Algunas veces voy a milongas en compañía de amigas milongueras experimentadas a las que pocos se atreven a invitarlas a bailar y normalmente son bailarines también experimentados quienes lo hacen. Todo lo contrario de lo que me pasa a mí, que conmigo se atreven casi todos, sean medio principiantes o bailarines experimentados. Pero me parece justo y además, es lo que me apetece: bailar con quienes más o menos tienen un nivel parecido al mío para así poder disfrutar ambos por igual de la tanda ya que si el desnivel es demasiado obvio, por un lado o por el otro, uno de los dos no disfruta tanto bailando... y normalmente es el más experimentado el que sale mal parado.
Cuando me invitan bailarines más inexpertos que yo, suelo aceptar siempre mientras tengan un abrazo agradable, sigan la música y cumplan con los requisitos básicos de educación e higiene. Por un lado, siento el deber moral de bailar con ellos porque son principiantes y quiero seguir el ejemplo de quienes hicieron lo mismo conmigo.Por otro lado, la mayoría no cumplen con el requisito de un abrazo agradable y terminan haciéndome daño, o a veces no poseen un sentido musical desarrollado porque les falta la experiencia, en cuyo caso me aburren. Desgraciadamente para mí, si me hacen daño o en lugar de bailar me hancen unos pasos aprendidos cuando mi cuerpo cobra vida por sí solo al oír la música, no disfruto en absoluto. Y lo peor, no se disimular. Si la tanda no me gusta, casi aguanto lo que sea, incluso soy capaz de charlar y hablar de jardines botánicos, pero si la tanda me encanta y me bailan un tango igual que un vals o una milonga o me bailan milongas a doble tiempo, simplemente me muero por dentro, porque una parte de mí quiere bailar y no puede... es como estar en una jaula cuando quieres volar. Llevo toda una vida trabajando en ello pero la verdad es que tengo un defecto, que aunque mejora con el tiempo muy pco a poco, todavía me supera en ocasiones: mi impaciencia.
De vez en cuando también me invita algún bailarín experimentado con el que también acepto aunque me supone una lucha interna aceptar y en más de una ocasión he llegado a rechazar la invitación. Por un lado me siento halagada y lo veo como una oportunidad, pero por otro me crea tensión por la inseguridad que me provoca el pensar que no estaré a la altura. Obviamente todavía me invitan por amistad o porque les he llamado la atención como mujer.. y saber de partida esto, me hace dudar aún más. De todas formas, si logro relajarme, disfruto de una tanda maravillosa, un auténtico regalo; sino me relajo, me imagino en su lugar y casi es a mí a quien le dan ganas de sentarle a él para no seguir torturándole. Afortunadamente las ocasiones en la que me relajo total o parcialmente van en aumento y algún día conseguiré que ellos disfruten tanto como a veces me hacen disfrutar a mi. Tiempo al tiempo.
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