Era un fin de semana especial de tango en el que casi todos los asistentes eran amigos o conocidos, aunque a muchos de ellos hacía tiempo que no veía. Entre ellos, un amigo milonguero con el que siempre me pongo nerviosa al bailar, quizás porque es mucho más
experimentado que yo y temo no estar a la altura, no hacerle disfrutar, y quizás también porque sonríe cada vez que meto la pata, aunque lo hace de forma amigable, en plan tranquilizador. Y eso me pone más nerviosa aún, he incluso hace que me sonroje. Esa es la razón por la que evito mirarle.
Descubrir cuando empecé a bailar tango que en el fondo existe una timidez en mi que desconocía,
me dejó fuera de juego; descubrir que las miradas intensas también me
dejaban fuera de juego, fue el colmo de los colmos. No entiendo cómo a estas alturas, que ya soy mayorcita, soy capaz de sentirme insegura entre milongas cuando fuera de ellas tengo la situación controlada. Es un fastidio y encima me pasa con más de un milonguero, con varios, por cierto. Normalmente bailo con los ojos cerrados para evitar esto, pero a veces, cuando el estilo que me marcan requiere abrazo abierto, tengo que abrirlos forzosamente.
Este chico en cuestión es de los que le gusta bailar en abierto. En aquella milonga me cabeceó desde lejos, en una de esas veces en las que no tienes duda alguna de que el cabeceo está dirigido a ti, luego nos dirigimos a la pista y me recibió con una sonrisa mientras me ofrecía su abrazo. Bailamos el primer tango, en el que fui incapaz de mirarle a los ojos ni una sola vez. Me encantó. En el segundo conseguí levantar la mirada un par de veces, y cada una de esas veces me encontré con su sonrisa y conmigo misma sonrojándome, para mi propia vergüenza. En el tercer tango me acorbardé y ya no volví a mirarle a los ojos, hasta que terminó la tanda.
Fue entonces cuando con esa sonrisa suya me dijo que aunque normalmente no lo hacía nunca, me quería decir algo: que había evolucionado mucho en cuanto a mi baile - toma piropo-, y que lo único que el me aconsejaba era que al bailar mirara hacia arriba, aunque no lo hiciera a los ojos de mi pareja. Muy perceptivo: se había dado cuenta de que miro hacia abajo para evitar cruzar miradas, ponerme nerviosa y sonrojarme; luego trató de decirme que para evitar mirar a los ojos a un chico no es necesario mirar hacia abajo, sino solo mirar hacia otra parte. Definitivamente en ese momento sentí morirme de vergüenza. No sabía que era tan obvio. Lo peor es que pensarán cualquier cosa cuando me sonrojo e incluso a lo mejor confunden el asunto con un interés de otro tipo, al menos hasta que se den cuenta de que me pasa con casi todos. Definitivamente tengo un pequeño problema. ¿Consejos?
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