jueves, 19 de diciembre de 2013

Cambiando el chip

En el mes de junio publiqué una entrada llamada "sincronizando pensamientos". En ella os hablaba de un milonguero con el que no tuve piel de ninguna clase al bailar con él, pero con suerte, lo sentimos los dos y amablemente me sentó, para mi propio alivio.

La verdad es que una amiga mía me había comentado que es un tipo particular, como bailarín no es nada especial, pero una consigue divertirse con él y entra en su juego, aunque para ello hay que cambiar el chip, mentalizarse de que bailar no vas a bailar, reírte, eso puede que sí. Como es un chico que baila a la velocidad del rayo, pisando cuando quiere y haciendo lo que en ese momento su mente le indica, dejando a su pobre milonguera con el susto en la cara, pues he de confesar que es toda una aventura atreverse a aceptar una invitación suya. Y un reto para una misma el conseguir bailar la tanda completa con él.

Lo que me sorprendió es que después de sentarme aquella vez, al coincidir con él en otra milonga, me invitó a bailar de nuevo. Quizás entonces era verdad que él necesitaba descanso y por eso me sentó, o quizás le pasó lo mismo que a mi y se dijo: "no puede ser, esto puede dar para mucho más...". Fuera lo que fuese, el caso es que me invitó y acepté.

Siguiendo consejos de buenos amigos, decidí entrar en su juego y finalmente conseguí lo que no esperaba conseguir: divertirme. Para ello tuve que olvidarme por completo de la música y poner al límite mi capacidad de mantener el eje, pero en el fondo creo que fue una especie prueba personal por la que tenía que pasar. Muy de vez en cuando coincidimos en milongas. A veces me mira y de vez en cuando mantengo la mirada lo suficiente para que pueda hacer un cabeceo, luego le sonrío, y tan pronto como llego a la pista y me regala su abrazo, para dos segundos después dejar de existir.

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