Aquella milonga de las sorpresas
tenía lugar en un pueblo costero de Francia, tan escondido que ni el GPS lo
encontraba y por ello muchos milongueros se perdieron y llegaron muy tarde a la
milonga. Aún así, había gente suficiente para crear un ambiente de lo más
agradable y el sitio y los anfitriones hacían el resto.
La primera sorpresa de la noche
vino por una invitación no esperada. Hay un chico que en el pasado fue mi
pareja de baile en unas clases grupales. Mi relación con él y como pareja de
baile concluyó el día que fui a una de las clases totalmente destrozada
emocionalmente, al recibir una triste noticia. Quizás no debí ir a la clase porque obviamente no estaba
en condiciones, pero allí me planté para no dejar en la estacada a mi compañero
de baile y para desconectar un poco. Antes de empezar la clase, sin dar
demasiadas explicaciones, le dije a mi pareja de baile que no tenía un buen
día, que no estaba bien. La clase comenzó y no estuve a la altura, él perdió la
paciencia y tuvo algún comentario, que posiblemente debido a mi estado de
ánimo, me sentó terriblemente mal. Soy una persona sensible y reactiva, y me
cuesta enfriarme cuando me hacen daño, así que desde entonces lo puse en mi
lista negra y no volví apenas ni a hablar con él ni tampoco a bailar: fue algo
así como un desamor mutuo, porque a partir de entonces había tensión e
incomodidad entre nosotros y no volvimos a bailar juntos, ni en clases, ni
fuera de ellas.
En esta milonga yo prestaba una
ayudita a los organizadores y cuando él vino a solicitar un baño para asearse y
poder bailar, yo le ofrecí un baño privado, ajeno al que se usaba en la
milonga, para que pudiera estar a gusto. Parece que apreció el gesto y poco más
tarde, cuando la milonga ya tomaba cuerpo, lo vi acercarse hacia donde yo
estaba. En ningún momento pensé que venia a invitarme a mí, sino más bien a
alguna de mis amigas, maravillosas milongueras con las que él suele bailar de
vez en cuando. Seguramente se me notó la cara de sorpresa desde lejos, pero me
alegró su gesto, su forma de buscar un acercamiento. El tiempo ha pasado y
aunque el recuerdo de aquella última clase no es agradable, quizás él también
tenía mal día, no captó que yo seguramente estaba peor que él y sucedió lo que
sucedió. Aún así creo que muchos de los sinsabores o roces con la gente son
parte de la naturaleza humana, imperfecta por defecto. Y creo que ambos dimos
un gran paso, un pacto sellado con un abrazo.
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