domingo, 13 de enero de 2013

Sinceridad con uno mismo

Soy de esas personas que cree que cada cual tiene que saber sus limitaciones y ser sincero con uno mismo. Así que en esta línea, os contaré unos cuantos secretos. Aqúi va el primero: ni se pintar, ni se cantar, pero ambas cosas me encantan.

 Precisamente porque no se pintar, podré pintar algo parecido a un cuadro, pero nunca pretenderé ser un Goya o un Sorolla, ni tampoco aspiraré a exponer cuadros en un museo, ni siquiera a exponerlos en el portal de mi casa, ya que a parte de que podrían detenerme por vandalismo, lo más parecido a una cara que soy capaz de dibujar es un circulito con dos puntitos por ojos y un semicírculo de boca. Obviamente, tampoco daré clases de pintura a otros, a no ser que estudie sobre pintura y sea toda una experta en la materia, pero siempre me faltará algo: el don del arte. Aún así creo que una persona sin el don del arte podría transmitir mejor conocimientos que alguien que sí tiene ese don, ya que nacer con el don del arte no significa haber nacido para enseñar.

 Precisamente porque no tengo ni voz ni oído, podré cantar villancicos con mi familia, pero no intentaré pertenecer a un coro. Físicamente, seguro que sí puedo, pero no me parecería justo para los demás miembros del coro, ya que podría entorpecerles en su evolución, y afectar a la calidad del conjunto del coro y también al disfrute que ellos tienen al cantar. Se trata de ser algo menos egoístas de lo que somos por naturaleza y pensar un poquito más en los demás.

He aquí un grupo de bailarines a los que la sinceridad consigo mismos brilla por su ausencia: los maestrillos. Me encantaría que todos aquellos bailarines que se creen maravillosos, aunque ello no implique que lo sean sino sólo que ellos se lo creen, se abstuvieran de aleccionar a sus bailarinas mientras bailan en la milonga. Si las bailarinas por lo general no les entienden, puede que el problema no sea de las bailarinas, sino suyo: quizás porque no son lo suficientemente claros con la marca, o no marcan bien, o no marcan en absoluto. Un dato importante: las figuras no se aprenden, se sienten, con lo cual preguntas como “¿no te sabes la figura…es que no la has dado en clase todavía?” están bastante fuera de lugar, y peor es decir “…es que ahora tienes que ir para este lado...”, y ya el colmo de los colmos es empujarla para que vaya. Estoy cansada de los cansinos maestrillos de las milongas. Y ya que ellos no son sinceros consigo mismos, os contaré un secreto a voces: de maestros nada, los que aleccionan suelen ser los peores bailarines de la milonga y además, enseñan para esconder su incapacidad para comunicar un movimiento.

Otro grupo de bailarines a los que la sinceridad consigo mismos brilla por su ausencia: los que bailan para que les vean. Bueno, era un eufemismo: hablo de los bailarines que se pasan la milonga haciendo figuritas a sus bailarinas, aunque no encajen bien con la música, sean a destiempo, y el eje sea para ellos eso que han oído que existe, pero que desde luego no va con ellos. Me encantaría que si un bailarín no controla una figura, no la haga. Para practicar, están las milongas. Puede lastimar a su bailarina o a otros bailarines de la milonga o lo que es peor, a gente que ni siquiera está bailando: y doy fe que eso sucede. Deberían captar el mensaje cuando otros bailarines les miran con cara de pocos amigos o cuando su bailarina está mirando para todas partes y está rígida e incómoda. El problema es que hacen como si  el cuento no fuera con ellos o la culpa fuera de los demás. Ya decía mi abuela que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Y ya que ellos tampoco son sinceros consigo mismos, os contaré otro secreto a voces: cuando hacen una figura y se caen o casi tiran a su bailarina, no la están haciendo bien, sino terriblemente mal, y normalmente no suele ser porque las bailarinas no saben sostenerse sobre sus tacones, sino porque ellos no saben sostenerse a pesar de no llevar tacones.

Y ahora un momentito de paz, y también un secreto, de los que no se cuentan a voces: las mujeres no necesitamos figuritas para disfrutar de un tango, ya que un buen abrazo, sintiendo la música y bailando a ritmo, suele ser lo que en el fondo todas anhelamos. Y así como por lo general preferimos agua a vino agriado, de igual manera preferimos una caminadita bien hecha a un montón de figuritas mal hechas. Capito?

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