¿Os habéis encontrado alguna vez en una milonga donde no conoces a prácticamente nadie, ningún chico te saca a bailar, y encuentras a otras mujeres con ganas de pasárselo bien, pero que están en la misma situación que tú? A mí me sucedió en un festival internacional, allí donde acaba Europa y empieza Asia.
Conocí a dos chicas simpatiquísimas que vivían en el extremo opuesto del globo terrestre. Me sorprendió congeniar tan sumamente bien con ellas, incluso en lo relativo al sentido del humor, ya que al ser algo cultural y pertenecer a culturas tan distintas, a veces no es fácil. Eran alegría en estado puro y su humor de lo más contagioso. Después de un rato compartiendo nuestras experiencias como turistas, en algún momento surgió ese tema de conversación tan común entre milongueras: qué bailarines nos gustan y cuales no, para bailar, claro.
Estábamos sentadas en una mesita rectangular justo al borde de la inmensa pista de baile. Todo lo que había detrás de las mesas que rodeaban la pista eran sillas, con lo cual éramos unas auténticas privilegiadas por tener un lugar donde posar la copa de vino, y el "tablero" de un juego que inventamos in situ. El "tablero" estaba compuesto de dos papeles: uno verde y otro blanco. El juego consistía en observar a la pareja que pasara justo por delante de nuestra mesa, y apuntar lo más discretamente posible con el dedo a la carta verde, si nos gustaría bailar con el chico en cuestión, o apuntar a la blanca si le diríamos que no a una invitación suya. He de confesar que fue muy interesante y divertido comprobar que nuestro criterio era prácticamente idéntico, aunque nuestro nivel de baile no lo fuera. También he de confesar, que una vez inmersas en el juego, la emoción hizo olvidarnos de la discrección, y salió alguna observación hecha con algo más énfasis del que nos hubiera gustado. Aún así, creo que nadie se percató del juego, y nos sirvió para ir quedándonos con las caras de los chicos, y poder aceptar o rechazar invitaciones con más confianza en las siguientes milongas.
Unas semanas después del viaje le conté el juego milonguero a una amiga y decidimos aplicarlo un viernes por la noche mientras salíamos de copas. Ahora bien, la versión del juego era algo diferente: un sorbo a la copa que estuvieramos bebiendo significaba que no aceptaríamos una cita del chico; dos sorbos que sí la aceptaríamos. Nos lo pasamos genial, pero no se en que momento la cerradura dejó de entrar en la llave... aunque claro está, eso es otra historia.
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