En mi tierra hay un milonguero veterano de los que se hacen querer, con la vitalidad de un niño y único, tanto, que es es conocido por todos.
Conozco pocas personas que disfruten al bailar más que él, sin embargo tiene una peculiaridad: le desbordan las ganas por enseñar a las principiantes, y me refiero literalmente a enseñar, porque es de los maestrillos de la milonga. Con las que ya no son tan principiantes estila un tipo de baile curioso y llamativo, a veces es un intento muy milonguero con abrazo agradable, otras un estilo propio más bien de un pequeño saltamontes. Se divierte como nadie y hace que tú también te diviertas con él al bailar. Y como él mismo dice: "lo bailo todo, todo me gusta, porque no paro a escuchar la música", es decir, no se bien lo que hace, pero no escucha la letra ni la música, así que todo le parece bien... ¡madre mía!
Sin embargo tiene un corazón como un sol. Se preocupa de las mujeres a las que nadie saca a bailar y él les brinda tandas. Tiene su público y hay mujeres que además lo buscan para bailar, con lo cual está claro que su entusiasmo lo transmite bien, y sabe cómo hacer pasar un buen rato a una mujer.
Me acuerdo cuando apenas había ido a unas pocas clases y empezaba a asistir a mis primeras milongas: cuando casi nadie quería bailar conmigo, allí estaba él invitándome a bailar, brindándome una o dos tandas por milonga, a veces incluso más, y de he reconocer que por ello siempre estaré agradecida. Es de los pocos milongueros a los que siempre acepto la invitación con una sonrisa, ya consciente de que por una razón o por otra, voy a pasármelo bien, con alguien a quien aprecio de corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario