Los milongueros tenemos debilidades. Algunos las tienen por ciertos tangos, por una orquesta en concreto, por música de una década o dos en particular, por temas instrumentales o vocales, por un Dj, por una milonga, unos anfitriones, unos bailarines, unos maestros, pero también por cancionistas... como yo.
En mis primeros pasos como milonguera sentía curiosidad por Ada Falcón y de ella leí, de ella vi un documental, vi una película y conseguí montones de temas cantados por ella: me apasionaba todo lo que tuviera que ver con ella. Después escuché y conocí sobre más y más cancionistas, de diferentes épocas, tanto hombres como mujeres, hasta que un día la oí a ella, a Nina Miranda, y ella me encandiló como ninguna otra.
Nina, esta uruguaya nacida en 1925, hace hoy exacatemente dos años que
murió. De ahí esta entrada al blog, en agradecimiento por todo lo que
ella nos dejó con ese sentimiento y su maravillosa voz con el que hace
que algunos temas invadan nuestros corazones.
Hacía tiempo que en mí había un anhelo por escuchar en alguna milonga una tanda de Racciatti con ella de cancionista, pero de milonga en milonga yo iba, y no conseguía escucharla. Osé incluso pedírsela a algún Dj, siendo crudamente consciente de que la mayoría de ellos son musicalizadores de los que tienen enlatada la música en un ordenador o un USB, y para ellos supone un fastidio que la gente les pida tandas porque se desmorona su trabajo, previamente consolidado en un listado de tandas numeradas por orden de ejecución. En el momento en el que fui consciente de que ésa era la razón, decidí esperar.
La ocasión llegó en una milonga inolvidable, para mí perfecta: por los anfitriones, la ambientación del lugar, la buena onda, los milongueros, y por supuesto el Dj. Yo estaba con tal subidón de adrenalita y tan feliz, que las horas pasaron y pasaron, y cuando las siete de la mañana llegaron, ni me enteré. La gente pedía una tanda más cada vez que anunciaban la última y en uno de esos momentos en los que el Dj tiene rendidos a todos a sus pies, vi mi oportunidad. La tanda había finalizado y empezaba a sonar la cortina. Yo estaba cerca del Dj, le miré y susurré "Nina Miranda, Nina Miranda...". El no me vió pero lo hizo un bailarín profesional que estaba cantando tangos a su lado, así que le indicó que yo estaba intentando comunicarme con él. Entonces el Dj finalmente me miró y sin más, miró de nuevo a su equipo: al menos, lo había intentado.
Tan pronto como un asomo de pequeña decepción empezaba a apoderarse de mí, sonaron los primeros compases y me volví como loca. Él me miró con una sonrisa, y en ese momento lo puse en el número uno de mis Djs: ¡a sus pies! Corrí a buscar a un amigo con el que me gusta bailar y el pobre no pudo ni responder si quería o no bailar conmigo porque lo arrastré literalmente a la pista: es lo que pasa cuando hay mucha confianza, y yo fui lo suficientemente bruja como para aprovecharme de ella. Lo que vino a continuación fue magia, pero al cuadrado.
Me dolieron las manos de tanto aplaudir al final de la milonga y me acerqué a darle dos besos bien merecidos al Dj, mi forma de darle las gracias por el detallazado de hacer caso a mi petición, y de encima haberlo hecho con tan poco tiempo de margen. Definitivamente, ahí es donde se ve también la calidad de un profesional. Creí que el subidón me había durado toda una semana, pero ¡qué va!.. al recordarlo todavía lo siento ahí.
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