Era medianoche, sábado, y esta milonguera que escribe acababa de llegar a una milonga de un país extranjero en el que no conocía a nadie. Se había plantado en la pequeña barra improvisada y pidiendo un vino blanco -que por cierto ya ha aprendido a pedir en varios idiomas, se dedicó a contemplar la pista de baile para entrar en ambiente. Aquel era uno de esos momentos en los que una deja que el vino le mime por dentro, le relaje poco a poco, y según el calor va descendiendo, despierta el alma y las pasiones.
Entonces comenzó a sonar ese tango tan precioso del año 1958 de la orquesta Alfredo de Angelis con Juan Carlos Godoy que dice "...quien tiene tu amor, ahora que yo no lo tengo, díme de quien es, y quien se ha llevado tus besos..." y sin darme cuenta, viajé al pasado, a mis recuerdos, y comencé a cantarlo. En el aquel rinconcito donde creía que nadie veía, dejé que la música me envolviera y con la letra de esa canción, me quedé allí, quieta, sintiéndola, emocionándome. Era mi momento.
Fue entonces cuando sentí que alguien me miraba, intensamente. Al levantar la vista y cruzar la mirada con él, se acercó a mí, con esa clase de expresión que oculta una pregunta, pero sin pronunciar palabra alguna. Lo malinterpreté como una invitación debido a un gesto reflejo que él hizo, con lo cual "acepté" una invitación que no era tal. Llegó hasta mí y en lugarr de guiarme hacia la pista, me sorprendió confesándome que le intrigaba saber qué decía la letra de ese tango para que me emocionaba de tal manera. Después de recuperarme de su inesperada petición, le sonreí y empecé a traducírsela. Fue entonces cuando me di cuenta de la suerte que tenemos los que entendemos las letras de los tangos, porque lo tenemos todo de los ellos: la música y su poesía en forma de letras.
Pasó casi una hora mientras le iba traduciendo al inglés trozos de cada tango que escuchábamos... hasta que tocó una tanda instrumental, en la que como era de esperar, me invitó a bailar. Aquella vez, la poesía no vino de la mano de unas frases dentro de un tema, sino de su maravilloso abrazo y la forma en la que él interpretaba la música. Fue maravilloso. Y lo mejor de todo fue que bailó conmigo tanda tras tanda, hasta que decidí que quería sentir también otros abrazos. Así que le sonreí y le di las gracias. Poco despues fui aceptando una invitación tras otra: supongo que es la suerte que se tiene a veces de ser giri de un lugar en el que los milongueros locales son buenos anfitriones.
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