Bailaba ya mi quinta tanda en una
milonga local, entre amigos. Ese día estábamos todos de buen humor, supongo que
porque al sol le dio por hacer acto de presencia después de hacerse el tímido
por meses. Hacía calor y yo había decidido ponerme un vestido blanco precioso, con
encajes justo debajo del pecho. Sencillo, pero bonito. Había decidido que era
la última vez que lo vestía antes de meterlo en la caja de ropa para Cáritas ya
que se me estaba quedando algo ajustado ya por ciertas partes de mi cuerpo y
empezaba a resultar un poco incómodo, especialmente para bailar. Por esa razón le quité el forro y después de mirarme en el espejo y ver que todo estaba en su sitio, me planté en la milonga.
El sol empezaba a entrar por un
ventanal de la sala en la que bailábamos y yo cerré los ojos para disfrutar aún
más del momento: un temazo, un milonguero abrazado a mí de lo más agradable y
el calorcito del sol en la piel. En algún momento abrí los ojos y vi a un chico
mirándome. Los cerré de nuevo y los volví a abrir un rato después para ver si
seguía mirando: tengo esa mala costumbre de que siempre que descubro a alguien
mirando, sea hombre o mujer, vuelvo a mirar para ver si te sigue mirando.. y ni
idea de por qué lo hago, simplemente no puedo evitarlo. Esta vez no le vi a él
mirando sino a otro más, y la siguiente vez que miré para ver si ese otro más
me miraba, descubrí a un tercero. Empecé a ponerme nerviosa ya que acostumbrada
a que me pase de todo, ya me estaba imaginando con un chicle pegado al trasero
o algo peor, pero afortunadamente no tocaba que la luna alterara mis hormonas y
de haber sido así y hubiera sufrido un accidente de algún tipo, cualquier
solidaria mujer me hubiera avisado.. y más aún vistiendo un vestido blanco!
Miré hacia la parte de atrás de mi vestido en esos segundos que transcurren
entre un tango y otro en la tanda, pero mi vestido estaba perfecto, mi pelo
también, mis tacones también: no entendía. Me estaba volviendo una paranoica.
El siguiente tango lo bailé con
los ojos abiertos la primera parte y siguiendo con la paranoia, creí ver a
alguno más mirando. Decidí cerrar los ojos y olvidarme, disfrutar de esa
maravillosa tanda. Fue más tarde, al terminar y dirigirme a mi silla cuando se
acercó un amigo para decirme que el vestido era muy bonito y especialmente
cuando me acercaba al ventanal de la sala y el sol clareaba por completo la
tela hasta hacerla prácticamente transparente a los ojos de quien mirara desde
el otro lado. No era paranoia: ¡me había visto media milonga prácticamente
desnuda!
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