jueves, 17 de abril de 2014

Emboscada cumpleañera

Un sábado, dos días antes de mi cumpleaños, fui a una de mis milongas habituales. Había sido muy discreta sobre la fecha en la que nací, ya que no quería sorpresas no deseadas en la milonga: me refiero a esa costumbre de obligar al cumpleañero a ponerse en el centro de la pista para que baile un vals con todos aquellos que quieran. Algunos consideran este homenaje como algo simpático, pero otros más bien como una tortura, algo que deseamos evitar. Así que las únicas personas que conocían la fecha de la discordia eran amigos cercanos, que sabían también de mi aversión por esa costumbre que hace que incluso oculte la fecha de mi cumpleaños en Facebook, a pesar de que me gusta celebrarlo con amigos, saber de ellos en ese día y hacer alguna fiesta.

Aquel día algunos de estos amigos se fueron de la lengua. Me prepararon una emboscada. Seguramente hasta confesaron que si me enteraba que iba a salir a la pista, buscaría alguna excusa para desaparecer. No me cabe duda de que fue planeado con la mejor de las intenciones, esperando que yo enfrentara a algo que me pone nerviosa y que ellos no comprenden y ven como una tontería. Para mi no lo es.

Sonó la primera tanda de tangos en la que recibía una invitación para bailar, ya que anteriormente solo había bailado valses. Él, un amigo milonguero con el que me encanta bailar y todo un caballero, me brindó una tanda preciosa. Al terminar, me agarró de la mano y me dijo que me quedara, con lo que supuse que quería repetir tanda, aunque no es su costumbre. Cuando vi que la gente iba desapareciendo, la siguiente tanda no empezaba, me empecé a poner nerviosa. Cuando vi acercarse a la organizadora de la milonga, empecé a sentir el malestar de verdad. Al menos no era la única cumpleañera, ya que mi amigo también celebraba el suyo, por lo que el vals lo empezamos bailando juntos, aunque de poco sirvió para calmarme. Luego no recuerdo que vino después ni con quien bailé, ni qué sonó. Intenté sobrellevar la tortura evitando mirar a la gente, manteniendo los ojos cerrados todo lo posible, y concentrándome en la música. Obviamente, fue en vano.

Tan pronto como la música cesó, busqué una silla al fondo de la sala, pedí un botellín de agua e intenté calmarme. El mal rato que había pasado hizo que me encontrara algo indispuesta y no fui capaz de volver a meterme en el ambiente de la milonga. Después de eso, ya no bailé más. Lo único que hizo que lo olvidara por unos instantes fue la sonrisa de dos amigas, a las que quiero un montón, cuando me entregaron un pañuelo precioso con un broche como regalo de cumpleaños. Poco después, sin despedirme de casi nadie, me fui a casa. A pesar de todo, me fui a dormir con una gran sonrisa. Aquella noche dormí de maravilla, supongo que por el estrés emocional y por lo agotada que me sentía.

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