La primera vez que vi una milonga fue en Buenos Aires. Apenas hacía
unos meses que tomaba clases y fui más bien para sentarme y observar el
ambiente, que para bailar. Fui con amigos, nos sentamos en una mesa, y nos
tomamos un vino. Nadie me sacó a bailar a excepción de mi amigo con el que
"bailé" una tanda. Me imagino que, una vez que me vieron en la pista,
mis oportunidades murieron todas. Ahora bien, como tampoco conocía el código de
la milonga, me podía haber cabeceado alguien sin darme cuenta, quizás algún
milonguero de los que les gusta bailar con chicas jóvenes aunque éstas no sepan
ni mantenerse sobre sus tacones, es decir, mi caso en aquel momento.
No me acuerdo del nombre de aquella milonga,
solo que estaba llena de gente. Lo siguiente que pensé fue que ésa iba a ser mi
primera y última milonga, puesto que lo más joven que allí había podía ser mi
tatarabuelo... pero este pensamiento duró poco, porque volví a emocionarme
viéndoles bailar. Y además, hubo algo que me sorprendió muy gratamente: cuando
ya hacía una hora o dos que estaba observando la milonga, todo el mundo
desapareció de la pista. Fue entonces cuando aparecieron dos o tres hombres y
se pusieron a recitar poesía y a cantar tangos a capella. La actuación me emocionó. Me encanta escuchar cantar, y
cantar también, aunque solo lo hago en el coche cuando voy sola, más que nada
para no torturar a nadie con mi falta de afinación.
Esa noche me fui a dormir contenta y relajada, y con un CD de tango,
elaborado por el DJ de esa milonga, y que me tocó en un sorteo que hicieron.
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