A cada milonguero le enamoró el tango de una manera diferente. A mi me suele gustar preguntar por ese cupido que lanzó la flecha y he hizo que tomaran una clase por primera vez o que fueran a una milonga, porque detrás de muchos milongueros hay historias que emocionan. Pero antes de empezar a contaros en otras entradas del blog todas esas historias, os contaré la mía.
Hace unos años yo vivía lejos de mi familia, cuando una buena amiga argentina me invitó a pasar la Nochebuena con ella y su familia. Tras la cena, estábamos todos en el salón, quizás con algún extraño estado de alegría provocado por brindar por tantas cosas buenas que la vida nos había dado. No me acuerdo muy bien puesto que así como recuerdo mejor los abrazos que las caras, también recuerdo mejor las emociones que los detalles. En algún momento sus padres cambiaron villancicos por tangos y nos deleitaron a mi amiga, sus hermanos y a mí con un tango. Al verles bailar me emocioné, cuando por aquel entonces yo apenas sabía canalizar mis emociones y pocas cosas me hacían perder el control, así que sentir aquello me sorprendió, mientras se esfumaba el estereotipo que yo había creado en mi mente del tango: esa imagen de una raja hasta la cintura, una rosa en la boca, una caminada de lado a lado con las caras de lado, tocándose, levantando las piernas para todos los lados y enroscándolas en las piernas en el hombre... algo sexual, exagerado y vulgar. ¡Qué daño me había hecho el cine y la televisión!
Lo que en ese salón había era entendimiento en una comunicación sin palabras, un toque de elegancia mezclado con sensualidad, y un amor compartido que tenía la palabra felicidad y disfrute escrita en sus caras, todo ello envuelto en un abrazo. Ahí sentí una flecha clavada en mí... ¡diana total! Tan pronto lo vi, lo tuve claro, lo quise para mi: me prometí a mi misma que algún día compartiría algo así con alguien de quien estuviera enamorada. Así es como el tango me llenó el corazón y lleno como está, ahora solo me falta encontrar a alguien con quien compartirlo.
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