Hace ya bastante tiempo, en una de mis primeras milongas fuera de
casa, recibí una invitación que la consideré curiosa en un principio, insultante un poco más tarde. Mientras nos dirigíamos a
la pista para comenzar el primer tango de la tanda me dejó saber la razón por la que me había
invitado. Me confesó que me había estado observando bailar con alguno que otro y que le sorprendía que hubiera bailado con milongueros que según él
eran terribles en cuanto a técnica y también con otros que realmente
eran muy buenos bailarines, y que eso le tenía intrigado. Yo no entendía nada.
Por
aquel entonces, disfrutaba bailando con cada chico que me invitaba, todos me
parecían buenos bailarines, aunque con algunos me sintiera más a gusto
en el abrazo que con otros. Mi mayor preocupación solía ser interpretar a mi pareja de baile, no caerme, ni
colgarme -cosa que solo conseguía a ratos-, pero eso de escuchar la música
y pisar a tiempo eran misión imposible. Está claro que mi baile era un desastre y yo era una
principiante de libro.
Cuando terminamos la tanda me acompañó a mi silla y me dijo:
"ahora lo entiendo, es porque eres... jovencita". Para colmo lo dijo mientras miraba descaradamente mi escote. Su comentario mezquino y fuera de lugar sobraba, y fue como un tortazo en la cara. Yo sabía que era principiante y que no estaba a su altura en cuanto a nivel de baile, y también que había hombres que seguramente me invitaban porque era joven y ellos unos viejos verdes, pero lo que no sabía era que había tipejos cómo él.
Está claro que ese "lo-que-sea" (lo de "señor" le queda grande) no sabe es que no todos no
son como él y hay algún que otro milonguero experimentado que aunque no lo haga con frecuencia porque le gusta bailar con chicas con las que disfruta, de vez en cuando invita a bailar a mujeres con menos experiencia o que normalmente no bailan tanto por la razón que sea, solo para que ellas también
tengan su oportunidad y disfruten. A eso se le llama solidaridad.
Después de soltarme
aquello, me acompaño a mi silla para guardar las formas y no me volvió a invitar durante muchísimo tiempo. Pero en
la rueda de la vida el tiempo pone las cosas en su sitio y todo lo que sube, suele bajar; todo lo que va,
suele volver; y quien entiende termina no entendiendo. Muchísimo tiempo después, él consideró que yo ya estaba a su altura para bailar con él y su segunda invitación se dejó caer. Ya habia aprendido algo, no era novata que él había conocido sino más bien un híbrido entre milonguera dolida y una malvada bruja, en la que me convierto cada vez que la situación lo requiere. A pesar de ser él alguien alguien con quien estoy segura que hubiera disfrutado bailando en una situación normal, rechacé su invitación, no porque no me gustara la música, o por el cansancio o por cualquier otra razón, sino por venganza. Lo siento, pero disfruté del momento.
Quizás si él en aquella primera invitación me hubiera hecho el primer comentario y luego sin más hubiese sido amable y no hubiera bailado conmigo nunca más, hasta yo llegar a un nivel de baile que el considerara adecuado para que ambos disfrutemos, todo hubiera estado bien y habría aceptado su invitación. El caso es que no fue así, fue mezquino y eso es algo que no suelo tolerar ni dentro ni fuera de la milonga. No lo soporto.
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