Días después del festivalito que mencioné en mi entrada
Brilando por su ausencia, yo seguía dándole vueltas a la cabeza a
todo lo que acaba de experimentar durante el fin de semana. La verdad es que esos dos días fueron reveladores en más de un sentido ya que me hicieron ser consciente de aspectos en los que nunca me había parado a pensar antes. Mi mente fue hacia todos esos chicos y chicas, bailarines estupendísimos, preguntándome cómo
serían fuera de la milonga, si serían capaces de mantener una conversación inteligente, si eran felices o no, si tenían un drama o una historia de amor detrás.
Normalmente
voy a las milongas, saludo a los conocidos, me siento, tomo algo y
charlo con los amigos, y de vez en cuando, bailo alguna tanda. Me he
dado cuenta de que la gente por lo general es anómima para mí en cierta
manera y lo único que sé sobre ellos es cómo se siente su abrazo, si
sienten la música como yo o de una manera diferente, si van a socializar
o a vivir intensamente momentos y/o ambas cosas.
Son pocas las veces que sabes algo de la historia que va con cada
persona, y lo que es evidente es que todos la tienen.
Hace un tiempo conocí a un hombre de mediana edad, con un abrazo de lo más agradable, educado, y con una de esas sonrisas que empiezan por los ojos y terminan en el abrazo. Yo pensé que después de mi amigo jubiloso y mi amiga con carita de ángel, era la siguiente persona que transmitía más tranquilidad o que parecía más feliz. Curiosamente, esa misma noche me enteré que ese hombre había perdido a su hija en un accidente de tráfico debido a un conductor borracho. Cambió totalmente mi percepción de él, quizás porque ahora conocía su historia y encontré sentido, al menos para mí, a su forma de bailar y su abrazo, aunque seguramente nada tenga que ver con lo que le pasó, pero sí con su actitud en la vida hacia las piedras nos encontramos todos por el camino. Seguramente el tango le hacía mucho bien porque era capaz de transmitir tanto y tan bueno al bailar a pesar de tener semajante historia detrás, como un fénix que renace de sus cenizas, un efecto de la tangoterapia. Me sentí muy identificada con él, supongo que porque todos, milongueros o no, tenemos nuestra historia detrás.
Todo esto me hace pensar en las personas y lo que nos mueve a comportarnos de una manera u otra, y cómo nos marcan los acontecimientos en nuestra vida, y sobre todo, la forma en que dependiendo de nuestra madurez, las encajamos como una lección de vida o no. También me hizo pensar en cómo conocer a una persona la hace más humana ante nuestros ojos, más como nosotros, seres con sentimientos, miedos, penas, e ilusiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario