Estaba en una milonga en una tarde de domingo. Llegué temprano y me senté e hice desaparecer media bandeja de patatas fritas en tan solo unos minutos, mientras observaba la pista y bebía un refresco.
Llegó un chico a la milonga, amigo de una amiga mía milonguera. Era nuevo y en un lugar donde al final todos nos terminamos conociendo, era el dulce nuevo, para colmo chico guapo y buen bailarín. La comida para las buitres estaba servida.
Cuando mi amiga me lo presentó estuvimos hablando un rato los tres, nos reímos un rato y luego él invitó a mi amiga a bailar, casi al mismo tiempo que yo recibía una invitación de otro milonguero. Esa noche habían empezado a llover invitaciones muy temprano y disfruté todas y cada una de ellas, cosa extraña porque siempre hay alguna de esas que se brindan por puro compromiso para no ofender a amigos.
Después de esa tanda regresé a la barra a por un botellin de agua, justo cuando mi amiga y su amigo también llegaban a la barra. De repente, otra chica llegó y le invitó a bailar al chico nuevo. He de aclarar que esa chica es de las que invitan pero solo a los que bailan bien, al igual que su marido. Él, al tenerme a su lado me usó como excusa y agarrándome de la cintura con total familiaridad le dijo a esta chica que lo sentía mucho pero que me había prometido la tanda a mí. Casi me atraganto de la risa por la mentira, por agarrarme de la cintura así con la de cosquillas que tengo, y por la cara de mi amiga que de ninguna manera hacía esfuerzo alguno por no sonreír. Cuando la chica se alejó pensé que seguiríamos charlando, comiendo patatas fritas y riendo un rato. Pero no, él se dió media vuelta y me dijo: "ahora tendremos que bailar, ¿no?"
Y bailamos, él, yo y mis sentimientos encontrados. Por un lado estaba nerviosa por bailar con chico tan buen bailarín y por otro me moría de ganas por bailar con alguien realmente tan experimentado y con el que nunca había bailado ates. La tanda fue bien pero solo los últimos cinco segundos, cuando al fin fui capaz de relajarme un poco. Aún así, me dejó caer un cumplido diciendo que le gustaba mi forma de caminar hacia adelante. Me sentí muy contenta y aunque ya lo sabía, fue la afirmación de que estaba aprovechando bien mis primeras clases privadas de tango.
La chica que le había
invitado a bailar y había sido rechazada, volvió a
intentarlo de nuevo, y ya sin excusas creibles, no le quedó más remedio que aceptar. Al final
de la milonga le oí hablar al nuevo con el marido de la chica en
cuestión y comentaba que el tango era un baile social, donde hay que
bailar con todos, no solo con los que bailan bien. Evidentemente algo
más pasó, algo más se dijo, algo más sucedió entre milongas, y esta
milonguera que os escribe de poco o nada se enteró.
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