Era una milonga de tarde en las que daban picoteo, así que la gente entre aceituna y aceituna, charlaba, se iba conociendo. Me encantan estas milongas, no solo por la comida, sino por el horario ese en el que me encuentro más descansada y relajada, en el que todo el mundo está de un talante tan diferente al de la noche.
Tras el picoteo me quedé sentada en una de las sillas que bordeaban la pista, hablando con una amiga con la que me había encontrado y a la que hacía ya tiempo que no veía. La música invitaba a bailar y el ambiente también así que al finalizar una tanda y comenzar la otra, hice una pausa a la conversación y miré a los milongueros con los que me apetecía bailar la tanda que comenzaba. Pero miré demasiado tarde. La mayoría de ellos ya empezaban a dirigirse a la pista supongo que tras invitar por cabeceo. Como la tanda no era de mis favoritas, tampoco le di importancia y continué mi charla.
Fue entonces cuando se acercó un chico al que conozco y con el que bailo de vez en cuando y me dio un papelito. Mi cara de sorpresa seguro que no tuvo precio. Fue como volver a esos tiempos del cole en el que el chico de la fila de atrás te escribe en un papelito para quedar o decirte que estás muy guapa, o tu amiga para contarte algún cotilleo. ¿¿¿Pero en la milonga???
Así que toda curisosa abrí el papelito como si se tratara de un caramelo y leí: "cabeceo, por favor". Me dio un ataque de risa. Fue un buen toque de atención a que no miro lo suficiente o a que hablo demasiado. Obviamente él había estado buscándome con la mirada pero yo estaba en las nubes, eso seguro. Como él sabe que me gusta bailar con él, tuvo la ocurrencia de invitarme y retarme al mismo tiempo. Muy ingenioso y divertido, por cierto.
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