Tras bailar con ella, en la milonga de las sorpresas, la noche cerró con una cuarta y última sorpresa.
El día anterior a esa milonga saludé
a un chico que estaba con una amiga y le dije mi nombre a modo de presentación.
Él respondió que ya nos conocíamos de otra milonga. Me quedé sorprendida porque
aunque reconozco que soy despistada por naturaleza y que me cuesta mucho quedarme
con las caras, tuve la sensación de no haberlo visto en mi vida. Fue más tarde,
cuando charlábamos en una cena, cuando de repente el recuerdo volvió a mí
gracias a un comentario suyo. Suelo recordar más a las personas por sus gestos,
conversaciones, abrazos o detalles, mucho antes que por su cara o nombre.
Precedente. Unos meses antes fui
a un encuentro de tango en una ciudad francesa, y allí me habían presentado a un chico al que
le gustaba sacar fotos. Tras charlar un rato con él, percibí por su actitud algo de mujeriego en él, muy
seguro de sí mismo. Se que me sorprendió porque no es un chico al que yo hubiera mirado dos veces, por lo que concluí que esa seguridad que proyectaba sería por su
forma de bailar. Me acuerdo de que después de un rato de charla me fui a saludar a una chica que conocía –quizás la única persona que conocía en aquella milonga-, no sin antes sugerirle mientras me despedía que bailáramos
una tandita más adelante en la noche. Es una de esas cosas que dices por decir, porque invitar precisamente a un chico no es mi costumbre. Después, tanto él como la tanda quedaron
en el olvido.
En esa mencionada cena previa a
la milonga, el comentario que hizo fue yo le había pedido bailar, pero que
luego fue él quien no bailó conmigo. Mensaje claro como el agua: me esquivó
porque no bailaba bien, y tampoco le atraía como mujer, porque de ser así, me
hubiera invitado a bailar de todas formas. Todo bien, a esta milonguera
principiante le hizo incluso gracia esa forma de hacerse el interesante.
El caso es que durante la cena me
prestó la atención no recibida meses antes, con bromas y vino de por medio, o
quizás fue al escote de mi camisa blanca. Así que en la milonga del día siguiente
la sorpresa no fue su invitación, sino por lo que vino después.
Él bailaba bastante bien, buen
abrazo y musicalidad, pero también un defecto: puntualizar lo que no le gustaba
de mi forma de bailar. Y seguramente la intención fue buena, pero no me gustó:
me dijo que tenía que controlar mi energía y que tenía que ser más femenina en mis
movimientos... ¿más femenina en mis movimientos? No decía lo mismo la noche
anterior cuando se le iban los ojos a mi escote…¡lo hubiera estrangulado ahí
mismo!
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