Era negra, oscura, fría. Al
salir de ella parecía que salías a otro mundo: mar azul, un puerto precioso, un
atardecer, gente paseando, patinando... y la diferencia la hacía una sola
puerta. La diferencia es marcada muchas veces por cosas insignificantes.
Nada más entrar en la
milonga, entre tanta oscuridad, vi una luz: una amiga a la que hacía mucho que
no veía y que me hizo sentir que solo por verla, el viaje había merecido la
pena. Y así fue. Bailé poco aquella tarde, pero a gusto. El resto del tiempo
estuve charlando. Soy de las que prefiero bailar poco y a gusto que mucho y a
disgusto, aunque obviamente todas no pensamos igual.
Lo que cabe destacar de esa
milonga fue que me hizo ver que las tandas rosas se iban a poner de moda esta
primavera. Hacía menos de un mes que había disfrutado de mi primera tanda rosa,
y en esta milonga hubo dos más. Tan pronto como la anunciaron, hubo algunas
chicas que literalmente corrieron a buscar a alguien. No entiendo... ¡si la
música ni siquiera sonaba todavía! Les daba igual una tanda que otra con tal de
cazar bailarín. Y no se porqué creían que por el hecho de invitar ellas creían
que el chico estaba obligado a decir que sí. Pero por lo visto, ellos también
lo creían así o pensaron que un sacrificio en toda la milonga, no era mucho
pedir, conclusiones que saqué por lo que allí vi.
Yo no bailé. El DJ tuvo el
buen atino de escoger una tanda de milongas y casi todos los bailarines con los
que me podía apetecer bailar una milonga estaban ocupados ya: tenían cada uno a
alguna versión femenina de Usain Bolt a su lado. Decidí que, si bien había
algún otro con que el que podía bailar milonga, no me apetecía mucho bailar con
ellos, porque no eran de los que habitualmente me piden baile, con lo cual,
sabiendo que ellos no quieren bailar conmigo habitualmente, no me parecía cómodo
"obligarles" a una tanda comprometida.
La segunda tanda rosa se
debió exclusivamente a las quejas que le llegaron por elegir milongas en la
primera, así que después de anunciarla y pedir que por favor, los que tuvieran
pareja no la bailaran con su pareja, se volvió a repetir la escena anterior:
las mujeres de siempre corriendo a acaparar a los bailarines. Fue triste y una
perfecta vergüenza ajena. Tampoco bailé esa segunda tanda rosa. Pero observé.
Sentía curiosidad por saber qué chica había elegido a qué chico y porqué. E
hice descubrimientos de lo más interesantes, como por ejemplo: ver cómo mujeres
que nunca bailan, estaban todas en la pista; comprobar cómo esos bailarines que
nos agobian continuamente a todas y con los que nadie quiere bailar, no
bailaban; percibir cómo bailarines del montón estaban también sin bailar, con caritas porque nadie los había invitado, como un grupito de
escolares o los que han castigado sin recreo. Definitivamente no hay nada como cambiar
los roles de vez en cuando para ser algo más comprensivos y solidarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario