Mi objetivo principal no era bailar, sino estar allí, compartir, reír, relajarme, disfrutar de la compañía de amigos. Aun así bailé y disfruté de la música de Alejandro Gonzales, Eric Heleno y Leo Mercado, y disfruté mucho compartiendo abrazos. Aproveché a dormir más, a asistir a más actividades diurnas, como por ejemplo, una de mis favoritas - el siestango-, que no revelaré en qué consiste porque estropearía la sorpresa para los nuevos milongueros que vayan otros años. Pero aquí va una confesión: no es lo que esperas, es genial, una increíble experiencia.
Durante todo el fin de semana hubo una masajista -Anabel-, con una energía muy especial, que a través de masaje y las vibraciones de un cuenco tibetano, conseguía hacer maravillas en los cuerpos y almas de los milongueros que nos poníamos en sus manos. Y obviamente el mío fue uno de ellos.
La sorpresa nocturna de este año no fue la magia de un bandoneón, sino la de una guitarra, una preciosa voz brasileña, un chelo, y algún instrumento más, que en directo, me hicieron soltar alguna que otra lagrimilla. Pero sé que hubo muchas lagrimillas que regaron la tierra de aquella estructura de barro y madera, con su fuego, bajo las estrellas de una despejada noche.
Fue bonita la despedida también, en el pueblo, desayunando todos juntos antes de emprender el viaje de vuelta a casa. Y fueron también especiales los momentos vividos, confesiones, y promesas que se vivieron esa mañana.
Lo que más me gusto del fin de semana fue el ambiente creado por los anfitriones y por la buena onda de todos los que participaron en el evento. Disfrutamos también de comidas al aire libre, siestas, chapuzones en la piscina natural de la propiedad, de una comida exquisita y vegetariana... incluso de los mosquitos, que hicieron que más de un milonguero se ofreciera voluntario a extender el aceite de lavanda por el cuerpo de una..... ¡qué gusto!¡qué manos!