Frío es poco. Lo que allí hacía era un aire helado que llegaba directamente del mar y te entumecía hasta los huesos. La milonga al aire libre estaba concurrida a pesar de todo: a los milongueros, hay pocas cosas nos quitan las ganas de bailar. Parecíamos cebollas a punto de ser cocinadas: primero con un montón de capas, al minuto siguiente, casi sin ninguna, olvídandonos por completo de todo salvo de la música y los brazos que nos envolvían.
Tiesa, con chaqueta de invierno, cabeza tapada con capucha, y una bufanda, allí estaba yo, como una más, comtemplando como al Dj se le congelaban los dedos sobre el ordenador, y se le caía el moquillo y las ganas de estar ahí sentado. ¡Póbrecito! De repente una invitación de uno de mis milongueros favoritos. Así que empecé a quitarme capas.... una, dos, tres prendas, todas fuera. Me quedé con tan solo un top y una chaquetita de verano.
Llegué a la pista y mientras esperaba a que me ofreciera la mano para cerrar el abrazo, me quedé sorprendida viendo cómo él se desabrollaba una chaqueta polar que llevaba puesta. Me sonrió. Yo me derretí ahí mismo y lo abracé, no por fuera, sino por dentro, colocando mi mano entre du chaqueta y su cuerpo. Se estaba calentita, se estaba en la gloria. Él emanaba calor, era como un osito polar. Me hubiera quedado así eternamente.
La música sonó y acompañó al abrazo que habíamos cerrado, con una tanda melódica, tranquila. Bailé totalmente pegadita, calentita, en otro mundo. Disfruté muchísimo la tanda y odié con ganas el momento en el que acabó. Con pesar me despegue mientras él me daba otro abrazo y se despedía. Luego volví a por mi abrigo, pero ya no tenía frío... éste tardó lo suyo en volver a sentirse.
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