martes, 20 de agosto de 2013

Montando una milonga

Esta entrada está dedicada a toda esa gente que pone todo su esfuerzo e ilusión en crear el ambiente adecuado para que todos podamos disfrutar de una milonga.

Solo una vez he colaborado en el montaje de una milonga, sin contar las pequeñas milongas locales de la asociación de tango a la que pertenezco en las que he puesto velitas y las he quitado de las mesas o he colocado alguna silla que otra. Había visto una foto de aquel lugar, donde cada año se celebra una milonga por las mismas fechas, pero la foto era del año anterior en plena milonga cuando ya todo estaba precioso. Calculé que en una hora o dos estaría todo listo, pero lo que no había calculado era la sorpresa que me esperaba.

Para empezar, al llegar por la mañana al lugar ni siquiera lo reconocí: era un gimnasio de un colegio con colchonetas y espalderas por cada rincón, con espejos sucios, con poca decoración y encima horrible, pero afortunadamente el suelo prometía. Ya había gente empezando a preparar el lugar, sacando toda la chapa y pintura que iba a ser necesaria para transformarlo. Cubrimos todas y cada una de las espalderas con telas rojas que llegaban hasta el suelo, limpiamos todos los espejos y colocamos sillas alrededor de la pista, además de improvisar rincones con mesas formadas algunas incluso por colchonetas apiladas y cubiertas con una tela roja encima a modo de mantel. Colocamos folletos, caramelos, lámparas y velas para ambientar el lugar mientras otro grupo se encargaba de cubrir el resto del mobiliario, instalar equipo de música, focos, y hacer milagros para conseguir luz en todos los rincones a pesar de haber solo un enchufe o dos. A parte de todo esto, está el trabajo previo de difusión del evento, preparación y venta de entradas y demás trabajo que obviamente ya estaba hecho por los organizadores. Montar la barra fue otra hazaña, pero al final el resultado mereció la pena: la sala quedó preciosa, lista para compartir abrazos.

He de reconocer que cuando hay muchos colaboradores, el trabajo es ameno, y se hace rápido, aunque nosotros tardáramos toda la mañana. Lo mejor fue llegar a la noche y ver el efecto con las luces, las velas: resultaba creer que fuera el mismo lugar que habíamos visto esa misma mañana. Supongo que los demás colaboradores ya habrán montado tantas milongas que para ellos era un más, pero yo me sentí orgullosa del trabajo que habíamos hecho y eso influyó en mi estado de ánimo durante la noche, que fue la mecha que encendió una racha de sorpresas que tuvieron lugar durante la noche.

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