Hace poco en mi entrada Cumpleaños Feliz, os expliqué cómo se celebran los cumpleaños entre milongueros y os prometí que os contaría con pelos y señales cuando me tocara a mí. Pero esta vez me lo pusieron muy fácil porque el día de mi cumpleaños nevaba tanto y había tan poquita gente en la milonga a la que conseguí llegar tras varios kilómetros detrás del quitanieves, que yo le hubiera cambiado el nombre a "la milonga triste". Convidé a galletitas y bizcocho, pero más ahí de tomar bebidas calientes y bailar unas poquitas tandas con amigos, no tuve que hacerme la valiente y ponerme en medio de la pista a pasar un poco de vergüenza.
Fue el día anterior cuando bailé una tandita en el centro de la pista. Eso sí, por suerte, el centro de la pista era el salón de mi casa; mis invitados, amigos de toda la vida y ninguno milonguero, a excepción de uno al que le tocó bailar la tanda conmigo; la vergüenza había huído después de la segunda copa de vino; y aunque mi eje se parecía al de la Torre Pisa, nadie se dio cuenta. Pero yo sí, cuando al día siguiente, como regalito de cumpleaños, un amigo me envió los dos vídeos que había hecho de mi pequeña exhibición. Jamás me había visto antes en un vídeo y fue un horror lo que vi: ¿bailo así de torcida? ¡qué desastre! Creo que ha sido un bonito toque de atención a mi descuido con las clases de tango, que por lo que vi en el vídeo, las necesito desesperadamente. Así que creo que esos vídeos, no verán la luz, y mucho menos YouTube.
A pesar de los horribles vídeos, he de reconocer que disfruté muchísimo del baile y creo que mi amigo también, eso se siente. Para mis invitados, fue algo bonito y sentido lo que vieron, así que la velada fue todo un éxito. Lo que más me conmovió fue oír a una de mis mejores amigas decir que le había gustado, que lo que era antes un baile que no le gustaba ni le decía nada, ahora lo miraba con otros ojos. Y fue en ese momento cuando recordé que fue en un ambiente familiar, en casa de una amiga, viendo bailar a sus padres, cuando yo me enamoré del tango.
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