Mi segunda clase de kizomba, en la que sorprendentemente también había más chicos que chicas, comenzó de nuevo con precalentamiento, practicando los pasos del último día. Conseguí que me salieran bastante bien, así que una vez que el ritmo de la kizomba me dejó de sonar a chino, empecé a divertirme. Eso sí, para ello tuve que intentar no ser tan perfeccionista como de costumbre y dejar la técnica a un lado.
Ese día tuve una grata sorpresa: apareció un chico que ya conocía. ¡Era un milonguero! Aquello ya implicaba que tenía asegurada al menos una pareja de baile que hablara en el mismo idioma que yo en cuanto a la conexión. Y como suelen decir, el tiempo me dió la razón ya que sólo con él y con tres chicos más, de los diez o doce que había, conseguí conectar durante la clase y los ejercicios. A pesar de eso, fue muy interesante practicar con todos y también darme cuenta de que el más torpe y que menos sabe, que no escucha la música, es casualmente el que empuja para que te muevas, el que critica y echa la culpa a los demás, y encima el que se molesta cuando la figura no sale. ¡Vaya... como en el tango! Me parto de risa: resulta que es universal.
Tras la clase, el profe nos dejó un tiempo para practicar, así que me quedé con el milonguero que conocía perfeccionando los pasos básicos de la kizomba. Pero a falta de recursos, y como es natural, la influencia del tango afloró en algún momento y estuvimos experimentando, acoplando giros y caminadas básicas del tango a la música de la kizomba. El resultado fue de lo más divertido.
Creo que merece la pena seguir en estas clases, que aunque se que a nivel técnico mucho no voy a aprender, el ambiente es agradable y he recuperado ese pequeño aliciente de ir a una clase solo con el fin de divertirme en lugar de aprender técnica para mejorar mi baile.
Supongo que si más adelante quiero tomarme la kizomba en serio, tendré
que plantearme el buscar un profesor que enseñe técnica corporal y así
mejorar más rápidamente, no quedarme mirando cuando voy a una fiesta, y optar poco a poco a bailarines que realmente saben lo que hacen. Pero más me vale aprender, porque no soy de las que se ponen
cinturones anchos como falda para recibir invitaciones a montones... bueno, aunque si os soy sincera, tampoco es que me interesen precisamente ese tipo de invitaciones: soy bastante más selectiva que eso.
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