Entre milongas es normal observar a milongueras que no suelen
bailar mucho, bien porque no conocen a la gente en la milongas, son
novatas, no han sabido elegir un buen sitio para sentarse, no son muy jóvenes (las jóvenes por lo general bailan
más aunque no sepan bailar), o muchas otras razones, aunque a veces no hay ninguna en particular.
Algunas veces, sin embargo, he observado que hay milongueras sentadas, esperando, observando, apenas sonríen, están como abstraídas del mundo, supongo que aburridas porque no bailan. Cuando estás aburrida es difícil sonreír porque no es lo natural, y si lo haces, se suele ver forzado, falso. Por eso es importante aprender a buscar razones verdaderas para sonreír, tanto en la vida como en la milonga, y ponerlas en práctica, aunque esto no se fácil a veces. La razón: quien sonríe, baila más. La gente va a disfrutar y a divertirse a la milonga y por lo general busca gente que esté en la misma onda. En este caso, no son los polos opuestos los que se atraen.
Yo me acuerdo un día en el que fui a relajarme a la milonga. Estaba triste, decaída y aunque fui allí porque quería cambiar mi estado de ánimo, durante la primera hora de la milonga mi negra energía me hizo invisible al resto de los milongueros. Decidí acercarme a la barra y pedir un vino que me templara un poco y regresé a mi silla con copa en mano, algo más relajada, descontracturados ya los músculos de la sonrisa. Entonces observé la pista y de repente vi un pequeño altercado de una pareja: uno de esos en los que ves un malentendido tomado con humor.
Esa pareja me contagió y con una sonrisa todavía en la boca, pasé la vista por la barra. Fue entonces cuando crucé mirada con dos milongueros y ambos me cabecearon. Se creó una pequeña confusión entre ellos, pero finalmente, tras intercambiar unas palabras y disculpas, se acercó uno de ellos. Me brindó una tanda maravillosa. Pero lo mejor fue que mi pareja de baile hizo que tanda acabara justo al lado de la barra, donde el otro milonguero me esperaba para tomar el relevo. Fue divertido ver cómo uno me cedía al otro y obviamente, la situación provocó risas. A partir de entonces no paré de bailar, de reírme, de pasarlo bien. Objetivo cumplido. Esta milonguero antes tristona, volvió feliz a su casa. Definitivamente sonreír abre puertas... ¿quién se resiste a una sonrisa?
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