Decidimos localizar primero la calle donde iba a tener lugar la milonga, y después ir a comer tranquilamente por la zona. Fue toda una aventura y nos costó bastante tiempo, porque estaba en una callejuela que, como otro montón de calles más, salía de una plaza irregular llena de terrazas, tiendas y un mercado de la pulga bastante cutre. Después de comer tuvimos que recorrer varias veces la calle para dar con la milonga: nos ayudaron un grupo de individuos algo borrachos y extraños, pero amables.
La milonga era en un bar pequeño, con buen suelo de madera. Como llegamos temprano, pedimos un café. El café estaba bastante flojo, acorde con el ambiente del lugar, y no mejoró apenas con el transcurso del tiempo. El grupo consistía en algo menos de diez personas, de los cuales había algún principiante (muy principiante) y el resto eran viejos amigos de las milongas, pero de los que no motivan a una ni a ponerse los zapatos de baile. Para colmo, la musicalización corría a cargo de un tipo que salía y entraba a la barra corriendo cada vez que el USB con tangos daba algún problema. El concepto de tanda no estaba muy bien definido.
Mi amiga lo intentó, pero no se le dio muy bien disimular. Así que a pesar de la risa que me daba verla poner caras de terror y suplicándome con la mirada que nos fuéramos de allí, conseguí terminar mi café. Me dio tiempo a sentir pena varias veces por las chicas que estaban en la pista, y a ver con mis incrédulos ojos cómo a alguna de ellas parecía que la iban a partir en dos. No creo que hubiera nadie bailando a ritmo, y si había alguien, era de pura casualidad.
Mi amiga decidió ir al baño antes de irnos, como corresponde antes de emprender un viaje largo en coche. Cerca del baño, que es donde estaban las mesitas y donde la gente se había cambiado los zapatos, un señor muy amable le indicó que se podía sentar allí para cambiarse si así lo quería. Mi amiga muy educada, y supongo que con una sonrisa, le dijo que no iba a cambiarse los zapatos, que solo iba al baño. Y así fue. Acto seguido nos fuimos.
Solo me queda decir una cosa de aquella experiencia: hoy en día da lo mismo un salón
de baile, un bar de mala muerte, o una baldosa en la calle...¡qué falta de
respeto, qué atropello a la razón! ¡a cualquier lugar lo llaman milonga! ¡a cualquier pibe lo llaman milonguero!Pero no señores: una milonga es
una milonga, ¡en el quinientos seis y en el dos mil trece también!
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