailarín y su compañera, luego toda la sala aplaudió, ellos aparecieron, y poco después sonó la música. 

Como algo que me llamó la atención es que el presentador utilizó la palabra "maestro" antes de presentarles. Entiendo que usó la palabra como respeto o admiración hacia el bailarín, reconociendo así que se trataba de una persona que con desenvoltura maneja un arte, en este caso el de bailar tango. Sin embargo, he de confesar que para mí la palabra "maestro" tiene una connotación algo diferente, es algo más que eso: es un conocimiento experto en una material, normalmente acompañado de un título que acredita dicha capacitación o experiencia.

Quizás me equivoque, pero me da la impresión de que, a veces, se usa mucho la palabra "maestro" para presentar a cualquier bailarín o para mencionar a cualquiera que tenga experiencia bailando o enseñe a bailar, independientemente de si domina o no lo que hace o de si tiene alguna titulación. Y eso, particularmente a mí, me crea confusión, especialmente cuando voy a una exhibición en la que la pareja profesional domina el tango, pero no destaca por la originalidad de su baile o por su técnica. Así que por mucho que esa pareja de artistas trabaje mucho y evolucione, e incluso se dedique a dar clases, si en la milonga se ve a mucha otra gente bailando (milongueros, no profesionales) que controla la técnica y musicalidad mejor que la pareja de profesionales, entonces supongo que me veo en la obligación de deducir que las milongas están llenas de maestros.

viernes, 7 de octubre de 2016

Compartiendo unas palabras de otra milonguera

LaMariTere, una milonguera que escribe en tangueros.mforos.com, nos regala unas líneas preciosas que quiero compartir con vosotros. Ví luz y entré...

"Aquella noche la magia se sentía en el ambiente, y desde un tango ofrecimos al mundo lo que con palabras no pudimos decirnos. Y el tiempo, casi sin avisar, se paró en aquella trabada, en aquel caminar, en el suave arrastrar de unos píes que soñaban al compás.
La música nacía del alma y dos locos la sentían como si siempre hubiese sido suya, como si no fuese de nadie más. En la oscuridad de esa pequeña milonga hicimos nuestro aquel momento, sintiendo desde el corazón lo que los pies apenas podían comprender.
Aquella noche aprendí a poner mi alma en un solo segundo, en un solo sentir, en el familiar murmullo de un bandoneón que sólo sonó para nosotros dos."
 
Y también os dejo esta frase de Jorge Luís Borges aportada por JOTA-ERRE, otro milonguero del foro.
 
"Al cavo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso". De JORGE LUÍS BORGES "Los conjurados" 1985.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Los amantes

Hace tiempo leí en La Brújula del Cuidador una entrada muy interesante. Recientemente encontré esas mismas palabras por Facebook, y por eso, inspirándome en ella, escribo la entrada de esta semana.

Es curioso como a veces juzgamos antes de tiempo, quizás porque no nos paramos a observar, más allá de ver; a escuchar, más allá de oír; o a actuar, más allá de sentir. A veces es la impaciencia lo que nos empuja a obrar así, otras el miedo, y otras la ignorancia.

Cuando leí la palabra "amante" reconozco que al principio pensé en esa persona con la cual alguien le es infiel a su pareja sentimental. Pero afortunadamente la vida ha convertido a una milonguera impaciente por naturaleza en una persona algo más paciente y civilizada (a excepción de esos momentos en los que una tiene hambre y ese instinto animal odioso se hace muy presente) y por eso continué leyendo hasta el final. Así supe que un amante puede ser todo aquello que nos apasiona en la vida, es decir, un deporte, la música, una amistad, estudiar y cultivarse, la espiritualidad o el placer que te da un hobby como en mi caso es el tango o escribir.

Creo que para ser feliz, hay que madurar, es decir, ir por la vida coleccionando amantes y aprender a escucharlos, a asimilar lo que ellos te enseñan.

Por ejemplo en mi caso, conseguir ver a una persona feliz en el espejo cuando me levanto por las mañanas es más fácil cuando me refugio en uno de mis muchos "amantes", bien sea el tango, escribir, salir a pasear, compartir momentos con las amigas junto a una buena copa de vino o un zumo de pera, abrazar y besar a mi pareja, o tomar una infusión con mi tía.

Por un lado, el tango me enseñó a perder el miedo a lo desconocido, a la intimidad de un abrazo; a escuchar tanto a mi cuerpo y mente como al de los demás; a evadirme y disfrutar con cada fibra de mi ser; a confiar, al cerrar los ojos y dejar que otra persona me guíe; a ser valiente y sobreponerme al sentimiento de culpa cuando rechazo una invitación, mientras abrazo al mismo tiempo la libertad que se siente.

Por otro lado, escribir me ayuda a afrontar mejor situaciones negativas que de otro modo podrían indignarme o enfadarme e incluso afectándome físicamente enfermándome o causándome dolencias. Me permite desahogarme primero, relajarme después, y luego ser capaz de afrontarlas con un humor relativo. Escribir me ha permitido empeñarme en ser más asertiva, al decir todo aquello que pienso intentando ser lo más diplomática posible; me ha enseñado mucho sobre mí misma y de cómo cambia mi forma de pensar con el tiempo; me ha regalado la consciencia, de lo que me gusta, de lo que no, lo que hago bien, lo que hago mal; me ha proporcionado la vía de escape y desahogo; pero lo más importante, es que me ha concedido la oportunidad de compartir lo que pienso y darme cuenta que todos somos más iguales de lo que creemos, porque seamos de donde seamos, tengamos los genes que tengamos, somos seres con miedos, sueños y necesidades por igual.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Tango en Tarbes

Al festival de Tarbes voy siempre que puedo. Somos cientos de personas las que en agosto vamos a disfrutar por más de una semana de todo tipo de eventos relacionados con el tango: películas, clases, espectáculos, milongas, y charlas, entre otras actividades.

Es un festival es de lo más especial, y no solo por el ambiente, sino porque toda la localidad acoge el evento con mucha ilusión, tanto, que incluso ponen hilo musical por las calles, para que puedas ir escuchando tango mientras paseas.

Las milongas de la noche tienen lugar un pabellón enorme. Y si soy sincera, no me gusta nada ese sitio, ya que para poder albergar a tanta gente, lo convierten en algo así como un estadio de fútbol, con gradas incluidas pero sin árbitros para echar de la pista a todos esos que creen que aquello es un circuito de carreras donde todo está permitido. Además, las gradas tienen unas escaleras que atentan contra la vida de más de un milonguero o milonguera cada año (todavía no han tenido éxito, pero todo llegará....).

En esas milongas de la noche el cabeceo es algo complicado, pero es  fácil que durante días y días no veas a alguien, sabiendo con certeza que está por algún lado en la milonga; hay demasiada gente. Este año, en uno de los días de más afluencia de gente, propusieron celebrar dos milongas a la vez, en dos lugares distintos. No acertaron: en una la música era para el gusto de unos pocos, y en la otra no supieron acondicionar bien la pista y el calor que allí hacía era insoportable.

Sin embargo, aunque no me gustan las milongas de noche, soy fan total de las milongas diurnas. Esas milonguitas informales en las que se puede ver bien la cara de la gente, donde todo el mundo está relajado y el ambiente da para mucho más que bailar; donde puedes charlar y disfrutar de un vino mientras te tumbas en una manta bajo un árbol, donde esperas un invitación para una de esas tandas que hacen que se te erice la piel.

Es cierto que las pistas de baile de día suelen ser pequeñas y que hay que bailar en apenas una baldosita, pero eso es precisamente lo que más me gusta. La razón: así se intimida un poco a todos esos bailarines que necesitan kilómetros cuadrados para moverse y hacer sus boleos hasta las orejas. Adoro que no vengan este tipo de bailarines, tanto como sentir los abrazos milongueros: esos que terminan con una mirada directa a los ojos, que envuelven una conversación sin palabras, y que culmina con una palabra de agradecimiento y a veces un achuchón en un intento de alargar un segundo más la maravillosa sensación.

viernes, 16 de septiembre de 2016

El ambiente de la milonga

Más de una vez he oido decir a gente que el tango le gusta, que ha tomado algunas classe, pero que luego ha dejado el tango porque no le gustaba el ambiente de la milonga. Es un sentir, es respetable. Y además, creo que lo entiendo.

Intentando dar una explicación a este sentir, se me ocurre que quizás estas personas simplemente van con unas expectativas determinadas y luego se decepcionan. Lo sé porque creo que a todos nos ha pasado alguna vez, fuera y dentro de la milonga.

¿De qué  expectativas hablamos? Pues me imagino que las mismas que tengo yo cuando viajo lejos de casa, gasto tiempo, dinero y energía, y luego me quedo en la milonga viendo cómo bailan los demás porque allí no me conocen, y tampoco me invitan a bailar, o lo hacen todos aquellos con los que nadie quiere bailar... ni yo tampoco.

No cabe duda de que el tango engancha. Y no lo hace como cualquier otro baile, sino de forma especial: porque el tango abraza, conecta, comparte sensaciones, y conversa sin palabras en el idioma universal. El tango hace que los miedos, las preocupaciones, la soledad, el ayer, el mañana, y todo aquello que altera, simplemente desaparezca durante unos mágicos minutos. Es algo así como una meditación musical, una cura para el alma de los que nos dejamos abrazar, y de los que miramos a los ojos, a veces incluso a los de un extraño.

Es por esa razón que como el tango nos da tanto, esperamos tanto del lugar donde se baila. Pero la milonga está llena de personas, que por una parte buscan lo mismo que nosotros, pero por otro lado, también tienen sus miedos y sus costumbres.

Además, no todo el mundo va a la milonga a bailar con todo el mundo y a charlar con todos (socializar) y/o probar nuevos abrazos, sino que hay gente que va a juntarse con amigos y relacionarse con ellos, como lo haría en un bar, bailando y charlando solo con ellos. Otra gente va solo a buscar el subidón, esas endorfinas que le produce el baile, como una droga: busca solo bailar, pero no con cualquiera, no de cualquier manera, solo disfrutando. Y aquí está la cuestión espinosa ya que bien sea por nivel técnico al bailar, por conexión, o por compatibilidad de energía, no todo el mundo disfruta con todo el mundo bailando. Y la verdad es que duele sentir que esa persona que en realidad a ti te hace disfrutar muchísimo, no quiere bailar contigo... porque el sentimiento no es compartido. En el amor es igual, y en otros aspectos de la vida, también. En la milonga no siempre obtenemos lo que queremos, en la vida tampoco, y es cuestión de madurez el asumirlo.

viernes, 19 de agosto de 2016

La Caja de Pandora (tres años después de empezar a milonguear)

Ese sábado por la mañana me había conectado a Facebook mientras me hacía la remolona en la cama. Era tarde y mi idea era ducharme, vestirme, y llegar justo al mediodía a la milonga, donde disfrutaría de un brunch antes de ponerme los tacones y fundirme en algún abrazo. Pero me quedé mirando la pantalla, su foto. Entonces decidí guardar el teléfono rápidamente y no pensar. Secuestré mis emociones, quería disfrutar del día.

Lo que sucede es que con ignorar algo no hace que eso desaparezca por muchas ganas que tengas de que así sea. Así que cuando llegué a la milonga, me senté con unos amigos para comer, y aunque dejé que las conversaciones me distrajeran y sacaran mi mejor humor a relucir, la comida no me sentó del todo bien. Poco a poco ese malestar se convirtió en un dolor de cabeza bastante molesto. Con pocas ganas de sonreír y paseándome inquieta de un lado a otro, las invitaciones a bailar tampoco llegaban.

Fue entonces cuando decidí que, antes de continuar milongueando hasta la madrugada en aquella marathon de tango, un paseo me vendría bien. Dejar de ignorar que era su tercer aniversario, también.

Hacía un día espléndido, el sol en mi piel hacía que me estremeciera de gusto, y me confortaba. Tanto, que me fui relajando poco a poco, hasta que sentí como se abría la caja de Pandora y mis lágrimas empezaron a fluir. Por casi media hora dejé que mis emociones me dominaran. Con cada gotita salada la tensión en mi cabeza iba disminuyendo, así como mi temperatura corporal, hasta que dejé de temblar y todo cesó. Me senté, esperé media hora más dejando que el sol templara algo más que mi piel, y finalmente regresé a la milonga.

Como bien dicen, después de la tormenta viene la calma. Relajada, me convertí en algo parecido a la gelatina en los brazos de cada bailarín que me invitó esa noche, y pude disfrutar de unas tandas increíbles. Temblé, pero esta vez no fue por las lágrimas sino por algo muy distinto. Creo que aquella noche fue una de las ocasiones en las que mejor y más a gusto he bailado en una milonga. 

viernes, 12 de agosto de 2016

Desapareciendo bajo la lluvia (dos años después de empezar a milonguear)

Llovía a cántaros pero yo cerré el paraguas. Quería mimetizarme con el frío y la humedad, camuflar mis lágrimas con las gotas de lluvia. Acababa de salir de una milonga a la que había ido, sinceramente no sé a qué, supongo que a distraerme, a olvidar. El abrigo de pesar, que me hundía hasta hacerme pequeñita, y esa sonrisa que no terminaba de llegar a mis ojos, dejaron claro a todos los milongueros que no estaba muy por la labor de bailar. Las tandas que escuché, en el poco tiempo que allí estuve, en lugar de animar mi espíritu, hicieron que terminara de quebrarse. Me sentí como un huevo, al que un piquito golpea desde el interior, sabiendo que es cuestión de minutos que se empiece a romper del todo.

Me apresuré a localizar mi bolso, el paraguas y aceleré el paso. Sentía cómo se iba formando un nudo en mi garganta, cómo resultaba cada vez más difícil contener el río de lágrimas que empezaban a nublar mi vista, y cómo en pocos segundos iba a ser imposible detenerlo. No quería que nadie me viera, no quería compartir mis emociones en ese momento.

Rompí a llorar en cuanto salí por la puerta y doblé la esquina. Ya estaba lloviendo cuando empecé a caminar, mientras abría tórpemente el paraguas.

Hacía muchos meses que no dejaba fluir así mis emociones, que dejaba que estas me controlaran a mí en lugar de yo a ellas. Fue liberador. A cada paso me hacía más liviana, la opresión del pecho disminuía, mi respiración se normalizaba y yo iba recuperando poco a poco el control. Finalmente me paré bajo una tejavana. Me sentía vacía, relajada y a la vez muy cansada. Entonces decidí regresar al hotel: abrí el paraguas y desaparecí de nuevo bajo la lluvia.

Esa noche, en la que hacía exactamente dos años que ella me faltaba, dormí como un bebé.

viernes, 5 de agosto de 2016

Empezando a milonguear

Me anunciaron que se iba, y no dudé en dejar mi trabajo para acompañarla en el viaje. Pero no teníamos el mismo destino: el suyo, despedirse de la vida, la familia y su pequeña; y el mío, estar a su lado mientras lo hacía.

Aquel viaje duró meses.

Hasta entonces había milongueado poco, supongo que porque para milonguear hay que ir a clases y aprender y yo había tomado pocas clases productivas, así que no era capaz de desenvolverme en la pista ni evitar que me sentasen después del primer tango. También hay que disponer de recursos económicos para poder pagar la entrada a las milongas, y aunque soy una chica afortunada en muchos aspectos de la vida, en ése que consiste en encontrar un trabajo con una paga decente, mi suerte navega por otros mares. Para milonguear, también la salud debe acompañar y, resumiendo, la mía no lo hacía.

Según ella hacía las maletas, yo empecé a milonguear como nunca. Solo conocía una milonga local, así que con ayuda de San Google me informé en Internet sobre milongas, y escribí a todas ellas para obtener detalles de cómo llegar, los horarios, y los precios de entrada. Descubrir que existía más de una milonga por mi zona fue como descubrir un tesoro. Al principio iba sola, bailaba poco, pero me sobraba ilusión.

Poco a poco fui enganchándome a la sensación que produce abrazarse a alguien, dejar las responsabilidades y preocupaciones a un lado, sentir, disfrutar de la música y olvidarse del resto del mundo. El tango se convirtió en mi droga. Era lo que me hacía dormir cada noche tras días de intensas emociones, de regalar mi energía más positiva, y de utilizar la poca que me quedaba en recuperarme yo misma. Y más tarde fue mi salvavidas, cuando el barco amenazaba con hundirse, al irse ella se fue para siempre.

En aquella época, estando de duelo, recuperaba mi salud lentamente, comenzaba un nuevo trabajo lleno de desafíos, y cupido me gastaba una broma de mal gusto, fulminándome sin miramiento alguno. Lidiar con mis emociones -que bajaban, subían, daban vueltas y amenazaban con volverme loca-, ocupaba toda mi energía. Me sentía como un barco a la deriva que tras una tormenta divisa un puerto en el horizonte pero está demasiado maltrecho como para llegar a puerto, o en mi caso, para controlar ninguna emoción. Pero el tango fue mi salvavidas entonces: esa energía extra que necesitaba para afrontar el día a día, lo que me ayudó a canalizar mis emociones, y lo más importante, el ancla que evitó que el barco de mi vida quedara a la deriva demasiado tiempo.

Afortunadamente es cierto que en el mar hay muchos barcos, cada uno especial a su manera y siempre hay unos cuantos cerca para subirte a bordo cuando lo necesitas. Y el tango, también, siempre está ahí, como la familia, el sol, y las estrellas más especiales.

lunes, 25 de julio de 2016

Análisis genético

Se dice que gran parte de la actual composición étnica de Argentina es el resultado de la descendencia de la gran ola de inmigración italiana y española en el siglo XIX y XX. Parece ser que la mayoría de los inmigrantes procedientes de España eran gallegos y asturianos, pero llegaron también leoneses, catalanes, canarios y vascos.

Quizás eso explique ciertos fenómenos en la organización de los eventos de tango en España si los organizadores proceden de Argentina y casualmente son descendientes de españoles, pero también quizás explique cómo una es capaz de atreverse a adivinar  -sin prueba genética alguna-, la procedencia del argentino/a con quien a veces tiene el placer de tratar o charlar (o escuchar su monólogo, en algunos casos). ;-)

Veamos... si tu interlocutor dice "¿oíste?", con más frecuencia que cualquier otra palabra; si después de hablar un rato no sabes si sube o si baja, si entra o sale; si tiene morriña, es decir, si te habla con nostalgia de su hermosa tierra; si desconfía de ti durante el primer minuto de conversación, pero tras el cuarto o quinto, ya sois amigos para toda la vida, entonces sin duda tu interlocutor será argentino, pero posiblemente de origen GALLEGO.

Sin embargo, si va con su bandera a todas partes; si al pedir café con leche, pide que la leche sea de su tierra; si bebe mucho y más aún si le gusta la sidra; si al hablar muchas de sus palabras terminan en diminutivos, entonces sin duda tundra algún abuelete ASTURIANO.

Si resulta que tu interlocutor es un poco cotilla, si además es generoso, si cuida mucho su forma de vestir, y si sabe de vino como nadie, entonces sin duda tendrá algún gen LEONÉS.

Pero pongamos que es algo tacaño (por ejemplo no ha querido comprar sillas en la milonga y nos tiene a todos de pie); sabe vender como nadie y fanfarronea un poquito de ser muy trabajador, entonces quizás algún antepasado suyo haya nacido en CATALUÑA.

En el caso de que se lo tome todo con calma, es decir, sea algo lento (aunque diga que es más bien cuestión de ser observador y detallista); si su acento es divertido y cantarín y usa la palabra "guagua" para referirse a un autobus (porque de casualidad la escuchó en casa); y lo más obvio, sea un guaperas y esté bronceadito siempre, seguro entonces que es de origen CANARIO.

Y lo más obvio de todo, si es algo cabezota y capaz de hacer lo que sea "por cojones"; se queja de que no folla aunque no sea cierto; es más fiestero que nadie, de los que se pasa la noche de joda sin dormir; le cuesta darte un abrazo sin antes observarte, invitarte a cenar, llevarte a beber (eso sí, para ver quien aguanta más) y consigue que hagas "gaupasa" (término que significa amanecer estando de fiesta), entonces quizás te suelte un abrazo, y ahí, quizás te vaya quedando algo claro que es de origen VASCO.

Pero no todo fueron gallegos, asturianos, catalanes, leoneses, canaries y vascos los que emigraron a Argentina, así que os dejo el enlace de un blog un divertido que he utilizado como fuente y que os puede ayudar a "esclarecer" otras procedencias... ;-): BloginMadrid.

lunes, 18 de julio de 2016

¡Sillas, por favor!

Era un festival de tango y como suele ser habitual en todo este tipo de eventos había artistas invitados para dar clases y hacer exhibiciones en las milongas. Durante la primera noche de milonga, a medianoche más o menos se interrumpió la música; poco después apareció un  organizador - argentino él-, y se situó en el centro de la pista para presentar a la pareja de bailarines que esa noche harían la exhibición. Mientras, los milongueros allí presentes salieron disparados a buscar un lugar donde sentarse o permanecer de pie sin molestar a los demás y así poder ver la actuación. Quien no pudo encontrar su espacio tuvo que sentarse en el suelo.

Yo tuve la suerte de encontrar una silla. Y digo suerte porque como era de esperar, el pibe habló y habló durante lo que pareció una eternidad: se movía de un lado al otro mientras parecía escucharse a sí mismo, bastante reacio a que aquel momento suyo de gloria terminara. Sé honestamente que fueron tan solo unos minutos pero a mí me parecieron horas, y supongo que al montón de gente que, a falta de sillas para todos, tuvo sentarse en el suelo helado de piedra o bien quedarse de pie, seguro que les parecieron días. Me parece bastante cansino tener que pasar por eso una y otra vez. Y no me refiero tan solo al hecho de parezca que a los organizadores les cobran 1000 euros/hora el alquiler de una silla (razón por la que entendería que siempre escaseasen), sino más bien porque cada vez que es un pibe argentino el que presenta una exhibición, nos dan las uvas (término español para decir que el tiempo parece que se alarga hasta el momento en el que dan las campañadas del nuevo año, que en España es cuando se comen las uvas, una por campanada). ¿No se dan cuenta mucha gente nos sentamos a veces en sillas pero otras veces en suelo helado de piedra porque no hay más sitio donde sentarse, y que lo que para ellos es un discursito (más largo a veces que la propia exhibición de los bailarines) es para todos los demás una gran posibilidad de enfriarnos y terminar enfermos? ¡Pues deberían!

lunes, 11 de julio de 2016

Psicotango

Me gusta leer blogs y todo lo que cae en mis manos sobre tango, y es ahí donde me topé con la web de psicotango, de la que ahora soy fan. La primera vez que entré me econtré con una pequeña encuesta (a la que podéis acceder desde la página principal) en la que se preguntaba si el tango mejoraba la sensibilidad de una, la seguridad, el conocimiento del propio cuerpo, si potenciaba la feminidad o masculinidad de uno, si bailar tango te hacía más feliz o menos o igual y si disminuía el sentimiento de soledad.

Me imagino que la respuesta de casi todo el mundo será SI a casi todo esto mencionado. El tango es definitivamente algo que nos hace sentir bien, sino, seguramente no bailaríamos. Hay casos como el mío, en el que el tango ha sido una terapia, más allá de todo lo demás, y hoy en día una de las cosas que más feliz me hacen.

La segunda parte de la encuesta trataba de señalar lo que cada uno considera más importante a la hora de elegir pareja: la pinta, la técnica, la labia, el abrazo, la edad, la simpatía, los modales, etc.

Luego ya entraba entraban questiones del tipo si creíamos que en la milonga éramos todos iguales, es decir, no existían barreras sociales.

Tras otras pocas preguntas, finalmente preguntaba por la razón de ir a las milongas: si era por diversión, para hacer ejercicio, por tradición o cultura, porque le hacía bien a uno al alma, por el abrazo, por la música, para ligar o para hacer amigos.

Contestar a todas estas preguntas me hizo plantearme muchas cosas y definitivamente, me inspirará en futuras entradas al blog. Os recomiendo que entreis a Psicotango a curiosear: creo que es un blog que merece la pena leer tanto si eres milonguero/a como si no.

martes, 17 de noviembre de 2015

La Yapa

Nunca había estado milongueando en Barcelona, así que como hago siempre, busqué en San Google y me informé de las milongas locales, cuyas ubicaciones anoté una a una sobre un mapa de la ciudad. Y menos mal que lo hice, porque me fundí los megas de Internet que tenía en los primeros días del mes y luego no pude utilizar bien Google Maps para moverme por allí.

Por casualidad elegí ir a una milonga de miércoles llamada la Yapa, situada en la calle Valencia: pequeña, agradable, con buen suelo para bailar y donde me hicieron sentir como en casa nada más entrar. No solo porque a pesar de que había poca gente ví mas de una cara conocida y en seguida se acercaron a saludar y me presentaron a sus conocidos y amigos, con lo cual obtuve invitaciones a montones, sino porque para mi sorpresa, una de esas caras conocidas era la de Toni Barber, uno de los organizadores, con el cual había coincidido en algún otra milonga de la península.

Al regresar a casa unos días después, encontré esto en su página web, donde él se presenta, y me parece que son unas líneas preciosas que me encantaría compartir con vosotros:

"Para mí el tango:
Es una unidad, de dos personas que juntas parecen una
y se mueven como una hoja arrastrada por el viento que es la música.
Es comunicativo, donde las ideas se trasladan sin parar en dos direcciones
y no se convierten en aburridos monólogos.
Es contrastado, pues la música te permite infinidad de transiciones
desde la absoluta quietud a la máxima movilidad.
Es terrestre, intentando que los pies se separen
lo mínimo e imprescindible del suelo, para casi anclarse a él.
Es emotivo, tratando que cada movimiento provoque una sensación.
Es cadencial, su ritmo oculto te marca la pauta a seguir
y del que no se debe salir para ser comprendido.
Es continuo, ya que en su línea melódica
siempre debe prevalecer la sensación de movimiento aún estando parado.
Es felino, pues se conserva en toda su ejecución
una elegancia gatuna de puntas de pie y de cuerpos en tensión articular.
Es improvisado, porque se debe estar preparado
a responder ante cualquier iniciativa que tenga cualquiera de sus dos componentes.
Es intimista, pues me gusta bailar en la intimidad
de la comunicación a dos y no en un discurso hacia la galería.
Es galante, pues se espera a que la otra parte
termine de decir sus frases y se exprese con toda comodidad.
Es popular, ya que el pueblo lo inventó y él lo modifica.
Es creativo, y su creatividad es recíproca y permitida a cualquiera de sus integrantes.
Y además de todo esto, es muchas cosas más y por eso lo quiero."

Toni Barber

martes, 10 de noviembre de 2015

Tanda de chistes argentinos

Un hombre y una mujer argentinos, que no se conocían de nada, coinciden en el mismo compartimiento de coche-cama de un tren. A pesar de la obvia incomodidad que provoca la situación, y de las protestas de la mujer ante el guarda del tren, quien le explica que la formación va llena y no hay otro compartimento libre, ambos ocupan su respectiva cucheta: el hombre la litera de arriba y la mujer, la inferior.
A media noche, el hombre despierta a la mujer y le dice:
- Lamento molestarte, pero tengo un frío tremendo. ¿Podrías alcanzarme una de las mantas que están apiladas al lado de la puerta?.
La mujer se asoma sugestiva entre las cortinas de la cucheta, y guiñándole un ojo, le dice:
- Tengo una idea mejor: hagamos de cuenta, sólo por esta noche, que estamos casados...
 El hombre sin poder creer su buena suerte, exclama entusiasmado:
- Pero claro...!, mi vida..., claro...!
Entonces.... ¿por qué no bajás a buscártela vos..., pedazo de pelotudo...???!!!

***

Che, ¿habrá argentinos acá en Roma?
-No sé... mirá en la guía telefónica.
 Y el otro lee:
-Baldini, Corranti, Dominici, Ferrutti... ¡Che.., Roma está llena de apellidos argentinos!

***

Un psicólogo venezolano llama a un colega a las 2 de la mañana:
-¡Tienes que venirte para mi consultorio inmediatamente!
-¿A las 2 de la mañana?
-Es que tengo un caso único aquí.
-Pero... ¿de qué se trata?
 -Tengo un caso de complejo de inferioridad.
-¿Estás loco?... ¡¡¡Yo atiendo a miles de pacientes así, todos los días!!!
-Sí, sí... pero... ¿argentino?

***

-Che pibe, ¿me das 40 condones?
 El vendedor abre un cajoncito y cuenta:
-...33, 34, 35. Lo siento señor, sólo me quedan 35.
-¡Ya me arruinaste la noche! pero bueno, dámelos igual.

martes, 3 de noviembre de 2015

Una sugerencia muy atrevida

Dicen que la ignorancia, el exceso de ego y la impaciencia hacen que las personas se vuelvan osadas.

Aquella era una milonga de tarde de lo más tranquila. Estaba sentaba en una mesa con dos parejas de amigos y casi todas las mesas estaban vacías, a excepción de una ocupada por tres chicos que no conocía. Miré hacia su mesa y dos de ellos me cabecearon pero desvié la mirada para evitar malentendidos. Aproveché la ocasion para preguntar a mis amigas si les conocían o habían bailado con ellos, tal y como hacemos las milongueras a menudo. Solo una de ellas había bailado con uno de los chicos y me dijo que no le había gustado. Aún así, yo tenía muchas ganas de bailar esa tanda de milongas que tanto me gustaba y por ello dejé que la impaciencia me volviera atrevida para hacer algo nada aconsejable en la milonga, y menos aún en una tanda de vals o milonga: aceptar una invitación a ciegas, sin saber cómo baila el milonguero.

Me encontré con él en la pista: un chico ansioso, que sin saludarme y casi sin terminar de cerrar el abrazo, comenzó a bailar. No empezó muy bien, pero a veces no se trata de los comienzos, sino de cómo son los finales, y por eso intenté relajarme. El primer tango fue un desencuentro total entre ambos, así que intentamos una segunda milonga, que terminó igual que la primera. Fue entonces cuando él hizo su primer comentario sobre nuestros diferentes estilos, como queriendo justificar la falta de conexión que había entre ambos. Supongo que levanté las cejas como siempre hago y no puedo evitar, pero sonreí y no dije nada.

Comenzó la tercera y última milonga de la tanda, y creo que es entonces cuando su frustración empezó a ser evidente y al finalizar la tanda me preguntó quiénes eran mis profesores, entiendo que en un intento de identificarlos para jamás tomar clases con ellos. Cuando yo le contesté que no tenía profesores (en ese momento no tomaba clases, así que no mentí), me miró y haciendo un gesto de entendimiento sentenció: "pues deberías". He de reconocer que no me quedo muda muy a menudo, pero en esa ocasion lo hice, de puro asombro. Cuando desapareció de mi vista, sin haberme acompañado a la mesa, dude entre reírme o escribir su nombre en la lista negra milonguera cuyo título dice "asnos que te encuentras en la milonga".

Durante la tanda siguiente decidí tomar un vino y un dulce, relajarme, y no dejarme amargar por un comentario como aquel. Fue entonces cuando me encontré con un chico que hacía dos años que no veía y no bailaba con él. Tras charlar un rato, me invitó a bailar y me brindó dos maravillosas tandas: fue increíble. Definitivamente,  una de mis experiencias religiosas de aquel fin de semana: me hizo volar, olvidar y sonreír de nuevo.

Poco después, estaba de nuevo relajada, disfrutando del vino, cuando me topé con un amigo con el cual estuve charlando de diversos temas. También le conté la anécdota de la tanda de milongas, en un intento de desahogarme un poco. Estuvimos bromeando un rato y me preguntó quién era el chico. Estaba fácil de localizar allí sentado en una mesa, en primera fila, observando la pista, con su pose y su camisa marrón.

Poco después sonó una tanda de milongas. Fue entonces cuando mi amigo me invitó a bailar. Él, que he de confesar, baila milonga de maravilla, hizo parecer a esta milonguera normalita de nivel intermedio como si fuera una bailarina mucho más experimentada. Disfruté muchísimo la tanda a pesar de que estaba algo nerviosa.

Realmente no se si aquel chico osado que me dejó muda me vio bailar o no, pero si lo hizo, seguramente se preguntó dónde había tomado clases desde que había bailado con él hasta ese momento. Y digo esto porque seguramente una persona con semejante ego no es capaz de ni siquiera de considerar que, aunque los demás necesitemos clases, quizás él también necesite unas cuantas... sobre todo de educación y saber estar.

martes, 27 de octubre de 2015

Mejor sola que mal acompañada

Es la típica frase que una madre, una tía o una abuela te dicen cuando eres adolescente y enfadas con una amiga o cuando un amor te abandona. En ese momento lo escuchas y te dan una ganas enormes de mandarlas a cualquier sitio bien lejos de donde estás, porque te sientes herida, triste y sola. Pero el tiempo pasa y las sabias palabras calan el alma y la razón.

Cuando ya eres adulta y estás con una pareja que no te hace feliz, suele ser una tía o amiga la que te dice que si eliges estar en pareja es para estar mejor que sola. Es otra forma de decir lo mismo, pero no sé por qué, al ser algo algo más enrevesado y sonar distinto, da la sensación de que te están dando un consejo más adulto. Al final, en un momento de calma, las sabias palabras encajan con las que ya sabías y pasan al plano consciente: calan de nuevo el alma y la razón.

Para aplicar en la vida tan sabia frase hay que tener valor. Y entonces un día sientes que lo tienes y decides dejar de compartir tu vida con un amor. Duele. Pero el tiempo todo lo cura. Aprendes que también se está bien sola, y que esa soledad, si la abrazas, llegas a entenderla y también a amarla, se puede convertir en tu mejor amiga, un canal maravilloso para conocerte a tí misma como mujer. Hasta que un nuevo amor llega a tu vida, te vuelve a ilusionar, descubres que estás mejor en pareja que sola, porque esta vez, la pareja suma, no resta.

En el tango es igual que en la vida, no solo cuando eliges no bailar a bailar sin disfrutar, sino también cuando aprendes a amar lo que oyes sin tener que ir a la milonga y compartir un abrazo.

Lo curioso es que yo en mi vida todo esto lo hice del revés. Primero quise y busqué estar en pareja, quizás porque todo el mundo lo hacía así, sin previamente aprender a vivir sola. Y en el tango hice exactamente lo mismo. Fue ver un abrazo lo que me enamoró del tango y por ello busqué abrazar y bailar en primer lugar, mucho antes de aprender a apreciar y entender lo que escuchaba. El orden de las cosas importa mucho. Ahora que amo lo que escucho, y tengo pareja después de haber aprendido a vivir sola, tanto bailar tango, como estar en pareja, son muchísimo mejor.

martes, 13 de octubre de 2015

¿El tango es machista?

En la milonga escuchas comentarios de gente cercana a ti que a veces te hacen feliz, otros te entristecen, otros te dejan perpleja, algunos te enfadan, y otros simplemente no los entiendes, y menos aún en una sociedad como en la que vivimos hoy.

Era temprano y los milongueros iban llegando poco a poco, saludando, ocupando mesas, calzándose, preparándose para la noche. Entonces apareció ella, una chica joven, simpatica, a la que conozco desde hace tiempo. Tras saludarnos, decidimos  ponernos al día, pero como de costumbre, terminamos hablando de tango, de códigos milongueros, de abrazos, de cuales nos gustaban y cuales no.

Me dijo que a ella le gustan los abrazos firmes y cerrados y que no le importan los abrazos en los que apenas puede moverse, ya que es el hombre quien marca y la mujer quien sigue, y que al fin y al cabo, el tango es un baile machista. A mí también me gusta el abrazo cerrado y firme, pero también me gusta que se pueda respirar en él y que sea flexible, y lo que definitivamente no me gusta es que el hombre me anule y no se moleste en "escucharme" al bailar.

Me quedé sorprendida por su explicación de que el tango es un baile machista. En mi opinión, ningún baile lo es y el tango menos. Es el milonguero -y para nada todos lo son-, quien es machista, baile o no baile tango. Lo que no cabe duda es que si él es machista, le conviene decir que el tango también lo es, para así excusar su comportamiento con las milongueras y en la milonga.

Algunos dicen también que el cabeceo es machista. De nuevo opino que es una tremenda tontería. Quizás el que cabecea lo es, pero el cabeceo en sí no lo es. En el cabeceo, es ella quien mira a los milongueros con los que quiere bailar; luego son ellos quienes al percibir su mirada, si comparten el deseo de bailar con ella, extienden su invitación en forma de cabeceo; y finalmente es ella quien lo confirma o no. El cabeceo es un acuerdo no verbal totalmente bilateral.

Yo creo firmemente que el tango es un canal de la comunicación entre dos personas que se abrazan. Lo que hace que esta comunicación sea bilateral es el respeto mutuo y la escucha por ambas partes hacia la otra persona, en la que hay una propuesta y una aceptación o no del movimiento. Es un tango libre, nada machista si la persona que propone el movimiento tampoco lo es, respeta y tiene en igual consideración a la otra persona. Sin embargo, lo que hace que esta comunicación sea unilateral es un milonguero que impone su voluntad, que no cuenta con ella salvo para que le siga y haga lo que él manda. Este ultimo caso es el claro ejemplo de un milonguero machista, que seguramente en la intimidad de su casa es exactamente igual: autoritario, con un ego inmenso y un orgullo muy acentuado.

¿Y qué tiene que ver el machismo con el tango? Lo mismo que la moda, el cine, las relaciones entre personas, las relaciones laborales, familiares, y otros muchos aspectos de la vida misma. El tango es tan solo un elemento más en el tiempo y en el espacio, en el que se ha tratado y considerado a la mujer de una manera determinada a lo largo de la historia.

martes, 6 de octubre de 2015

Las siete maravillas del mundo

Me acuerdo que leí por Facebook una historia, real o no, en la cual preguntaban en la escuale cuales eran las siete maravillas del mundo. Algunos alumnos, obviamente pensando en el mundo antigüo, contestaron El Mausoleo de Halicarnaso, La Estatua de Zeus, El Coloso de Rodas, El faro de Alejandría, El Tempo de Artemisa, La Gran Pirámide de Guiza y Los Jardines colgantes de Babilonia. Otros, pensando en el mundo moderno, contestaron que Chichen Itzá, La Estatua del Cristo Redendor, El Coliseo de Roma, El Taj Mahal, La Ciudad de Petra, Machu Picchu, y La Gran Muralla China. Sin embargo, hubo una alumna a la que le hicieron esa misma pregunta y respondió: poder ver, poder oír, poder tocar, poder probar, poder sentir, poder reír y poder amar.

¡Qué gran razón! Nos centramos a veces tanto en las cosas materiales que nos olvidamos realmente de todo aquello que tenemos y que solo por ello, también a veces nos olvidamos de apreciar. En mi caso, sin embargo, hay algo que me lo recuerda constantemente: la milonga.

Porque en la milonga VES.
Ves la cara de felicidad de una milonguera cuando baila, el semblante relajado de un milonguero que disfruta de su tanda favorita, la tenue luz de algunas velas que rozan las sonrisas de quienes comparten un abrazo, los preosos trajes y vestidos al moverse al compás, la madera de un piso que luce desgastado, o un abanico susurrando mientras da vida.

Porque en la milonga OYES.
Oyes las notas que salen de un violin formando una frase, la respuesta de un bandoneón, el piano juguetón que quiere alegrar y entrometerse en esa conversación, o los suspiros de los milongueros.

Porque en la milonga TOCAS.
Tocas, rodeando con tus brazos el cuerpo de otra persona, fundiéndote con ella, mientras te reconforta y la reconfortas con tu calor humano, y haces más que tocar, porque a veces rozas el alma de la persona con la que compartes un abrazo.

Porque en la milonga PRUEBAS.
Pruebas los dulces que comparten los amigos para reponer fuerzas a mitad de la milonga, los vinos y sus aromas que llenan las copas de cristal repartidas sobre las mesas, o el perfume en la piel de distintos milongueros, cada cual aportando su toque especial.

Porque en la milonga SIENTES.
Sientes el calor de un abrazo, las miradas cómplices de otras milongueras, esa conexión que va más allá de las palabras, la felicidad que te invade cuando disfrutas una tanda, o el aliento que se va cuando te eriza la piel el sonido de un bandoneón.

Porque en la milonga RÍES.
Riés cuando la felicidad te invade, cuando te pones nerviosa y no te entiendes con la pareja, cuando ves una escena de complicidad, un juego entre dos o el ingenio al interpretar un tango, cuando abrazas a una amiga que no ves desde hace tiempo, o cuando observas la pista y simplemente ves a alguien disfrutando, con cara de felicidad.

Porque en la milonga AMAS.
Amas, cuando compartes esa música que te llega al alma con otras peronas que tienen la misma pasión por ella que tú, cuando abrazas a los amigos y les pasas tu energía positiva, cuando eres considerado con los demás en la pista, cuando regalas sonrisas, cuando cierras los ojos y sientes felicidad, cuando la das, y sobre todo, cuando das gracias a la vida por estar donde estás.

martes, 29 de septiembre de 2015

No todo es lo que parece

Creo que a estas alturas nadie duda de que el rol del que propone es bien difícil, más bien todo un reto. Más allá de lo que implica dominar los movimientos para que se den de forma refleja y de circular por la pista y adquirir los recursos necesarios para que la circulación sea fluida, está la difícil tarea de cuidar y proteger a tu pareja para que confíe en ti y pueda darte lo mejor de su baile. El verdadero reto sin embargo está en ganar la confianza de ella en tan solo unos segundos, cuando regalas tu abrazo, o bien en ganárla durante el tiempo que dura una tanda. Es la única forma de que una mujer se relaje y baile: de que ambos disfruten de la tanda. Normalmente una de las señales claras de que es ha conseguido es cuando ella baila con los ojos cerrados, totalmente entregada a la música y al abrazo. 

Pero no es oro todo lo que lo reluce. A veces una cierra los ojos no porque haya regalado esa confianza, es decir, no para fundirse más intensamente en el abrazo y disfrutar de la música, sino para concentrarse lo suficiente para conseguir interpretar el lenguaje extraterrestre en el que le están hablando, o bien para no ver y no ponerse nerviosa cuando la pista están imposible, o bien cuando el abrazo que ha aceptado y que se banca en ese mismo momento tiene más peligro que un caramelo en la puerta de un colegio.

Hubo un día en el que bailé con un chico que si bien musicalmente estaba en la línea adecuada, era un tipo brusco en cuanto a la ejecución de sus movimientos y nada fluido. Para mí no era una energía que fluía de forma más o menos intensa, sino una especie de energía con cortocircuitos cada pocos segundos. Era uno de esos casos en los que yo iba con los ojos cerrandos para intentar concentrarme lo máximo posible e interpretar sus intenciones de movimiento: algo bastante frustrante y que además, no siempre conseguía.

Sin embargo, él, convencido de que obviamente el problema era solo mío y que además era porque iba con los ojos cerrados, bastante molesto, no tardó ni media tanda en expresarme verbalmente cómo tenía que bailar según él, es decir, con los ojos bien abiertos. ¿Perdónnnn? Ahí es cuando esa paciencia de milonguera que creía que no tenía, me sorprendió: no le dejé plantado ahí mismo en medio de la pista como se merecía, sino que le mire con cara de "¿me estás vacilando?" y le ignore. Fui yo la que tomó el mando y en lugar de hacer esfuerzos por entenderle, me relajé e hice lo que me daba la gana, mientras la cara de fastidio de él se hacía cada vez más evidente, y obviamente, con los ojos bien cerrados.

martes, 22 de septiembre de 2015

Volviéndote poco social

Último día de un fin de semana precioso en un maratón de tango. Era domingo a mediodía, o lo que es lo mismo, la mañana para los milongueros. De forma relajada, los "madrugadores", menda incluida, tomábamos un brunch mientras charlábamos. Allí había una chica con la cual compartía una amiga en común, así que nos reconocimos y la conversación se dio de forma natural. A la media hora ya estábamos confesándonos, hablando de milongas, de cómo nos sentíamos, lo que nos gustaba y lo que no: entrando en ese ciclón de experiencias y sentimientos que la otra cuenta, luego tú te sientes identificada, asientes, y sigue así una tras otra, primero ella, luego tú, y así hasta que los minutos pasan y pasan sin enterarse. Entendimiento y pequeñas confesiones milongueras.

Es así como en un momento dado ella me contó que con el tiempo se había vuelto algo menos sociable en las milongas y los eventos de tango, y que incluso a veces, evitaba a cierta gente con la que no quería bailar, por muy bien que le cayeran a nivel personal. Me quedé sorprendida, pero no por el contenido de lo que decía, sino porque me sentí, una vez más, identificada con ella.

La razón que me dio esta madrileña no me sorprendió para nada: según ella, si charlas con algunos hombres, amigos, conocidos o no (pero más aún si son conocidos), eso genera una invitación por parte de ellos en algún momento de la noche, y además, con la excusa de que "hay confianza" porque ya habéis hablado. Supongo que entienden que si hay buena onda fuera de la pista eso significa que estarás encantada de bailar con él. Pues no: muchas veces no es así y con esa invitación directa te compromete. Y claro, si es amigo o de tu entorno de tango, si rechazas su invitación, casi siempre declaras una guerra, lo quieras o no. Y no hay duda de que así es porque por mucho que digan que no les molesta que les rechacen, la verdad es que sí que les molesta.

Al final, para evitar esos malos momentos de tener que rechazar una invitación o bancarte una tanda que no vas a disfrutar, algunas milongueras optamos por ser poco sociales con todas aquellas personas con las que no nos gusta bailar, por miedo a encontrarnos ante la tesitura de aceptar o no la invitación. Es una pena y al mismo tiempo una cobardía, de la que yo soy culpable a veces, pero cuando no lo soy, corro el riesgo de tener a alguno persiguiéndome toda la noche por la milonga para invitarme a bailar, sin querer enterarse de que no estoy interesada, y eso sí que es incómodo. O peor aún, como tampoco he ido a la milonga para que otros se lo pasen bien y yo no, rechazo invitaciones y claro, todos sabemos lo que pasa después. Injusto, pero es así.

martes, 15 de septiembre de 2015

Las botas de monte, por si acaso

Aquel verano fui a un encuentro de tango en el que el año anterior me lo había pasado muy bien por el ambiente dentro y fuera de la milonga, debido a todas las actividades que se ofrecían, muchas de ellas, en contacto con la naturaleza. Recuerdo que las milongas no me habían emocionado mucho, pero me lo había pasado muy bien en general y es eso lo que en realidad me importaba.

Llegué justo cuando empezaba la primera milonga, que tenía lugar exactamente en el mismo lugar que el año anterior, en una sala rectangular, con suelo de baldosa y sillas junto a las paredes. No era una distribución que me gustara, pero lo importante iban a ser la música y los abrazos. Tras saludar a unos cuantos amigos, me senté a observar la pista mientras me calzaba.

En la milonga había dos grupos de milongueros: los más mayores, a los que después de observar un buen rato, solo vi uno o dos con los que estaba segura que disfrutaría una tanda; y los algo más jóvenes, que escaseaban bastante y estaban rodeados de muchas chicas, la mayoría amigas, con las que seguramente bailarían toda la noche. Efectivamente el tiempo me daría la razón. Asimilé el panorama y decidí estar atenta a posibles cabeceos, pero después de enterrar bien los pies en la tierra, me dediqué charlar con amigas y tomar unas copas en lugar de intentar tandas imposibles. La milonga no invitaba a nada más.

Entre mis amigas, hubo una que visto el panorama y consciente de que una de esas tandas maravillosas que te hacen ir a la cama con una sonrisa seguramente no iba a llegar, a mitad de la milonga y algo molesta por haber renunciado a otras cosas por ir a bailar, se quitó los zapatos, y se fue a casa. Creo que no bailó ni una tanda. Me apenó verla partir, pero en el fondo yo deseaba hacer lo mismo, solo que no podía porque no había ido sola.

Aún así, la imité un par de horas después, cansada de esperar y del largo día después de un viaje en coche de varias horas tras una agotadora semana de trabajo. No se bien cómo llegué al hotel y creo que es de las pocas noches que me dormí sin desmaquillarme. Esperaba madrugar al día siguiente y poder disfrutar del maravilloso entorno precioso de montaña de Benia de Onís.

Por la mañana calcé mis botas de monte, que conmigo siempre van en el maletero del coche, me junté con gente amante de la naturaleza, y dejamos al tango tan solo como melodía que acompañaba a aquel precioso paisaje. Aproveché bien los días soleados, pero menos mal que así fue, porque el resto de las milongas del fin de semana fueron exactamente igual que la primera: una perfecta decepción.

martes, 8 de septiembre de 2015

Nunca es igual

Era un festival internacional y repetía. Durante el primer año, el anterior, había conocido a cuatro chicos con los que había bailado, y la verdad es que tenía ganas de volvérmelos a encontrar, disfrutar de nuevo de la experiencia de bailar con ellos, aunque era consciente de que ya no sería igual que el año anterior.

Son tantos los factores que afectan cuando dos milongueros se vuelven a unir en un abrazo, que nunca hay dos momentos o dos abrazos iguales en el tiempo, aunque estos se den con la misma persona. Todos evolucionamos de forma diferente en cuanto a técnica, conocimiento musical, y no solo eso, sino que también influyen otros factores como el nivel de energía, el estado emocional y la salud en cada momento y de cada persona. Volver a bailar con estos cuatro chicos tan solo constató esa firme creencia mía.

El primero de todos me había parecido en su momento el mejor bailarín de todos porque era al que más le entendía las marcas. Yo era muy principiante y él prácticamente me empujaba a los movimientos, con lo cual no había duda alguna de hacia dónde tenía que moverme. Desde la primera vez que había bailado con él un año antes, hasta entonces, yo había tomado clases y parecía que él había tomado menos; también había bailado con otro tipo de bailarines más suaves y que marcaban mejor, con lo cual había cambiado totalmente mi percepción de lo que era un buen bailarín para mí. Así que esa segunda vez que bailé con él no me gustó en absoluto: me pareció brusco, arítmico y con un abrazo horrible.

El Segundo había sido mi pesadilla durante el primer años porque aunque él era un estupendo bailarín, yo no había sido capaz de estar a su altura y de seguirle, me había puesto muy nerviosa y no había disfrutado nada: y lo peor es que seguramente él tampoco. Ese segundo año, en el que yo me encontraba más segura en el baile, me sorprendí recibiendo de nuevo su invitación. Esa vez fui capaz de seguirle y de disfrutar, pero no conseguí relajarme del todo. Por entonces no sabía que un buen bailarín no es solo quien baila bien, sino quien además sabe adaptarse a su pareja y hacer que ésta bailé cómoda, disfrute, y además, saque lo mejor de sí misma.

Mi tercer milonguero había sido una gran novedad para mi durante el primer año, pero no por su baile, sino porque su nivel de energía era el más parecido al mío. Ese segundo año fue él quien más me hizo disfrutar de una tanda, quizás porque nuestros niveles de baile en cuanto a técnica eran muy similares, también nuestro nivel en cuanto a técnica era similar, y supongo que además vivíamos la experiencia con igual intensidad. Resaltaría sobre él que era uno de esos chicos que da más importancia a la música que a hacer un millón de figuritas intentando "entretener" a su pareja pensando que de lo contrario, ella se aburrirá: error muy común en principiantes.

Mi cuarta experiencia fue quien más me sorprendió el segundo año, pero no por su baile, sino porque solo me invitó cuando el ultimo tango de la tanda estaba por comenzar. Y luego no quiso continuar. Él y yo teníamos niveles parecidos el primer año, pero se notaba que él había progresado muchísimo con respecto a mi durante el transcurso de ese año y ya no se divertía bailando conmigo. Es lógico, así que aquello fue algo así como una decepción y a la vez un reto para mí: mejorar lo suficiente para que en futuras ocasiones él me viera como una milonguera con la que sí puede divertirse bailando y así conseguir de nuevo una invitación suya.

martes, 1 de septiembre de 2015

La magia de un bandoneón

Era primavera y fui a un evento que se organizaba por primera vez, en lo que ante era una antigua fábrica de la luz y a la vez hogar de una pareja de milongueros, que como anfitriones inmejorables, consiguieron que todos los asistentes nos sintiéramos como en casa.

Aquel hermoso lugar invitaba a la relajación desde el primer momento en el que llegabas. Se oía un constante y lejano sonido del agua que corría por un riachuelo que atravesaba la propiedad. Era especialmente agradable oírlo mientras hacíamos ejercicios de pilates en los jardines de césped verde bajo los árboles que nos daban lo mejor del sol: la sombra. Allí todo era tranqulidad, la comida sana, había servicios de masajes estupendos para los pies de la mano de @Yolitango, y la buena onda flotaba en el ambiente, tanto, que creo que me lo hubiera pasado igual de bien de habernos quedado sin música ni milongas.

Aún así hubo de todo lo prometido, y más, pero no revelaré todo, ya que las sorpresas dejarían de serlo para todos aquellos milongueros que vayan en un futuro por primera vez. La música me gustó mucho, a excepción de un día por la tarde en el que pusieron tango nuevo/alternativo y yo decidí escaparme a dar un paseo y tomar fotos en lugar de bailar. Para ello salí de la propiedad y seguí un sendero hacia una colina donde había una estructura parecida a una plaza de toros pequeña, pero que parecía ser algo bien distinto. Es entonces cuando lo escuché... era un bandoneón. ¡En medio del campo!

Fui acercándome poco a poco hasta que se materializó ante mi. No era mi imaginación, era real. Allí estaba él, Fernando Giardini, practicando, inmerso en su música, y yo robándole parte de ese momento. Saludé, le pedí permiso para escuchar, y tras concedérmelo, me senté allí, con los ojos cerrados, dejándome llevar por su sonido y la acústica del lugar: fue algo mágico.

Aquel fin de semana me llevé alguna tanda en mi corazón pero fue la magia del lugar, la gente que vive en él y los demás invitados y su buena onda los que hicieron de aquellos dos días algo tan especial. El encuentro se llama Mánchame y cómo no, definitivamente os lo recomiendo porque aunque a veces lo creamos así, la vida no es solo tango, es compartir momentos con gente especial, es disfrutar, relajarse, charlar, y a veces, tan solo escuchar y sentir.