Estaba comiendo con unos amigos, comentando la milonga de la noche anterior. Entre ellos había uno un poquito desanimado porque, tras invitar a bailar a una mujer y ella rechazarlo, la vio bailando poco después con otro. He de informar de que son muchas las razones por la que una mujer puede rechazar una invitación y por eso mismo es mejor no tomarlo de forma personal. Además, no es bueno para la salud de uno y lo mejor es buscar otro pececito... el mar tiene miles.
Durante esa comida, otro milonguero amigo bastante más experimentado que él lo miró, e intentando animarle, contó anécdotas que le habían sucedido a él con mujeres de lo más curiosas. Pasamos un rato de lo más divertido y agradable y nuestro amigo desanimado terminó riendo a carcajadas.
La que más gracia nos hizo fue una en la que nos explicó que había bailado con una mujer con una de esas narices con mucha personalidad, bien pronunciada, que la utilizaba para algo más que oler y respirar. Parece ser que la milonguera en cuestión era algo más baja que él, pero con tacones ella quedaba a su misma altura. Tenía además una peculiaridad al bailar: muy pegada al chico y con la cabeza mirando hacia un lado de la cara de él. Hasta ahí todo bien, pero además de eso, esta mujer se sentía cómoda encajando cómodamente su nariz dentro de la oreja de mi amigo. Solo de pensar en la imagen que nos iba describiendo nos empezamos a partir en dos de la risa y tras preguntarle qué había hecho al encontrarse en semejante situación, nos confesó que nada, que bailó toda la tanda así: si a ella no le incomodaba hacer espeleología dentro de su oreja... ¡pues a él tampoco!
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