Soy una de esas personas a las que les dicen que se le ha caído el apellido al suelo, y va, y mira. A veces peco de ingenua o me lo creo todo, y aunque solo me dura unos segundos, son los suficientes para que a mis amigos les haga toda la gracia del mundo y siempre que pueden, aprovechan la ocasión: definitivamente, es algo que tengo que corregir.
La última vez que sucedió estábamos cenando en casa un grupo de amigos antes de ir a una milonga. Habíamos pedido comida a un restaurante italiano y además de algunos platos para compartir, cada uno pidió un plato para sí mismo. Yo pedí albóndigas de espinacas. Comimos mucho, pero sobró comida, incluida una albóndiga que metería a mi estómago al día siguiente durante la comida. El anfitrión la puso en un plato y la metió al microondas, sabiendo que estaba muerta de hambre y ansiosa por darle un mordisco. Así que al sacarla no pudo reprimir sus ganas de tomarme el pelo y exclamó: "¡se ha hecho más grande!". Y yo abrí los ojos sorprendida para mirar, encantada, creyéndomelo totalmente. Hasta que vi su sonrisa burlona mientras giraba la cabeza de un lado a otro con gesto de "no tienes remedio" y murmuraba lo fácil que es tomarme el pelo y sobre todo cuando hay comida de por medio. Por algo dicen en mi casa que es mejor comprarme un vestido que invitarme a cenar. Si, definitivamente la comida me pierde.
Ese mismo día asistimos a una milonga de tarde. Acababa de ponerme las sandalias de baile cuando recibí una invitación. Me dirigí a la pista. Iba vestida con unas babuchas negras y un top, ropa de lo más cómoda y adecuada para esa milonga. Sin embargo, las babuchas anchas tienen un pequeño problema: es fácil enganchar un tacón en ellas cuando haces un adorno. Y sucedió exactamente eso. Afortunadamente el pantalón no llegó al suelo, solo a bajar un poco cuando mi tacón arrastraba la prenda hacia el piso, hasta que me las apañé para soltarme. Mi compañero de baile, bicho y amigo, no perdió oportunidad y me dijo: "azul... te la va a ver toda la milonga". Entré en estado de pánico pensando que mi babucha no estaba todavía en su sitio y mostraba algo de lo que no debería verse. Justo entonces caí en la cuenta de que no llevaba nada azul debajo, de que no se me veía nada, y de que otra vez, tenía a alguien delante mío partiéndose de risa. Me dieron ganas de estrangularlo.
Y como suelen decir, no hay dos sin tres.
Faltaba muy poco para terminar la milonga. Me senté un rato para masajearme los pies, que me dolían terriblemente después de todo un fin de semana bailando. Justo en ese momento sonó Pugliese. Me encanta, aunque he de confesar que muchas veces me resulta dificilísimo bailarlo. Aún así, me llegó una invitación de un estupendo bailarín, que me suele invitar cuando coincidimos en algún evento, aunque yo no estoy ni de lejos a su altura en cuanto al baile. Me dijo que para esa tanda estaba buscando a alguien con quien sabía que podía disfrutarla. Me encantó el halago y me puse roja como un tomate, consciente de que no era merecido. Le regalé una de mis mejores sonrisas y todo mi esfuerzo por intentar seguir su baile, que conseguí casi todo el tiempo, ya que al estar la pista medio vacía y el ser un chico muy alto, sus zancadas me hicieron sentirme como si al terminar la tanda hubiera corrido una maratón. Luego me senté a reponer fuerzas. Entonces se me acercó una amiga para preguntar si le conocía y si se lo podía presentar. Con mis manos en uno de los cierres de mis sandalias, dispuesta a quitármelas y dar por finalizada la milonga, al menos para mi, le comenté que me sentía como si hubiera corrido una maratón. Ella me miró y bromeó: "bueno, eso explica porqué las suelas de tus zapatos sacan humo...". Supongo que estaba tan cansada que no vi venir la broma y el absurdo de lo que me decía, y para variar, me lo creí por un instante. Miré las suelas de mis zapatos horrorizada, y luego simplemente sentí ese familiar deseo de estrangular a alguien cuando partiéndose de risa me miró y dijo "no me lo puedo creer! ja, ja, ja...".
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