Ya había bailado con él antes, aunque no me acuerdo bien en dónde fue. Él, muy simpático, me invitó a bailar de nuevo. Aunque por lo general no me gusta aceptar una invitación de alguien con quien no me gusta bailar, a veces me resulta difícil resistirme a una sonrisa, así que acepté su invitación. La mayoría de la gente tropieza dos veces en la misma piedra: esta milonguera que escribe, no dos, sino tres.
A pesar de que era algo rígido en el abrazo y de que su musicalidad brillaba por su ausencia, él sonreía y se lo pasaba de maravilla, así que al final me contagió y con eso de "be water, my friend", puse mis cinco sentidos en intentar adaptarme a su baile. Todo fue bien, hasta casi el final del segundo tango. Bien porque él me había arrastrado a la tragedia o porque otro la había provocado, recibí una patada de hombre en el tobillo. No grité de milagro porque la verdad es que el dolor me subió por la pierna, quizás porque tocó un nervio o me dio en un punto muy sensible. Conseguí terminar la tanda a pesar de la incomodidad y después fui a la barra a pedir hielo: aquello empezaba a parecerse a un zeppelin y tenía que bajar la inflamación como fuera. El frío me ayudó bastante, pero también una cremita milagrosa que me ofreció una simpática milonguera francesa con la que suelo coincidir a veces en algún encuentro de tango.
Mientras estaba sentada, recuperándome del golpe, apareció a mi lado el hombre que me había dado la patada. Me imagino que se sentía culpable y quiso "compensarme" invitándome a bailar. Y no tuve el valor de decirle que no. De nuevo, error, y de los grandes: no aprendo.
Lo bueno de la tanda que bailé con él es que ni me acordé del tobillo. Él hacía tanta fuerza en apretarme contra él, que con la sensación de que en algún momento me iba a partir en dos y para evitarlo, yo tenía que hacer la misma fuerza para separarme. Aquello era un auténtico pulso y me tenía tan concentrada que ni escuché la tanda.
Al acabar la tanda, tenía los músculos de los brazos doloridos y me dolía la espalda, bastante más que el tobillo, por cierto. Os preguntareis porqué no le di las gracias y me senté. Buena pregunta... ¡si alguien la sabe, que me lo explique!. Pero que conste que algo sí aprendí: me quedé con su cara para no volver a bailar nunca más con él.Y además, a partir de esa tanda y ese momento decidí que mis tandas ONGs habían finalizado. Después y a lo largo de la velada
rechacé al menos seis invitaciones, y todas las tandas que bailé fueron
increíbles.
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