Una cosa es saberlo y otra muy distinta sentirlo.
Era Mayo, en una milonga a la que no había ido nunca. En los últimos meses mis hormonas se habían salido de las estadísticas y empezaban a actuar por su cuenta. Quizás ayudó a que por aquel tiempo pasaba bastante tiempo con una amiga, y como dicen que las amigas que pasan mucho tiempo juntas terminan sincronizando sus períodos menstruales, pues quizás eso influyó. Fui terriblemente consciente de ello mientras bailaba una milonga.
No me acuerdo de su nombre, llamémosle "el bala". Me había invitado a bailar con él una tanda de milongas y aunque soy de las que solo baila milonga cuando está 120% segura de que la va a disfrutar, supongo que las hormonas me alteraron la razón, por lo que acepté a bailar con él.
Iba a comenzar la segunda milonga de la tanda, la primera había ido medianamente bien. Empezaba a sentir el agotamiento al que me sometía "el bala" en ese intento tan característico suyo de bailar la milonga no a traspié sino a mil traspiés por segundo. Entonces las hormonas me la liaron otra vez y empecé a marearme un poco, aunque intenté seguir su ritmo. Finalmente en algún momento de la tercera y última milonga terminé perdiendo mi "presencia de espíritu" por una milesíma de segundo, suficiente para que nuestros cuerpos dejaran de sincronizar y casi cayéramos al suelo al tropezarnos. Él, ajeno a que esa milonga la bailábamos él, mis hormonas y yo, ajeno también a que no me había tropezado porque había perdido el ritmo sino porque no me encontraba bien, me hizo un gesto para continuar bailando. Pero no pude y disculpándome le dije que no me encontraba bien y que necesitaba sentarme. Él, todo un caballero, me acompañó a la silla. Y ahí mismo, en el mismo rincón donde a mí me dejaba, dejó su caballerosidad: se dio media vuelta, buscó otra milonguera...¡y le invitó a bailar el resto de lo que quedaba de milonga!
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