Tengo una amiga muy simpática a la que una vez, en mitad de la milonga y después de terminar una tanda, la oí exclamar: "¡ya está!¡otra vez el dichoso flequillo milonguero...!". No pude contener la risa mientras mi amiga, con dos dedos, separaba un mechón de pelo de su cara y lo miraba como si fuera a matarlo. El mechón estaba sucio, totalmente mojado por la transpiración, ya que es justo ese mechón el que se desliza hacia la cara cuando bailas
en abrazo cerrado y termina tocando la cara de tu pareja de baile. He de decir que como siempre, el resto de su pelo estaba impecable, pero era de lo más divertido mirar su cara... un auténtico poema.
Me sorprendió que las chicas que estaban por ahí cerca, al oírla asintieran con una solidaridad pasmosa, como si acabaran de escuchar algo de lo más normal y comprendieran perfectamente de lo que se quejaba mi amiga. He de confesar que creo que a todas nos pasa de vez en cuando, sobre todo cuando bailamos con esos chicos que se empeñan en invadir nuestro espacio. Lo curioso fue que a estas chicas les resultara familiar la expresión "flequillo milonguero". Creo que después de aquella vez, esta milonguera que escribe la incorporó a su diccionario, aunque tuve la impresión de las demás ya conocían perfectamente la definición.
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