Era la primera milonga de un festival, de eso me acuerdo bien. Seguramente él me miró, yo le miré; él me cabeceó, yo acepté; y finalmente nos encontramos en la pista, donde él me ofreció su abrazo. Esa primera tanda que bailé con él era rítmica, con energía, aunque no me acuerdo de la orquesta porque hace ya tiempo que sucedió, pero si era de ritmo muy marcado.
La disfruté mucho y el hombre me pareció encantador en todos los sentidos. Su forma de bailar era técnicamente buena, su abrazo agradable y su sentido del ritmo muy acertado. Por aquel entonces nunca bailaba más de una tanda seguida con nadie y con él no fue una excepción, así que a pesar de que no me hubiera importado repetir, le di las gracias y regresé a la mesa donde tenía mi abrigo y mi botellín de agua.
Más tarde, durante la misma milonga, volvió a invitarme otra vez más y esta vez tocaba el momento romántico, las tandas melódicas, esas en las que al terminar, muchas veces dejas escapar un suspiro. Ahi es cuando fui consciente de que la primera tanda había sido casualidad, de que él yo yo realmente escuchábamos algo diferente. Su baile no se adaptó a la música, y aunque pisando a ritmo, me bailó cualquier cosa menos lo que la música pedía a gritos. Fue frustrante sentir cómo ese milonguero que me había encantado al principio de la noche, me desencantó de golpe.
Sin embargo, intente comunicarme con él para solucionarlo. Intenté frenar su energía, su correr como loco por la pista, intentando dar tiempo al tiempo, rarentizando en lo posible los movimientos, enviándole un mensaje de cómo la música pedía otra cosa, silencios, sentir. Yo también quería bailar a mi manera aunque fuera una tanda. Pero él iba a lo suyo, no me escuchaba e incluso parecía molesto de que yo intentara frenar sus movimientos. Finalmente comprendí que no iba a a ser posible y desistí. Hay chicos que escuchan a su pareja, otros que bailan para sí mismos y esperan a que ellas se adapten en todo momento a ellos y no hacen del baile algo entre dos. Este hombre era de este segundo grupo.
Después de esto, me sorprendió recibir otra invitación suya ya casi al finalizar la noche. También era una tanda melódica y esa vez rechacé su invitación. Creo que por esa noche era suficiente. Bailaría con él otro día, pero fijo que otro tipo de tanda. Durante esa misma tanda o la siguiente (no me acuerdo bien) acepté la invitación de otro chico con el que no había bailado aún y con el que tenía ganas de bailar, pero honestamente, de ninguna manera había esperado una invitación suya. Él lo vio todo y no le gustó.
Al día siguiente, en un intento de compensarle, le miré para un cabeceo, en una tanda de las que le van a él, pero desvió bruscamente la mirada: fue la confirmación que esperaba de que realmente se había enfadado. Lo curioso es que no me importó: seguramente no volvería a verlo, así que miré hacia otro lado, sonreí, y al minuto siguiente estaba disfrutando de otro abrazo.
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