Milongueando un fin de semana en una ciudad extranjera, el viernes fui a una milonga en el que
las tandas que me habían ofrecido habían brillado por su escasez y por su
calidad; el sábado, en otra milonga de la misma ciudad, pasé unas cinco horas en las que no bailé ni una sola tanda porque no me llegó invitación alguna, a pesar de desplegar todas las artimañas que se para que ellos se fijaran en mi; pero el domingo decidí que yo no había recorrido tantas millas en vano y que haría eso que no había hecho nunca antes: ser yo la que invitara a bailar.
Me
sentía exactamente como había imaginado, como a punto de hacer algo prohibido: nerviosa, quizás incluso ansiosa. Pero me armé de valor y me acerqué a la barra del bar a invitar a un chico argentino, encargado de la comida, con el que había estado charlando previamente. Él me confesó que estaba agobiado y sin ganas de bailar pero que aún así intentaría buscarme más tarde para bailar. Charlamos un buen rato y me contó que tenía problemas con la organización de la milonga. Poco después le vi salir de la milonga con cara seria, supongo que sin ganas de bailar.
Fui a por otra víctima: una mujer. Sabía que ella bailaba de chico y
como ya la conocía y era muy simpática, ni me lo pensé. He de confesar
que me encanta bailar con mujeres: es como si realmente habláramos el
mismo idioma en todos los sentidos. Pero... ella tenía tacones y con ese
calzado no consideró adecuado bailar. Además, no salía apenas de la
pista, todos los chicos la conocían y querían bailar con ella.
Mi tercer intento fue cinco minutos después, cuando abordé a un chico que hacía tiempo que estaba en la barra, mirando, sin que le hicieran mucho caso a pesar de que miraba a todas. Ingenua de mi que creía que sería algo más principiante que el resto y que por eso quizás no rechazaría mi invitación. Así que me acerqué, entablé conversación y le pregunté si le apetecía bailar la tanda que acababa de comenzar. Su repuesta fue un rechazo directo acompañado de un "gracias" de lo más tímido. Le vi bailar después, y qué suerte la mía que me dijo que no: ¡era terrible! Aquí sin duda, ¡la víctima hubiera sido yo!
En mi cuarto y último intento invité a un chico al que ya había visto bailar aunque no le conocía. Me armé de valor una vez más, me acerqué y le invité directamente, sin entablar conversación alguna. Me miró a los ojos y me dijo que estaba descansando. ¡Olé! ¡qué capacidad tienes algunos seres humanos de mirar directamente a los ojos y mentir abiertamente! Su "descanso" duró medio minuto o quizás medio segundo, porque casi inmediatamente después le vi cabecear a una rubia y desaparecer en la pista. Entiendo que no quisiera bailar conmigo pero no su falta de tacto al invitar inmediatamente después a otra. Ahora entiendo a algunos amigos cuando se quejan de esto mismo. Yo particularmente intento no aceptar invitaciones de otros chicos si previamente he
rechazado a alguien... ¡al menos no durante la misma tanda!
He de reconocer que ese último rechazo me afectó emocionalmente y decidí que cuatro rechazos eran más que suficientes. Me resigné a ser ignorada el resto de la noche, pero afortunadamente pude centrarme en ver bailar a otras parejas, tomar algún combinado que otro, y en escuchar la maravillosa música con la que el DJ nos regalaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario