En charlas con milongueros, mientras una está sentada en la mesa tomando algo y esperando a que suene una de esas tandas que aceleran el corazón, se escuchan muchas opiniones y observaciones de lo más interesantes.
Ese día se hablaba de la invitación a bailar. Entre nosotras intercambiamos experiencias sobre los bailarines con los que habíamos bailado y si los recomendábamos o no. Ellos también hablaban, pero esa vez estaban relajados, convencidos de que estaban en una conversación privada, y en un brote de sinceridad uno confesó que se estaba escondiendo de algunas bailarinas. No pude evitarlo: llamó mi atención.
Este milonguero en cuestión es un bailarín con un abrazo de los que te pierdes en él, de musicalidad excelente. Tímido, quizás demasiado bueno, demasiado cortés. No lo imagino rechazando a una mujer cuando ella le invita, simplemente por no hacerle sentir mal a ella. Por eso se esconde. Fue una sorpresa descubrir que ellos también se esconden, y si
lo hacen significa que muchas otras veces les localizan y terminan bailando tandas por compromiso. Pobres, aunque no son muchos, a estos chicos las mujeres los persiguen.
Lo que me da pena de esta historia es que aunque rechazar una invitación no es plato de buen gusto para nadie, este chico tendrá que aprender a hacerlo tarde o temprano porque todos sabemos que hay tanto hombres como mujeres que no quieren ver: les da lo mismo tener delante a una persona intentando esconderse debajo de la mesa... no quieren captar el mensaje.
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