De nuevo en la milonga de las sorpresas, la noche continuaba depués de aquel sello en un abrazo.
La segunda sorpresa de la noche
no tardó en llegar. Aunque yo ese día yo estaba muy cansada y con muchas ganas
de milonguear, a media milonga hubo un hombre, al que conocía de vista
pero al que no había visto bailar, que me invitó a bailar. Acepté sin saber,
arriesgándome: podía salir rana, sapo, o experiencia religiosa... la suerte
estaba echada.
En el primer tango intenté
adaptarme a él sin mucho éxito; en el segundo tango comprendí que por mucho que
lo intentara no iba a poder seguirle porque no iba a ritmo ni de casualidad, y
debido a su postura y movimientos bruscos, estaba tensa y con miedo de que me
pudiera lastimar la espalda; en el tercer tango de los cuatro que duró la tanda
y tras dejar de hacer esfuerzo por seguirle ni por intentar disfrutar algo que
simplemente no iba a poder ser, ya estaba con muchísimas ganas de que terminara
la tanda. Parece ser que por primera vez en mi vida conecté telepáticamente con
el hombre en cuestión y me sugirió amablemente que descansáramos un poco. Espero
que no se me notara la alegría que le entró a mi cuerpo en ese momento. ¡Y
luego casi me entra la risa cuando fue consciente de que me habían sentado a
media tanda! La segunda vez en mi vida que me pasaba algo así. ¿Os he contado la primera? Fue hace mucho
tiempo… en un palacio al lado del mar .
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