No era la primera vez que en una milonga iba al baño y me encontraba restos de tabaco o gente fumando en él. De hecho, recuerdo una milonga en un encuentro en una ciudad de la costa mediterránea donde encontré a una mujer fumando. Tras señalarle que estaba prohibido fumar allí y hacerle saber que además era molesto, le pedí que se fuera a otro sitio a fumar. ¿Y sabéis lo que hizo? ¡Se metió en uno de los baños, dejó la puerta medio abierta y siguió fumando!
Pero la milonga que me ha
inspirado para escribir esta entrada al blog tenía lugar durante un encuentro
tanguero de aficionados de varias asociaciones de tango en Francia y España. La
milonga era en un sótano de un hotel, con lo cual, para los fumadores, una auténtica
pesadilla, porque tenían que coger un ascensor, subir a la primera planta,
atravesar un pasillo y salir a la calle para fumar. Y también era una pesadilla
para el resto, ya que entre esas fumadoras, había unas cuantas para las que las palabras educación y respeto no estaban en su diccionario.Tras unas copas y unas tandas, la necesidad de ir al baño surgió. Aproveché una tanda que no me gustaba nada y fui al baño, y no se porqué, parecía que era la única a la que no le gustaba la tanda ya que el baño estaba desierto... o eso creo. Abrí la puerta y vi una nube blanca: aquello parecía Londres en una mañana de invierno. Así que mi conclusión es que no era un caso o dos aislados sino el de unas cuantas tipejas maleducadas, egoístas y podría seguir con unos diez adjetivos más del pelo. Por motivos de salud no puede entrar y me colé en el baño de los hombres. Allí no había tabaco, pero sí un hombre que puso cara de asombro, y cuando estaba a punto de indicarme que me había equivocado de baño, le dije que la otra puerta daba al otro lado del Támesis. Me miró extrañado y curioso él salió del baño de los chicos, abrió la puerta del baño de las chicas y riendo dijo: "entra, hago yo guardia en el baño de los hombres para que puedas entrar...". Al salir expresó su asombro porque el baño de las mujeres estaba cargado de humo y el de los hombres no. Y he de confesar que no es la primera vez que me ocurrían episodios parecidos. Saquen sus conclusiones sobre la educación de ciertas milongueras españolas y francesas, y creo que por alguna razón, me las encuentro prácticamente en todas las milongas. ¡Que las pillen confesadas el día que la paciencia me abandone, me quite el tacón y les saque un ojo con él!
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