Recuerdo cuando empezaba a milonguear. Por entonces tenía un armario lleno de lo que yo entendía que era la ropa más elegante (aunque a veces también es la más incómoda), toda ella de colores oscuros, principalmente negros, grises y algún blanco. Colores fríos. Optaba por ellos porque según había oído decir siempre, eran los colores más discretos y elegantes. Quizás sea así, pero también son los colores de los muertos, del luto, y curiosamente los que te hacen casi invisible en la milonga. Además, humildemente opino que la elegancia no va de colores, sino de las personas que visten esos colores.
Recuerdo como me habían inculcado que ser discreta era una virtud, y por ello casi todo mi armario estaba lleno de "virtudes" en forma de faldas, vestidos, tops y pantalones, obviamente casi todos negros y también algo holgados, ya que eran los más discretos. La discreción venía de la mano de otra "lección maestra" que, al igual que tantas otras mujeres, recibí. En ella nos aseguraban que mostrarse sexy o llamar la atención significaba ser algo buscona, y eso era malo, era pecado, especialmente para las mujeres. Machista e injusto. Humildemente de nuevo opino que la elegancia ni se mide por colores ni por lo que vistes, sino por cómo lo vistes y por tu actitud.
Aún así, viviendo en un país donde la crítica destructiva es el deporte nacional, intentaba llamar la atención lo menos posible. También quería evitar dar señales inequívocas y buscarme problemas con los hombres, a los que por entonces era incapaz de manejar y desgraciadamente les habían educado igual que a mi, lo que significaba que una chica que vestía sexy, era una puta a la que ellos tenían el derecho de tratar de cualquier manera. Y no hablo de hace tanto tiempo.Era el miedo y la inseguridad quienes me dominaban y me convencían sin esfuerzo alguno para seguir en esa línea de vestir y comportarme.
Pero llegó un día en el que me cansé de toda esa tontería: es lo que nos pasa a las mujeres cuando llegamos a cierta edad y empezamos a sentirnos seguras de nosotras mismas, a querernos, y aprendemos a poner límites. Fui ganando confianza con el tiempo y rompiendo poco a poco con todas esas normas impuestas por los demás y por mi misma, dejando los miedos atrás, esos que me quitaban libertad, que me inhibían y me impedían disfrutar del tango y de la vida como afortunadamente lo hago hoy en día. Visto de colores y me atrevo con el rojo, los escotes atrevidos y los vestidos ajustados, y me siento bien, guapa, sexy, y sobre todo, mujer. Además, es ahora que por primera vez en mi vida soy consciente del poder que ello me da y soy capaz de dominarlo, y no hay nada de malo en ello: se siente fenomenal. Ojalá pudiera regalar un poquito de ese sentir a cada mujer, que esté donde esté, lea esto.
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